Ahora hace un cuarto de siglo, en pleno tránsito del XX al XXI, el debate sobre la sucesión de Jordi Pujol, y con él, del futuro de un catalanismo que empezaba a virar hacia el soberanismo, monopolizaba la conversación pública catalana. La no victoria de Pasqual Maragall en las disputadísimas elecciones de 1999 —el alcalde olímpico ganó en votos pero no en escaños a Pujol— otorgó una prórroga al pleito sucesorio del veterano líder de CiU; la pugna, centrada en las figuras de Artur Mas (CDC) y Josep A. Duran y Lleida (Unió) no cesó aunque la coalición nacionalista fue desalojada del poder por el tripartito de Maragall con ERC e ICV en el 2003, ampliado a su vez por el de José Montilla en 2006. En 2010, cuando finalmente CiU recupera el Palau de la Generalitat con Mas, la discusión, entonces situada más estrictamente en el plano estratégico —qué tiene que hacer el nacionalismo/soberanismo catalán después de Pujol?— desembocó en el procés, con la asunción por parte de CDC del programa del independentismo civil que ya salía a la calle por las infraestructuras y que las empezó a desbordar con el golpe al Estatut. Unió no siguió la nueva hoja de ruta más allá de la consulta del 9-N del 2014, antecedente del futuro referéndum del 1 de Octubre del 2017, y CiU, "el partido de Catalunya", saltó por los aires.
El verdadero sucesor de Pujol fue el procés. Y, aunque a trancas y barrancas, el soberanismo/independentismo mantuvo el control del Govern, básicamente basculando sobre la pareja Junts-ERC, es decir, la postconvergencia y el junquerismo, desde 2010 a 2024. En cierta manera, las relaciones en la coalición Junts-ERC, la dialéctica Puigdemont-Junqueras, reprodujo la legendaria mala salud de hierro del tándem Mas-Duran en la vieja CiU, y fueron las diferencias estratégicas —el grado de confrontación del independentismo con el Estado y sus poderes— lo que marcó el final del trayecto compartido. Si los tripartitos fueron la alternativa al bloqueo de la sucesión de Pujol —y las dudas sobre la estrategia a seguir en el pleito con el Estado— la llegada de Salvador Illa a la Generalitat este 2024 con un gobierno socialista en solitario avalado por el socio de siempre del PSC, los Comuns, ahora más Iniciativa que Podemos, y una ERC extenuada por las luchas contra Junts y contra ella misma, abre un boquete que si el independentismo no espabila lo acabará primero desactivando y después engullendo por una larga temporada. Aunque sea por incomparecencia.
La llegada de Illa a la Generalitat abre un boquete que si el independentismo no espabila primero lo acabará desactivando y después lo engullirá por incomparecencia
Ahora bien. El perímetro del boquete va más allá de los partidos. Si Pujol fue sucedido por el procés, y la agónica batalla entre Puigdemont y Junqueras para liderar el independentismo, al procés lo ha sustituido Illa, que quiere decir, fundamentalmente, alguien que viene a gobernar el día a día del país. Lo cual no significa que no tenga un plan a medio y largo plazo bendecido por su gran avalador: Pedro Sánchez. El independentismo cree que el plan de Illa, quien defendió tan acérrimamente el 155 como Artur Mas los recortes de Mas-Colell, básicamente consiste en desnacionalizar el país poco a poco. Llueve sobre mojado. Porque lo cierto es que el procés no ha conseguido ampliar la base de la nación —como demuestra el retroceso en el catalán— sino estrecharla. En política y más allá no se va a ningún sitio sin una estrategia viable a medio y largo plazo; pero tampoco sin una idea para pilotar el presente, el día a día de la gente. Mientras el independentismo, cargado de razones, pedía la independencia para superar el descomunal déficit fiscal, la impudicia de un drenaje fiscal que alimenta a las élites extractivas españolas y castiga las clases medias y populares catalanas, la autonomía que tenemos no tenía un euro en la caja de libre disposición para el día a día. Después de 2017, el independentismo, por más que lo dificultara la represión, con sus líderes encarcelados a o en el exilio, tendría que haber hecho un esfuerzo por gobernar el día a día que ha sido difícil de reconocer tanto con los gobiernos Torra-Aragonès como Aragonès, en coalición con Junts y, después en solitario. O, cuando menos, haber fingido que gobernaba. A menudo, las batallas se ganan en el frente pero se pierden en la retaguardia. Eso también ha contribuido a hacer mayor el agujero que Illa se prepara para llenar con un programa de país que priorizará la financiación, la seguridad, la enseñanza y la lengua.
