El independentismo volvió a ejecutar el martes pasado, Diada Nacional de Catalunya, una movilización masiva y cívicamente impecable: un millón de personas perfectamente alineadas, según la Guardia Urbana de Barcelona, reclamaron la República y la libertad de los presos políticos con total normalidad. Así como se concentró a la hora señalada, terminados los parlamentos la masa se retiró ordenadamente sin romper ni una papelera, lo cual, además de haberse convertido ya en un tópico, constituye cada 11 de Setembre un verdadero prodigio estadístico. Las imágenes desde el aire, de nuevo impresionantes, mostraban el chorro de color coral —el de la camiseta oficial de este año— como un río de lava ardiente avanzando por la Diagonal. Perfecto. Todo perfecto, una vez más. Y, sin embargo...

Y, sin embargo, me pregunté qué hubiera sucedido, qué podría suceder, si esa especie de gigantesco castell horizontal formado por centenares de miles de personas no se hubiera descargado tan tranquilamente, si la exhibición se hubiera prolongado algo más... y hacia un nuevo escenario. Me pregunté qué hubiera sucedido si, por ejemplo, 10.000 o 20.000 de los participantes se hubieran dirigido al aeropuerto de El Prat a plantarse en medio de la pista con sus camisetas de color coral, sus mochilas, sus bocatas e incluso sus niños y sus abuelos. ¿Habría mandado Pedro Sánchez a la Guardia Civil a limpiar la pista como la mandó Mariano Rajoy a limpiar los colegios electorales en el referéndum del 1-O?

Fue una imagen fugaz, cierto, pero no se me quita de la cabeza: “20.000 independentistas provocan el caos aéreo en media Europa”. Luego, se fueron añadiendo otras: “Los independentistas bloquean por tercer día el puerto de Barcelona”; “Suspendido el tráfico ferroviario con Madrid y París por la protesta independentista”; “Los independentistas provocan colas quilométricas en la frontera”... Y así. Pero no. Me temo que el independentismo tendrá que hacer frente a un riesgo evidente de estetización del movimiento, de que la movilización de cada Diada, de que cada nueva demostración de fuerza en la calle, devenga tan masiva y ejemplar como políticamente inocua. Pero ni ahora ni hace un año —contra lo que señalan los autos de procesamiento y las portadas de algunos diarios— parece que la vía revolucionaria o plenamente rupturista, como sugiere la CUP, sea la opción a seguir. El problema es que ello contribuye a la sensación de falta de rumbo y plantea muchos interrogantes sobre la respuesta a la sentencia contra los líderes del procés

El independentismo deberá hacer frente al riesgo de que cada nueva demostración de fuerza en la calle devenga tan masiva y ejemplar como políticamente inocua

Este jueves hará un año de la fracasada Operación Anubis, el asalto de la Guardia Civil al Departament d'Economia de la Generalitat, además de otras seis sedes del Govern, a empresas y domicilios particulares. El dispositivo pretendía impedir el referéndum del 1-O y se saldó con 41 registros y 14 detenciones, entre ellas las de Josep M. Jové y Lluís Salvadó, los principales colaboradores del vicepresident Oriol Junqueras. Entre 40.000 y 60.000 personas se concentraron ese día ante la Conselleria d'Economia para, según los jueces españoles, impedir a las fuerzas del orden realizar su investigación. Los Jordis, Sànchez i Cuixart, 11 meses ya en prisión, llamaron a la gente una y otra vez a marchar a casa. Todo el mundo lo vio y puede recuperar las imágenes. Si existe una zona cero de la represión de los líderes del independentismo se localiza ahí, en el muy burgués cruce de la rambla de Catalunya con la Gran Via de Barcelona. Todos estuvimos ahí, en un momento u otro. Pero nadie llamó a ocupar las pistas de El Prat, ni a paralizar el puerto o impedir que el AVE saliese de Sants hacia Madrid. El Maidan catalán no pasó de garabatear un coche de la Guardia Civil al que se subieron los Jordis con permiso de la autoridad actuante.

El independentismo tendrá que decidir si la independencia bien vale parar El Prat o bloquear el tráfico de cruceros por el puerto de Barcelona

 

Y, sin embargo, más temprano que tarde, el independentismo tendrá que decidir si la independencia bien vale parar el Prat o bloquear el tráfico de cruceros por el puerto de Barcelona. Muchos pensarán que una estrategia de ese tipo, basada en el desarrollo de movilizaciones pacíficas de resistencia radical y masiva, sería dispararse un tiro en el pie, ahora que los datos confirman que el procés no hundió la economía catalana como muchos predijeron y desearon. Y, por supuesto, pensarán que esa sería la excusa perfecta para que Sánchez aplicara de nuevo un 155 como lo aplicó Rajoy. O bien, para que los jueces del Tribunal Supremo elevaran a la estratosfera las condenas previstas para los encarcelados y exiliados. Y, sin embargo, la hipótesis de un Maidan catalán fue lo que, hace un año, encendió todas las alarmas en Madrid. Y lo que hoy sigue recordando a los dirigentes de uno y otro lado que la gente, y no solo la que ya prepara la camiseta del año que viene para la nueva coreografía de la Diada, espera respuestas.