En el estado de guerra o naturaleza, donde impera el todos contra todos, los unos contra los otros, nada es injusto, por más injusto que pueda parecer. He ahí una de las grandes paradojas que nos plantea Hobbes, el gran teórico del carácter absoluto de la soberanía. La guerra es consecuencia del estado de excepción, en el cual, por definición, toda ley o normativa legal queda en suspenso (también el respeto a los "sagrados" derechos humanos); y es solo el soberano quien puede imponerlo y levantarlo. El 7 de octubre pasado, el primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, declaró a Israel "en guerra" después del ataque sin precedentes perpetrado por paramilitares y milicias civiles de la organización fundamentalista Hamás desde sus cuarteles generales en Gaza. Esta guerra declarada por Israel, pues, no la empezó Israel y no es seguro que aunque el "soberano", Netanyahu, pueda levantar el estado de excepción y suspender los bombardeos, sea realmente posible pararla.
El deseo, por descontado razonable, que Israel, el "fuerte" de esta historia en el cual nunca se mira a quien rodea por todas partes al minúsculo Estado israelí desde 1948, evite la invasión final de Gaza y pare la escalada bélica puede ser un sangrante brindis al sol por más humanitario que parezca. A no ser que, como parecen proponer algunos, el papel de Israel en la historia se tenga que limitar a poner la otra mejilla como condena por su pecado original de existir. Eso hace que algunos consideren "de justicia" a los muertos israelíes en manos de Hamás y "de injusticia", y víctimas de "genocidio" a los palestinos, paraguas bajo el cual cobijan hipócritamente a los fundamentalistas islamistas que encendieron la mecha y a los cuales la causa palestina les importa un rábano. Es justamente al revés de lo que se hacía cuando ETA actuaba aquí, con la loable intención de evitar la criminalización del conjunto de los vascos nacionalistas por parte del nacionalismo español. Si entonces se hizo un esfuerzo (no en todas partes) por separar la condición de "vascos" de la de "terroristas de ETA", en el caso de la guerra de Gaza se hace todo lo contrario. El relato falsamente progresista impone por todas partes la máxima que todos son "palestinos" (los débiles y buenos, masacrados por Israel) incluyendo a los terroristas de Hamás. Unos "luchadores" que solo habrían cometido el "pecado" de matar israelíes en ejercicio del derecho de los palestinos a una "legítima defensa" ante el "estado sionista genocida". Alargando el argumento, los 6 millones de judíos exterminados por los nazis habrían sido, al fin y al cabo, un grupo de "burgueses" atontados incapaces de rebelarse contra sus verdugos.
Cada uno se confunde y (auto)engaña como quiere pero la diarrea mental que tiene una parte de la izquierda catalana y española, ya no digo sobre el conflicto Israel-Palestina, sino sobre su derivada islamofascista, Hamás, es de psicólogo (gelstáltico)
Palestino bueno-judío malo; una vez más, la izquierda antibinaria recurre al binarismo más chapucero para justificarse. Israel se retiró en el 2005 de la Franja de Gaza, ocupada en Egipto durante la guerra de los Seis Días (1967). En el 2006, Hamás, que propone la constitución de un estado islámico en toda la antigua Palestina británica y la desaparición del Estado de Israel, ganó clamorosamente las elecciones en Gaza. El mismo año, Hamás secuestró a un recluta israelí que cinco años y muchos cohetes y raids aéreos de respuesta israelí ilegítima después fue liberado a cambio de 1.000 palestinos encarcelados. En el 2007, después de una breve guerra civil, Hamás echó de Gaza los palestinos de la ANP, ahora dirigida por Mahmud Abbas, heredero de Yasir Arafat, con sede en Cisjordania -el otro territorio palestino. Hamás asumió así el control total de la Franja, donde nadie ha vuelto a convocar elecciones nunca más: ni la ANP (expulsada) ni la propia Hamás. Los enfrentamientos fronterizos cruzados Hamás-Israel han sido una constante desde entonces sin que aquí, en Catalunya, nunca hayamos visto "la izquierda", ni la radical ni la funcionarial que se expresa en 'X' (antes Twitter), convocar una manifestación por la paz entre israelíes y palestinos y sí, en cambio, marchas multitudinarias contra los "genocidas" israelíes, como la del sábado pasado en Barcelona.
Cada uno se confunde y (auto)engaña como quiere, pero la diarrea mental que tiene una parte de la izquierda catalana y española, ya no digo sobre el conflicto Israel-Palestina, sino sobre su derivada islamofascista encarnada en Hamás, es de psicólogo (gelstático -psicología de la forma-). En la confusión que provocan las guerras, en el estado de excepción donde todo queda en suspenso, también el tiempo y la historia, es fácil que los papeles de las víctimas y los verdugos se intercambien. Le pasó a Bruno, hijo del oficial de un campo de exterminio nazi y amigo de los niños judíos internados, en la memorable novela de John Boyne, El niño con el pijama de rayas, que acabó -por error- en el horno crematorio. El niño con el pijama de rayas apareció la mañana del sábado pasado en el señalamiento de un hotel de Barcelona propiedad de un magnate judío por parte de nuestra alegre y combativa "izquierda propalestina". ¡Uy! Perdón por la confusión. No fue en Barcelona, no era de día, y no era el 21 de octubre del 2023 antes de la manifestación de la tarde contra el "genocidio" en Gaza. Era Berlín en la Kristallnacht, (Noche de los vidrios rotos), el 9-10 de noviembre de 1938, el mayor pogromo "espontáneo" nunca conocido, la cumbre de siglos de antisemitismo popular europeo. Barcelona, con el horror y la vergüenza.