De hoy en ocho días, si nada cambia las previsiones iniciales, el gobierno de la Generalitat relajará las medidas para combatir la segunda ola de la covid-19. Los bares y restaurantes podrán abrir las terrazas, lo cual, les permitirá, cuando menos, un ligero respiro. El problema es que el levantamiento de algunas restricciones no supondrá ni el fin del régimen de movilidad intervenida —todo el estado español continúa en estado de alarma con toque de queda— ni tampoco que la covid-19 haya sido derrotada, ni mucho menos. Al contrario, hay quien alerta de que una nueva desescalada a toda prisa con la incierta promesa de salvar la temporada (comercial) de Navidad como se quiso salvar la del verano llevará a una tercera ola en enero o febrero y ya habremos encadenado tres en un año de pandemia. Un tsunami vírico en tres (letales) capítulos.
El sociólogo Bruno Latour, autor de la teoría del actor-red, según la cual todo está interconectado, incluyendo a actores o agentes humanos y no humanos, supongo que debe estar satisfecho de comprobar día sí y día también como la realidad confirma sus tesis. No tenemos todavía la vacuna al alcance, pero las muy positivas expectativas desatadas por el prototipo desarrollado por la farmacéutica Pfizer, rápidamente viralizada en las redes sociales, ha hecho subir las bolsas como no sucedía desde hace dos décadas. En cambio, la política no acaba de salir adelante. En el mejor de los casos, sólo puede aspirar a encerrarnos a todos para frenar el virus como si estuviéramos en el siglo XVII. Ciencia (farmacéutica), economía (financiera), información (redes sociales) y política (policía sanitaria) aparecen alineados ante la pandemia, pero el virus todavía se les escapa. Hasta que no se alcance el equilibrio entre todos estos actores no se estabilizará la situación. Por eso, mientras la expectación por la eventual vacuna segura dispara las cotizaciones bursátiles, la gente todavía morimos en las de nuevo saturadas UCI de los hospitales a causa del maldito virus. El lógico deseo de poder pasar página puede hacernos olvidar dónde estamos: en un gran desastre, con múltiples efectos, que no se resolverá con los turrones y el cava de Navidad, si es que podemos comprarlos.
Si ERC aprueba los presupuestos de Pedro Sánchez pero Pedro Sánchez se olvida al día siguiente, como hizo con la mesa de diálogo, Pere Aragonès tendrá un serio problema el 14 de febrero
En este escenario de tanta volatilidad no hay que ser muy astuto para concluir que toda cábala electoral, incluidas las encuestas que se anuncian de inminente aparición, puede quedar literalmente trinchada por la realidad. En el caso de las elecciones catalanas del 14 de febrero, podría ser que los electores primaran una oferta de orden, y optaran por dar la victoria a la ERC que lidera Pere Aragonès. Pero también podría ser que en la subasta para demostrar quién es más realista o pragmático los republicanos se encuentren con el PSC de Miquel Iceta y, en la pugna, su perfil se desdibuje. ERC se podría encontrar batallando con el PSC por captar la franja de electores moderados de CiU, por la cual también compite una sopa de siglas que va del PDeCAT al PNC pasando por Units o Lliures, entre otros, mientras los electores independentistas van hacia otras opciones.
Si en el 2017 la polarización electoral en Catalunya se produjo en el eje independentismo-unionismo, en el 2020 la polarización podría articularse en torno a las alternativas para gestionar las crisis asociadas a la pandemia. Si ERC aprueba los presupuestos de Pedro Sánchez pero Pedro Sánchez se olvida al día siguiente, como hizo con la mesa de diálogo, Pere Aragonès tendrá un serio problema el 14 de febrero. Pero también lo tendrá el sistema en su conjunto: la alternativa reaccionaria, los partidarios del todo abierto (como sea) y el sálvese quien pueda, la línea Vox, tendrá pista libre.
En el espacio que se abre entre las dificultades de los "moderados" y el crecimiento de los ultras es donde puede ganar fuerza, como tercera vía, la alternativa de los "radicales" independentistas, o sea el JxCat de Puigdemont, Borràs y Calvet, con la independencia como bandera, ahora, más que nunca, la independencia sanitaria. Los test rápidos de antígenos como los de la Cambra de Comerç de Joan Canadell son un ejemplo práctico de cómo se puede gestionar la pandemia sin pasar por Madrid. La experiencia, además de efectiva, es políticamente interesante: estamos ante de una especie de DUI sanitaria impulsada desde una parte del mundo económico.
Los test rápidos de antígenos como los de la Cambra de Comerç de Joan Canadell son un ejemplo práctico de cómo se puede gestionar la pandemia sin pasar por Madrid
En todo caso, y mientras no llegue la vacuna, cosa que podría alterar de nuevo el tablero de juego, la pésima gestión de la crisis económica y social desatada por la pandemia es una excelente pista de aterrizaje y una (siniestra) invitación para que los ultras y los reaccionarios saquen provecho. Pasó en los años treinta en Europa y en 2016 en los Estados Unidos en momentos también de gran crisis global. Los reaccionarios pasaron por encima de los moderados y los centristas como una apisonadora. La política fracasa con la covid-19 porque no lee libros de historia.