Es evidente que la decisión que anuncie este lunes Pedro Sánchez, es decir, si se va, continúa, se somete a una cuestión de confianza o anuncia nuevas elecciones, tendrá un efecto en la campaña y en las elecciones catalanas del próximo 12 de mayo. Aunque no creo que la patada al tablero del siempre imprevisible presidente del Gobierno esté pensada en clave catalana, sino, como suele ser marca de la casa, en la propia supervivencia personal, es obvio que el momento en que se ha producido la convierte en un factor añadido de incertidumbre en un horizonte electoral más alterado y removido de lo que han sugerido hasta ahora la mayoría de encuestas conocidas.
Si la media de los sondeos apunta a una victoria del PSC de Salvador Illa, que se situaría entre 35-40 diputados y un segundo lugar para la candidatura de Junts+Carles Puigdemont, con entre 30 y 35 —lo cual no haría imposible un empate— en las últimas horas han aparecido sondeos que dibujan otras tendencias. El del CEO, que dispara las expectativas del candidato socialista y rescata a ERC de la tercera posición y por debajo de los 30 escaños; el del CIS, que frena el avance de Junts, o el del diario Ara, que otorga a la Aliança Catalana (AC) de Sílvia Orriols de 2 a 6 escaños. El baile de las horquillas demoscópicas ha llegado a atribuir a Illa entre 40 y 47 escaños —sondeo del CEO—, una cifra de representantes en el Parlament, por la banda alta de la proyección de resultados, que el PSC solo ha superado desde 1980 en una ocasión: en 1999 con la candidatura de Pasqual Maragall en coalición con ICV en tres demarcaciones, cuando alcanzó 52 diputados.
Es más que difícil arriesgar un pronóstico sobre el efecto Sánchez con este panorama de cierto mar de fondo electoral que la campaña, dominada hasta ahora por un tono de contundencia comedida ante la incógnita sobre quién podrá formar gobierno, puede enrarecer todavía más. Osaría decir, sin embargo, que si yo fuera Salvador Illa, estaría bastante preocupado. Si Sánchez no se va, una parte del electorado puede interpretar la situación como una maniobra victimista, una especie de falsa espantá, que difícilmente generará más confianza en la figura del líder del PSOE que la mera resignación de los afectos a los golpes de efecto del personaje. Aunque el ministro Puente ha dado a entender que es más posible que el presidente del Gobierno abandone que continúe en la Moncloa, el encargo de un sondeo de urgencia al CIS sugiere que Sánchez puede alargar la toma de la decisión hasta este mismo lunes.
Si Sánchez se va, la ciudadanía catalana puede quedar convocada a decidir dos presidentes en las elecciones del 12-M, el de allí y el de aquí
Por el contrario, si Sánchez abandona, la decisión puede hacer añicos cualquier relato demoscópico previo, cualquiera de las encuestas conocidas, y dejar abierto en canal el posible resultado del 12-M. Aquí, más de una hipótesis es posible. La más plausible parece la de una movilización del electorado socialista que reforzaría a Illa en clave de operación salvamento de España por la amenaza de la derecha extrema y de la extrema derecha; nada que no haya sucedido muchas veces, aunque en este caso, el escenario no serían unas elecciones españolas, sin ir más lejos, como las del pasado 23-J, sino unas catalanas, que quedarían así plenamente españolizadas si es que lo han dejado de estar alguna vez desde las plebiscitarias del 2015.
El otro efecto de una marcha de Sánchez, tampoco descartable, es una pujolización del voto a Junts+ Puigdemont para blindar la influencia en Madrid alcanzada el 23-J —los 7 diputados decisivos que hicieron presidente a Sánchez y posibilitaron finalmente que se aprobara la amnistía—. Eso sucedería en un escenario posterior a la posible dimisión del actual presidente del Gobierno en que Junts —ERC ya ha avanzado su apoyo— vuelva a ser determinante, tenga la llave, para investir a un nuevo presidente socialista en Madrid. Pero dependerá de cómo queden los de Puigdemont en las urnas. En esta hipótesis, la ciudadanía catalana —en una suerte de "más difícil todavía"— puede acabar siendo convocada el 12-M a decidir en las urnas no uno sino dos presidentes, el de aquí y el de allí. He ahí la relevancia aumentada de los próximos comicios al Parlament.
Un adiós de Perro Sanxe con o sin sucesor conocido, es decir, con un nuevo candidato socialista a la investidura o un gobierno en funciones hasta unas nuevas elecciones españolas el julio que viene, abre todas las cajas de Pandora en la batalla del 12-M.