Lo digo con todo el respeto: Gabriel Rufián, el líder de ERC en el Congreso, siempre con la metralleta verbal cargada contra lo que él sigue llamando “Convergència” (mutada ahora en JxCat), debería felicitar mañana martes al fundador de ese cuasi extinto partido, Jordi Pujol, con motivo de su 90 cumpleaños. Aunque no quiera reconocerlo -y, desde luego, es libre de hacerlo o no, faltaría más- Rufián es también un poco hijo de Pujol; Pujol es también un poco padre de Rufián. La figura política del diputado de ERC, un hijo de la emigración andaluza a Catalunya, castellanohablante, perico y orgulloso de su españolidad, republicano, militante de la izquierda de barrio, pero también del independentismo catalán y del viejo partido de Macià i Companys, el charnego indepe por antonomasia, es la quintaesencia de una parte del legado político y cultural, y del relato, del pujolismo. Del proyecto también pujolista de la Catalunya inclusiva. Un proyecto que, en general, guste o no guste, ha sido bastante más "catalán" que "español".
Cuando Rufián nació, en 1982, en su ciudad, Santa Coloma de Gramenet, luego conocida como Santako, era alcalde Lluís Hernández, un cura rojo, del PSUC... y amigo de Pujol, como lo fue la sucesora de aquel, la también carismática alcaldesa Manuela de Madre, del PSC. Rufián es la versión siglo XXI -incluso un pelín exagerada y algo extemporánea- de los otros catalanes de Paco Candel, de Lluís Hernández, de Manuela de Madre. Y, sobre todo, de tanta y y tantísima gente anónima que, “de grat o per força”, como se dice aquí, vieron en esos otros catalanes o andaluces o extremeños de Catalunya un futuro, una posibilidad de apuntalar el país. Esos otros catalanes eran también los y las Rufián, o los y las Fernández, o los y las García y más tarde los Mohamed o las Najat, de Jordi Pujol. Y tiene más mérito: porque cuesta más cuando uno es Pujol, cuando uno se proclama miembro y luego deviene líder de una comunidad cultural y políticamente en riesgo (Véase L’intent franquista de genocidi cultural contra Catalunya de Josep Benet, católico, combatiente republicano en la guerra civil, activista nacionalista durante el franquismo, miembro de Unió, en 1977 candidato de la Entesa al Senado -fue el más votado de toda España- y del PSUC a la Generalitat en 1980, y que encabezó una moción de censura contra el Pujol ya president); cuesta más, digo, aceptar al otro. Y, en particular, a ese otro que puede ser utilizado políticamente para subalternizar, o desactivar cultural y políticamente, esa identidad, en este caso la "catalana" -como han intentado desde Alejandro Lerroux a Albert Rivera pasando por Alejo Vidal-Quadras o Josep Borrell-. Una identidad que cambia, puesto que, como todas, se construye y se deconstruye en el cambio pero sobre la que rondan las mismas amenazas de siempre.
Aunque no quiera reconocerlo -y, desde luego, es libre de hacerlo o no, faltaría más- Rufián es también un poco hijo de Pujol; Pujol es también un poco padre de Rufián
Pujol, y Rufián lo sabe, y, desde luego lo sabe su mentor político, Joan Tardà, otro de esos hombres del país que tanto hicieron en su día por la integración o el acercamiento a la catalanidad -la lengua, la cultura- de esos otros catalanes, es algo más que “la derecha”. Pujol, con sus muchas luces, y sus muchas sombras, es alguien más que el hombre que hizo presidente a Aznar, como recordaba el diputado de ERC en el Congreso el otro día ante los reproches de “Convergència” por la abstención de los republicanos a la sexta prórroga del Estado de alarma. Pujol fue también el hombre que hizo presidente a Felipe González en 1993, como ahora ERC a Pedro Sánchez, cuando la estrella del gran líder socialista -otro hombre de grandes luces y muchas sombras, algunas especialmente inquietantes- declinaba. Convergència, en fin -Convergència i Unió, para ser exactos- también hizo presidente al centrista Leopoldo Calvo-Sotelo en 1981, a raíz del golpe de estado de Tejero, que irrumpió en el Congreso pistola en mano en plena sesión de investidura, y en una situación, por tanto, de emergencia democrática. En definitiva, Convergència -i Unió- siempre tuvo una política de colaboración con la gobernabilidad española, eso que Rufián, y ERC, defienden ahora contra viento y marea, y que tanto criticaban a Pujol.
El pacto de "derechas" de Pujol con Aznar, el Majestic, acabó con la puta mili para toda España y la Guardia Civil en las carreteras de Catalunya
Cabe decir, no obstante -la política es un arte extraño, paradójico por naturaleza-, que no es de su apoyo a la izquierda española, al PSOE, el mismo partido del que ahora es socio en Madrid el de Rufián, de donde Pujol obtuvo más rédito para el autogobierno catalán, sinó de la derecha, mediante el famoso pacto del Majestic con Aznar, en 1996. Pacto de “derechas”, el Majestic, que acabó con la puta mili o servicio militar obligatorio -servidor, mala suerte, ya se la había comido- para toda España y la Guardia Civil en las carreteras de Catalunya -esa que volvió el 1 de octubre de 2017 para reconquistar el territorio perdido-. A día de hoy, sigue siendo el mayor acuerdo de ampliación del autogobierno catalán o devolution asumido por el gobierno español. Pacto que, sin embargo, y quién lo iba a decir, acabó costándole la presidencia de la Generalitat a CiU -en este caso a Artur Mas, el heredero político de Pujol- en el 2003, tras 23 años de no perder ni una sola elección al Parlament de Catalunya. De hecho, lo que Rufián llama “Convergència”, bajo diferentes siglas, coaliciones y mutaciones, y pese a haber estallado en mil pedazos, ha continuado ganándolas todas.
Convergència fue algo más que una maquinaria electoral y de poder imbatible (y una pantalla de corruptelas). La prueba es que la ERC del 2020 quiere ser como Convergència, en su mejor versión
Rufián es uno de los otros (muchos) hijos políticos, y culturales, de Jordi Pujol. Quizás, del Jordi Pujol más fecundo en términos de sociedad y de país. Y Jordi Pujol es alguien más que aquel político de derechas, católico, nacionalista y convergente, y corrupto, como él mismo se confesó un 25 de agosto del 2014, any del Tricentenari -maldita deixa, se lamentó media Catalunya y media España- que, a diferencia de ERC hizo presidente a Aznar. E incluso lo que Rufián sigue llamando “Convergència”, partido que la semana pasada dio un paso más en su desaparición definitiva al presentar concurso de acreedores, fue algo más que una maquinaria electoral y de poder imbatible (y una pantalla de corruptelas). La prueba es que la ERC del 2020 quiere ser como Convergència, en su mejor versión -aunque ya puestos, posiblemente Catalunya avanzaría más si quisiera ser como el PNV-. Empeño en el que el viejo partido de Macià y Companys, y de Rufián, compite con los mal llamados “posconvergentes” o “puigdemontistas”. Y, desde luego, y como tengo dicho aquí y Rufián comparte, ERC no es la criada de Convergència. Ni, faltaría más, sus otros hijos están obligados a felicitarlo, president Pujol.