Con una celeridad sorprendente, casi obscena, no habían pasado ni dos horas desde que se hizo público el sí ajustado de la militancia de ERC (53,5% sí, 44,8% no) a la investidura de Salvador Illa como presidente de la Generalitat, que ya aparecían en la red X miembros de los republicanos culpando a Junts de la soberana decisión que solo a ellos correspondía y habían tomado. El aval al candidato del PSC que, en su día defendió con uñas y dientes la aplicación del 155; que nunca —que se sepa— visitó a Oriol Junqueras en la prisión y que, de hecho, envió a su segunda, Lluïsa Moret, a Ginebra, a negociar su investidura con Marta Rovira, ¡venía a ser la consecuencia de la salida de Junts del gobierno Aragonès! Efectivamente, decían estas voces, los juntaires tenían que callar porque habían abandonado a ERC en el Govern, cuando, en resumidas cuentas, fue ERC, quien vio la ocasión para hacerse con el 100% del control del Consell Executiu —que todavía hoy mantiene—, aprovechando la amenaza de cuestión de confianza de Junts por incumplimiento de los acuerdos y expulsó al vicepresidente Jordi Puigneró. Un golpe de autoridad del presidente Aragonès que, ciertamente, precipitó el triunfo de los partidarios de la ruptura (55,73% a favor ante un 42,39% que querían mantenerse en el Govern) en la consulta de los juntaires. La lista de agravios contra Junts que, según estas voces de ERC, legitima o justifica el sí a Illa, crece cada día. La última perla de esta verborrea sectaria e intoxicadora consiste en culpar al presidente Puigdemont de su propia detención, muy probable, como él mismo ha reconocido, si asiste al pleno de investidura de Illa, por las "lagunas" supuestamente permitidas por Junts en la negociación de la ley de amnistía. Los mismos que acusaban a los juntaires de retrasar innecesariamente la aprobación de esta ley —en un intento de blindarla al máximo de las injerencias de la justicia más combatiente del Reino, esa especie de Brunete togada que comandan los Llarena y los Marchena—, ahora se las arreglan para cargarles al muerto de un eventual arresto y encarcelamiento del president en el exilio.
Salvador Illa será presidente gracias a los 42 diputados del PSC que encarnan su victoria (insuficiente) en las urnas; a los 6 de los Comuns con quien, a diferencia de ERC, ha escenificado ya el acuerdo respectivo —Jéssica Albiach ya se dejar querer para ocupar una vicepresidencia en el nuevo Govern— y, claro está, y sobre todo, a los 20 de ERC, si es que no hay un giro de guion de ultimísima hora. Con los republicanos, Illa ha pactado un acuerdo presentado como histórico sobre la financiación de Catalunya, que, y por más que lo proclame, y, además, es normal que sea así, será incapaz de cumplir, sencillamente porque no depende de él, sino de Pedro Sánchez y los barones del eterno café para todos del PP y el PSOE. Es un texto aparentemente ambicioso —en realidad, un retorno al Estatut surgido del Parlament en 2005—, pero faltado de garantías de cumplimiento, despliegue y aplicación efectiva. ¿Alguien puede garantizar que, dentro de un año, la de 2025 será la última campaña de la declaración de la renta controlada por la Hacienda española en Catalunya, como asegura el documento? Quién más quién menos sabe que el (mal) denominado concierto económico o financiación singular catalana, que tanto excita —como siempre— a los representantes políticos de las élites extractivas del sistema autonómico español, es una gran incógnita dibujada en el aire.
La última perla de la verborrea sectaria e intoxicadora de un sector de ERC consiste en culpar al presidente Puigdemont de su propia detención
Más allá de la razón aritmética, obvia, Salvador Illa será president gracias a la dimisión masiva de una parte del electorado independentista que castigó con la abstención y el desinterés a los gestores del procés y, más en concreto, gracias a la historia de rencores, resentimientos, odios y rivalidades que preside la relación entre ERC y Junts —"converJunts", como los llaman desde los republicanos— desde los tiempos del primer tripartito. La fractura con aires cainitas entre Junts y ERC, ERC y Junts, es el auténtico detonante del nuevo ciclo político, no ninguna voluntad colectiva de cambio claramente mayoritaria. Si fuera así, la opción Illa, que legítimamente se reivindica como la propuesta ganadora y de cambio, no necesitaría 26 diputados de otros grupos, aparte de los 42 del PSC, para alcanzar la presidencia. Es justamente lo contrario de lo que dicen y escriben los que ya se las prometen felices con el nuevo orden, incluidos muchos cargos de los republicanos, lógicamente interesados en mantener su estatus y nómina gubernamental.
En cualquier caso, la jugada va mucho más allá de la investidura de Salvador Illa. Una vez más, ERC se confirma, y Pedro Sánchez se ha dado cuenta, como la palanca imprescindible, el socio estratégico clave, para que el PSC gobierne Catalunya. Y una vez más se evidencia que la condición sine qua non para que eso pase es la división, la pugna a muerte, entre ERC y el espacio postconvergente. Si ERC y Junts se entienden, incluso si no suman mayoría, como ahora en el Parlament, eso no pasa: la puerta abierta para el PSC se cierra.
Una vez más se confirma que ERC es la palanca imprescindible para que el PSC gobierne Catalunya gracias a la pugna a muerte entre los republicanos y Junts
Aunque muchos sostienen, instalados en el resentimiento, que la culpa fue y será siempre de Junts, el viernes fue un día triste para muchos militantes de ERC. Incluso de rabia, como me confesaba uno de los que acababan de votar en la consulta interna, convencido que el no saldría adelante. Pero, más allá de ERC, y de Junts, también lo fue para mucha gente sinceramente comprometida, primero de todo, con la libertad de Catalunya. En general, nadie ha visto caras de celebración ni en la dirección de los republicanos, ni tampoco de los socialistas, por más que estemos en uno de aquellos momentos que se suelen considerar históricos en el devenir de los países y las sociedades. Como mucho, podríamos hablar de un triste o gris momento histórico. El clima del nuevo tiempo que abrirá al primer presidente de la Generalitat no soberanista no tiene nada que ver con la satisfacción que hace dos décadas, en los primeros momentos, supieron transmitir a la ciudadanía los líderes del Govern Catalanista i d'Esquerres de Pasqual Maragall, Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Saura, el primer tripartit. Bueno, Jéssica Albiach, la líder de los comunes y tercera pata del acuerdo, sí que ríe.