Hace quince años que Pasqual Maragall le lanzó a Artur Mas en el Parlament aquello de “ustedes tienen un problema que se llama 3%” y no solo Convergència sino la sociovergència, ese bloque de intereses y conveniencias compartidas sobre el que se cimentó y se gobernó la autonomía, empezó a agrietarse. Catalunya entraba en la posmodernidad, en el tiempo en que lo único claro, y sólido es que no hay nada claro ni sólido. Maragall dinamitó con esa acusación un modelo político dual según el cual la Catalunya autónoma se sostenía en el reparto de poderes, y con ellos, en los silencios mutuos, entre la CiU de Jordi Pujol y el PSC de José Montilla y los capitanes del Baix Llobregat, los unos al frente de la Generalitat, los otros de los grandes ayuntamientos.
Hubo caso 3% que encendió la luz en el cuarto oscuro de la financiación de CDC, y hubo un caso Palau, que ensució para mucho tiempo el trasfondo de la gran cultura catalana clásica (burguesa); pero también hubo caso Mercurio, que afectó al PSC, y caso Pretoria, netamente sociovergente. Se extendió la convicción que nadie estaba libre de pecado en la pareja PSC-CiU, CiU-PSC. No solo los grandes partidos españoles, la Filesa del PSOE, luego la Gürtel del PP, estaban carcomidos por la termita de la corrupción. Algo olía a podrido en el centro político del mítico oasis catalán, ese que tantos quieren ahora resucitar. Y en el 2014, la confesión de Jordi Pujol sobre su herencia no declarada en el extranjero supuso el mazazo definitivo a la visión y la idea, y el tópico, de un temps i un país.
Si Maragall fue el hombre que, señalando los trapos sucios de Convergència iluminó el fondo de las aguas de todo el estanque catalán, Mas rompió el guion sociovergente de la relación pactada con España y evidenció el déficit democrático (consentido) del sistema
Si Maragall fue el hombre que, señalando los trapos sucios de Convergència iluminó el fondo de las aguas de todo el estanque, Mas, siendo president a partir del 2010, acabó rompiendo el guion sociovergente de la relación pactada con España, el peix al cove, el desarrollo competencial a cambio de apoyo al gobierno de turno en Madrid y evidenció el déficit democrático (consentido) del sistema. En el 2012, el portazo de Rajoy a la propuesta de pacto fiscal mostró, por si no había quedado suficientemente claro con el golpe del TC al Estatut del 2006, que ni había peix ni tampoco cove, que el modelo autonómico había llegado a su fase final y que la siguiente era una pared.
En el 2014, el inmovilismo de Rajoy y la desorientación y el miedo de grandes patrones, desde banqueros a editores de prensa pasando por intelectuales orgánicos del régimen del 78, llevaron a Mas a sacar a la calle las urnas de la autodeterminación, la consulta soberanista del 9-N, el primer gran hito del procés. Este domingo ha expirado la condena de 13 meses de inhabilitación impuesta a Mas por aquella consulta que el Congreso de los Diputados, con el PP y el PSOE a la cabeza, rechazó autorizar en su día. De la sociovergència a la independència. Los siguientes capítulos pasarían por la ampliación de la movilización popular y el apoyo electoral a los partidos independentistas catalanes hasta extremos desconocidos y, finalmente, la llamada DUI de octubre del 2017 y la represión de sus responsables políticos, el govern Puigdemont-Junqueras por parte de un Estado dispuesto a perder todos los papeles: suspensión del autogobierno catalán, cárcel, exilio y media Catalunya puesta bajo sospecha por el aparato policial y judicial español.
El problema de la mesa de diálogo de Sánchez y Torra es que no hay nada de lo que dialogar porque no hay nada que ofrecer, y, por tanto, tampoco nada que aceptar o rechazar
Este miércoles se van a reunir los representantes de los gobiernos de Pedro Sánchez y Quim Torra en Madrid, con ambos presidentes al frente de la llamada mesa de diálogo -o negociación-. En esa mesa se va a hablar de todo y no se va a decidir nada; lo sabe todo el mundo, los que quieren que se celebre y los que no. Todos tienen o van a tener elecciones dentro de poco o de muy poco, en el País Vasco, en Galicia, en Catalunya. La represión del independentismo por parte del Estado surgido del régimen del 78 ha renovado el límite infranqueable -no autodeterminación- para cualquier discusión sobre el futuro político de Catalunya que impuso el aparato del Estado franquista en la transición. Nadie quiere parecer menos dialogante que nadie, ni el independentismo catalán, por razones obvias, ni Sánchez y su socio Pablo Iglesias. Todo lo más, puede que los presos políticos sean algún día indultados.
En los tiempos de la (corrupta) sociovergencia -y del PSOE/PP de González y Aznar, su contraparte española- todo era más fácil. Catalunya no ha recibido prácticamente ningún traspaso o ampliación competencial desde que Aznar retiró a la Guardia Civil de las carreteras en 1996 con el pacto del Majestic, entre otras cosas. En realidad, el problema de la mesa de diálogo de Sánchez y Torra es que no hay nada de lo que dialogar porque no hay nada que ofrecer, y, por tanto, tampoco nada que aceptar o rechazar. El margen impuesto a los negociadores por los que de verdad mandan es casi cero. España no tiene alternativa para la independencia de Catalunya porque se acabó el peix y quemó el cove hace mucho, mucho tiempo. Lo cual es un drama en si mismo. Y sin sociovergència a la vista para que todo vuelva de nuevo a su cauce. ¿Verdad?