El mayor sarcasmo de las elecciones autonómicas madrileñas que se celebran mañana, si no se produce un más que improbable milagro, es que las gane en nombre de la libertad la coalición ultrapopulista que lidera la presidenta Isabel Díaz Ayuso, del PP, con Vox como fuerza de choque neofascista en los barrios más castigados por la crisis provocada por la Covid-19. Al otro lado, la atribulada alianza de izquierdas que, a trancas y barrancas han configurado el PSOE, Más Madrid y Podemos, con el viejo profesor Gabilondo al frente y Pablo Iglesias cubriendo la retaguardia, paga los platos rotos del Gran Encierro —aún sigue vigente el toque de queda— con que Pedro Sánchez afrontó la pandemia. En el escenario terrible de hace un año, Ayuso empezó a ganar las elecciones plantando cara al inquilino de la Moncloa como candidata oficiosa de una especie de nuevo Partido de la Gente del Bar, no como el que aparecía en las viñetas de Azagra, en modo anarco, sino más facha que la Paca.
En lo peor del año maldito, las izquierdas cometieron el error de ceder al populismo cañí y la extrema derecha la bandera de la libertad, del derecho y el deber de fiscalización y crítica de las durísimas decisiones que se tomaron sobre nuestras vidas, las restricciones de derechos básicos que llegaron a convertir nuestras casas en centros de reclusión (auto)vigilados. En la medida que se nos obligó a callar y a obedecer a la mayoría, los oportunistas tomaron los parlamentos y la conversación mediática, las redes sociales, e incluso la calle, donde se manifestaron los negacionistas patrios, convertidos en émulos del trumpismo. Los mismos que, hipócritamente, levantaron entonces, cuando el virus campaba a sus anchas, las banderas de la libertad, lo hacen ahora de nuevo, cuando el avance de la vacunación permite ver una luz al final del túnel. Son las vacunas y no los bares abiertos las que han hecho bajar el paro y no al revés, aunque Ayuso y los ultras quieran hacer creer lo contrario.
Son las vacunas y no los bares abiertos las que han hecho bajar el paro y no al revés, aunque Ayuso y los ultras quieran hacer creer lo contrario
Pero da lo mismo. La campaña madrileña, con su tono barriobajero y sus ribetes fascistas, la dialéctica de los puños y las pistolas grotescamente reproducida en las cartas con balas y los mítines de Abascal en Vallecas, se ha convertido en el avance del No-Do que viene, eso sí, en colores de primavera y (supuestos) nuevos felices años veinte. Ya hace más de 50 años que Guy Debord, líder de la Internacional Situacionista y uno de los referentes del Mayo francés, teorizó la llamada sociedad del espectáculo, en la que la política deviene una mercancía más. En esas coordenadas, la líder del PP de Madrid ha sabido venderse mejor que nadie en el grado sumo de la banalización de la política. Cuando la política se revela perfectamente inútil ante lo más urgente, como ha sucedido con las mentiras, vacilaciones e improvisaciones de Sánchez y compañía ante la pandemia, llegan las Ayusos. Paradojas de la historia, fue “el gobierno más progresista del mundo” —el del PSOE-Podemos— el que, manu militari, cerró los bares y encerró a la gente en su cuarto, no el bifachito PP-Vox.
Paradojas de la historia, fue “el gobierno más progresista del mundo” —el del PSOE-Podemos— el que, manu militari, cerró los bares y encerró a la gente en su cuarto, no el bifachito PP-Vox
La puesta en escena de Ayuso, su uso y abuso electoralista de la jerga antipolítica y antiestablishment, cien por cien trumpista, conjuga a la vez la banalización del mal —la falsa elección entre bares abiertos o tanatorios atestados— y de la libertad —reducida a tomarse una cervecita o a no encontrarse al ex por la calle—. Es la fórmula. Y todo ello envuelto, desde luego, con la gran bandera de Colón, la que plantó Aznar con Madrid como epicentro del españolismo más castizo y excluyente, lo que le permite mantener a raya a Vox y fagocitar lo que queda de Ciudadanos. Si las cuentas le salen mañana en las urnas, la presidenta madrileña podrá además endosarle la factura al pagafantas de Pedro Sánchez. Nada de libertad o socialismo: funeral o tapas. Cañita o muerte. Para desespero de Gabilondo, que es un competente filósofo y profesor de hermenéutica, he ahí la verdadera antinomia, no de Kant, sino de una tal Ayuso. Ahora que han suprimido la filosofía de los bachilleratos, vuelve la metafísica.