Las he visto las dos: El 47 y Casa en llamas y, en mi modesta opinión, son dos muy buenos trabajos que merecen muchos premios Gaudí, como así ha sido. La primera película se centra no exactamente en las luchas de Torre Baró, sino en la de un vecino, un extremeño, Manuel Vital, —un emigrante, como decía mi padre, que también lo fue—, encarnado por Eduard Fernández, Gaudí al mejor actor. La película de Marcel Barrena pone en la pantalla algunos valores que exceden sobradamente el paisaje de un barrio-favela de la Barcelona tardofranquista. Vital es el individuo intentando escalar la montaña de un mundo hostil: la presión de la Guardia Civil, presente aquí igual que en su pueblo, y un ayuntamiento que todavía no había hecho el primero de democracia. Ni asociación de vecinos, ni sindicato, ni partidos: fue Vital quien secuestró e hizo subir el autobús al barrio. Tanto da que viniera de Valencia de Alcántara o de Sidi Ifni: Vital era un emprendedor, y un lobo solitario que solo cedía ante Carme, su esposa — "hablo catalán por amor"—; y, por eso, una figura perfectamente compatible con la Catalunya donde fue a ganarse la vida.
Si Vital tiene un mundo nuevo por construir en la montaña barcelonesa, Montse, la protagonista de Casa en llamas, interpretada por Emma Vilarasau —Gaudí a la mejor actriz—, es la madre que quiere salvar un mundo antiguo que se hunde en las aguas bravas del Cap de Creus. El mundo de una burguesía no arrasada por los Vital de turno, como pretenden los que, airados, han reaccionado contra El 47 como una película "ñorda, franquista y sociata", sino por sus propias contradicciones en un tiempo en que ser burgués ha dejado de ser garantía de nada. Aquí y en Roma. Ni siquiera, de mantener la casa de Cadaquès donde aquel fin de semana, Montse tenía que reunir a la familia que un día lo fue. La muerte en soledad de la abuela en su piso o el retrato preciso de la cuquiadolescencia eterna que encarna el nieto e hijo, definidora de muchas cosas que nos han pasado los últimos tiempos, completa un cuadro mucho más amplio de lo que parece de entrada. Y es saludable que todo eso se explique en clave de comedia amable aunque, en algunos momentos roze la tragedia. Eso sí, Mediterráneamente (como el anuncio de cervezas de cada verano), como corresponde a una cierta estética de la decadencia que deja entrever la decadencia de verdad. La de un país que, después de la enésima (auto)traición de sus élites, no sabe exactamente cómo (re)encontrarse. Por eso, la cinta de Dani de la Orden y Eduard Sola atrae incluso a los que, quemados en la comedia de cada día, preferimos otros registros seguramente menos serios.
La herida del procés ha reabierto la de la emigración española que ahora vota Vox, y ha enseñado las de una burguesía que acotó la cabeza en el momento decisivo del 2017
El personaje de la vecina del Eixample, la señora catalana de toda la vida que cogía el autobús de Vital, y que se sumó al autosecuestro, es el nodo donde confluyen los dos mundos, las dos Catalunyes que, mejor o peor, evocan El 47 y Casa en llamas. Pero son Catalunyes que han quedado atrás. La emigración de ahora no es la de antes porque viene de donde viene y el mundo que nos ha quedado es como es, y porque no tiene un Candel o un Pujol que les explique este país, aunque fuera para ignorarlos. La emigración de ahora se ha encontrado la fábrica cerrada: la fábrica de hacer catalanes que hace tiempo que no funciona. Incluso los hay que no quieren que vuelva a funcionar. Tampoco la burguesía de ahora es la que había, la que abría las fábricas donde cada mañana entraban riadas de trabajadores, venidos de donde fuera, y pasaba los veranos en la torre de la Costa Brava.
Han vuelto los miedos. La herida del procés ha reabierto otras que nunca cerraron del todo, como la del choque cultural que supuso el alud inmigratorio proveniente de la España más caciquil y atrasada en plena dictadura franquista y que, después de pasar por el PSC, ella o sus descendientes, acabó votando Ciutadans y ahora vota Vox. El final del procés también ha enseñado las heridas de una burguesía, el fracaso de unas élites, que, en la hora decisiva del 2017, cuando muchas Montses y bastantes Vitales secuestraron las calles para hacer la independencia, acotó la cabeza para venderse la casa i anar de lloguer. El problema no es El 47 ni que Casa en llamas ha quedado segunda en los Gaudí. El cine solo es un espejo que brilla en la oscuridad.