Pero costará. El cráter abierto en la política catalana es de tanta magnitud como el hueco que se percibió el otro día en el Parlament entre el president Illa y la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols. Entre el dirigente del PSC y la alcaldesa islamófoba de Ripoll no había nadie más. ¿Es este el único diálogo —de sordos— que necesita y merece Catalunya? Personalmente, considero repugnante que Orriols y sus seguidores se refieran al hiyab o pañuelo con que muchas mujeres musulmanas se cubren la cabeza como "el parrac", el "harapo". Convendría recordar de vez en cuando a la diputada de AC, que bajo el hiyab o el niqab o incluso el burka, todas ellas indumentarias que me incomodan o directamente detesto, hay personas, no mendigos andrajosos, imagen que sugiere el término "parrac" con el evidente objetivo de estigmatizar y denigrar el colectivo musulmán en bloque. Personas, la mayoría de las cuales cumplen con sus deberes de ciudadanía en este país, empezando por pagar los impuestos con los cuales sufragamos el sueldo de la señora Orriols y el resto de diputadas y diputados del Parlament. También, el de la diputada de ERC Najat Driouech, atacada de manera miserable por Orriols y defendida por Illa "porque le da mil vueltas". Muy bien. Sin embargo, ¿estamos dispuestos a pensar y abordar la cuestión de otra manera? Lo digo porque como defensa, que comparto, el argumento moral —que la señora Driouech es "mejor" que la señora Orriols— señor president, es débil. De hecho, es el argumento (supuestamente) moral y religioso, "las mujeres que no se tapan son malas", lo que en países como Irán puede llevar a una mujer a la muerte por desobedecer la interpretación de la ley islámica que realizan los teócratas gobernantes.
Hoy por hoy, Illa y Orriols están en condiciones de asumir el liderazgo político, uno en el Govern y la otra en la oposición. ¿Dónde está el resto? ¿Dónde está el independentismo democrático que sacó a la calle centenares de miles de personas para hacer un país nuevo y de todos?
En mi modesta opinión, creo que se tiene que poder decir que mientras el hiyab sea interpretable como un signo de sometimiento de la mujer al hombre —no el único— será perfectamente cuestionable su uso en el Parlament, templo del respeto y las libertades, a las personas y los colectivos. El verdadero riesgo es que esta situación se institucionalice con el uso de la religión o la política como coartada, aprovechando el sistema de libertades de un régimen liberal como el nuestro. Eso es lo que, en cierta manera, intuye mucha gente, no necesariamente racista ni xenófoba. Pero se tiene que poder decir con argumentos, no con insultos. No: llevar el velo islámico en el Parlament —y lo subrayo: en el Parlament— no es lo mismo que llevar un vestido rosa, y Drouech lo sabe perfectamente. Admitámoslo: la política europea de los próximos años vendrá marcada por la respuesta que se de a la problemática cultural y social que plantea la integración de las nuevas oleadas de migrantes. ¿Cómo se posiciona Catalunya en eso? No se trata de hacer el juego al populismo xenófobo, pero tampoco de mirar hacia otro lado porque nos jugamos ni más ni menos que las libertades de todos. Illa lo sabe; y lo tiene muy bien para reinar en solitario durante un tiempo. Pero está por ver que el país salga adelante.
Hoy por hoy, Illa y Orriols están en condiciones de asumir el liderazgo político, uno en el Govern y la otra en la oposición. ¿Dónde está el resto? ¿Dónde está el independentismo democrático que sacó a la calle centenares de miles de personas para hacer un país nuevo y de todos? Faltan (más) voces, faltan (más) líderes capaces de declinar e interpretar la realidad desde nuevos ángulos. Y, más allá de la denominada "izquierda" los tendrá que fabricar el independentismo porque es el único proyecto alternativo a la Catalunya reencajada en España. Junts y ERC, pero también el independentismo civil, tendrán que darle una vuelta. El agujero está ahí, y es muy profundo.
Bona Diada.