En la parte final de su Historia de la Guerra del Peloponeso, que relata el conflicto entre Atenas y Esparta, expone Tucídides el diálogo o disputa de Melos (o Milos). Fue el 416 a.C y participaron los emisarios de la poderosa Atenas, que había ocupado Melos para que rompiese la neutralidad y se incorporase a su imperio, y los oligarcas locales, que intentaron evitar el desastre, la aniquilación total por la potencia ática. Atenas planteó el pleito con la razón de la fuerza –el poder– mientras que Melos intentó disuadir a los atenienses con la fuerza de la razón –la justicia–.
Pero los atenienses alegaron que la justicia sólo se podía aplicar entre iguales y que, en cambio, entre desiguales era el más fuerte el que se imponía y el débil el que cedía. Los melios eran libres. Los atenienses eran libres y poderosos. Los melios intentaron convencer a los atenienses de que les interesaba más tenerlos como amigos, porque eso ennoblecía la naturaleza de su dominio. Y Atenas, de acuerdo con su lógica imperialista, no lo aceptó –"Vuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad"– porque eso la debilitaba ante los otros estados. Los de Melos no se rindieron y fueron masacrados. Pero Atenas no conservó la isla: años después la perdió, derrotada por Esparta.
Ha llovido mucho desde entonces pero el diálogo de Melos es aún una referencia para analizar conflictos y su resolución –o no–. Y no es difícil ver cómo se mantienen algunas constantes en la dialéctica entre los "fuertes" y los "débiles". Los atenienses plantearon un win-win sarcástico: querían dominar a los melios sin problemas y "conseguir que vuestra salvación sea de utilidad para las dos partes". Ante lo cual, los melios se preguntaron: "¿Y cómo puede resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos, de la misma manera que para vosotros lo es ejercer el dominio?". El lo tomas o lo dejas que plantearon los poderes españoles al independentismo catalán en el otoño del 2017, o prisión o prisión, resucitaba una tradición de cinismo imperialista razonado y dialogado que tiene 25 siglos.
El lo tomas o lo dejas que plantearon los poderes españoles al independentismo catalán en el otoño del 2017, o prisión o prisión, resucitaba una tradición de cinismo imperialista razonado y dialogado que tiene 25 siglos
Conviene volver a los clásicos, siempre; y más, ahora que parece que tiene que empezar el diálogo sobre el "conflicto político" entre Catalunya y España, entre los presidentes español y catalán, Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Así, al lector atento no le costará mucho detectar en la realpolitik de Atenas la prepotencia y, en este caso, la utilización de la fuerza policial o judicial de manera punitiva –represión policial del referéndum del 1-O, prisión, exilio– con que los poderes españoles hicieron frente al "desafío" independentista catalán en octubre del 2017. A la vez, la posición y los argumentos de los de Melos de ofrecer a Atenas libremente su amistad evocan la infructuosa aspiración del independentismo –heredera de la larga tradición catalanista– de presentar la libertad plena de los catalanes para decidir su futuro político, y no su sometimiento sí o sí, como un activo para la democracia española. Los catalanes quieren siempre lo mejor para España incluso cuando se quieren ir. Cosa que, para un patriota español decente tendría que ser siempre una ventana de oportunidad. En cambio, parece que, como los atenienses con los melios, los poderes españoles a menudo han preferido tratar con una Catalunya enemiga antes que una amiga, quizás prisioneros del complejo histórico de perder lo ultima joya, la isla neutral, de un imperio ya extinguido.
El diálogo de Melos acabó muy mal. ¿Se puede esperar alguna cosa del diálogo entre los dos Peres, Aragonès y Sánchez? Les convendría, de entrada, leer los clásicos. A diferencia de aquellos atenienses que redujeron Milos a cenizas, los poderes españoles saben que la persistencia de la reivindicación catalana en muy diversas formas les impide aplicar un lo tomas o lo dejas al país. Ya sea en forma de referéndum por la independencia, o de movilización empresarial para ampliar un aeropuerto, los catalanes, como dijo Rajoy "hacen cosas". Y, haciéndolas, se escurren, y nadan, como las anguilas.
Sánchez quiere evitar la derrota española en Europa agilizando el indulto a los presos políticos y la reforma de la sedición
Es el empate eterno. Ni España tiene bastante fuerza como para aplastar a Catalunya ni Catalunya para irse de España. El problema es que no se reconoce el empate eterno, entre iguales, porque ello exigiría aplicar la justicia en la relación. España no ha leído o no quiere leer los clásicos. Aquí, cualquier planteamiento de negociación sobre la autodeterminación, la amnistía, o el déficit fiscal, ha chocado con las reglas del juego de la fuerza, no de la justicia. La política ni está ni se la espera. España hace trampa. Cuidado, sin embargo, porque como demuestran las últimas resoluciones de los tribunales europeos y del Consejo de Europa sobre la situación de los presos y los exiliados independentistas catalanes, que dibujan una gran derrota española, Europa sí que ha leído los clásicos. Y Sánchez, que la quiere evitar agilizando los indultos a los presos políticos y la reforma de la sedición, lo sabe.