Quizás porque son conscientes de que se tendrán que volver a entender, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont parecen haberse conjurado para no dejarse engullir por la maldición saturnal del 2017. O sea, el procés que devora a sus líderes, a pesar de la presión que soportan por sus pactos con el PSOE y el PSC y la hostilidad de un independentismo airado que los llama traidores justamente porque España los ha castigado a pesar de no haber delinquido, lo cual puede ser peor que la prisión y el exilio. En todo caso, Junqueras tiene claro que no quiere tirar la toalla, y Puigdemont no parece que tenga que renunciar a nada, si bien no consiguió recuperar la presidencia en las elecciones anticipadas del 2024. Unos comicios extraños, convocados con intenciones poco claras, que básicamente sirvieron para enterrar políticamente a Pere Aragonès, el primer presidente de los republicanos desde 1939, y la mayoría independentista, y catapultar a la presidencia en solitario al socialista Salvador Illa con los votos dimisionarios de ERC. Pero el mundo gira, y el primer invierno del independentismo en la oposición ha servido para consolidar a Carles Puigdemont y, este fin de semana, a Oriol Junqueras, en los liderazgos de sus partidos respectivos. A pesar de todo y de todo el mundo.
Oriol Junqueras se puede dar por satisfecho después del viacrucis de su retorno a la presidencia de ERC. El 30.º congreso del partido catalán más antiguo ha aprobado con amplias mayorías de los asistentes las ponencias política y estratégica, en concreto, con un abrumador 89,75% y un 92,35 de los votos aún más abrumador. Es obvio que las heridas abiertas por la gravísima crisis postelectoral, en la cual Junqueras consiguió recuperar la presidencia en segunda vuelta con un 52% escaso de los votos de la militancia, no se han cerrado. Aragonès no ha asistido a la jornada de clausura del congreso, celebrado en Martorell, en protesta por la decisión de la denominada comisión de la verdad de responsabilizar a su hombre fuerte en Palau, Sergi Sabrià, y su colaborador en la comunicación del partido, Marc Colomer, de la ignominia de la estructura B y el asunto de los carteles sobre los Maragall. Pero lo cierto es que el futuro de ERC pasa por Junqueras y así lo ha visto su principal grupo de oposición interna, la Nova Esquerra Nacional de Xavier Godàs, con quien se disputó la presidencia y que se ha avenido a retirar la enmienda que, si se hubiese aprobado, habría impedido al de Sant Vicenç dels Horts ser candidato de nuevo a la Generalitat.
Pero el liderazgo no es solo poder orgánico, sino también ideas y estrategia. Y aquí, Junqueras ha sorteado hábilmente el anzuelo lanzado por su compañero y amigo Joan Tardà para convertir ERC en el "pal de paller" de la izquierda no necesariamente independentista. Las dos enmiendas que proponían hacer del viejo partido de Macià i Companys una organización abierta a alianzas con toda la izquierda, desde la independentista a la federalista y progresista, o sea, desde la CUP al PSC pasando por Comuns, y establecer estrategias conjuntas con las otras izquierdas republicanas del Estado español, han sido derrotadas. Ello ha permitido a Junqueras reubicar el discurso de ERC en el carril central del nacionalismo, de aquí las alusiones a la defensa de la lengua y la cultura catalana, y el independentismo, que, en opinión del líder republicano, constituye el ADN del partido. Junqueras le ha dicho a Tardà que ERC no es el PSUC —partido en el que militó el de Cornellà de Llobregat en la transición, y por el que fue concejal—, y que su apuesta no es un frente de izquierdas, sino construir "una mayoría social por la independencia".
¿Giro nacionalista en ERC? No exactamente, pero sí una cierta voluntad de retorno a la ERC que Junqueras condujo a sus mejores marcas electorales y de poder hace una década. Ha pasado el tiempo pero Junqueras, que es historiador, sabe que la ERC que se fundó entre el 17 y el 19 de marzo de 1931 en el Foment Republicano de Sants, era un partido para la pequeña burguesía y las clases populares, con simpatías de la CNT (como lo define Josep Fontana en La formació d'uina identitat. Una història de Catalunya), ciertamente, pero no en la Tercera Internacional comunista, bajo el impulso y a cobijo de la cual se fundó el PSUC en julio de 1936. Pero, además, Junqueras sabe hacer números y es perfectamente consciente de que ERC tiene dos posibles vías para recuperar la presidencia de la Generalitat y solo una es independentista: el acuerdo con Junts. La otra depende del PSC y ha implicado hasta ahora que es ERC quien ha hecho presidentes socialistas y no al revés, con los tripartitos de 2003-2010 y, ahora, con el gobierno socialista unicolor al que ERC y Comuns se vincularon con la investidura de Salvador Illa. Sin el PSC en la ecuación, las izquierdas de Tardà, ERC, comunes y la CUP, no suman mayoría ni la han sumado nunca. En el actual Parlament, el bloque independentista (Junts, ERC, CUP y AC) suma, a pesar de todo, 61 diputados por 50 de las izquierdas "federalistas" y "soberanistas" —y subrayo las comillas— a que alude Tardà (PSC y Comuns).
ERC tiene dos posibles vías para recuperar la presidencia de la Generalitat y solo una es independentista: el acuerdo con Junts
Ni Junqueras es Macià ni Tardà és Companys (Rufián, tampoco lo es) y mejor para ellos, pero, en cierto modo, encarnan la vieja dialéctica entre el nacionalismo y el obrerismo que ha acompañado a ERC a lo largo de su dilatada historia. El sueño de Junqueras, que a diferencia de Tardà no militó en el comunista PSUC sino en la nacionalista FNEC, sigue siendo hacer de ERC una Convergència de centroizquierda, pero no un frente o polo de izquierdas dependiente, a la práctica, del PSC, en el cual los republicanos jugarían un papel subalterno como el de los comunes y antiguamente ICV. Junqueras ha centrado, pues, el campo de juego de su partido igual que lo ha hecho Carles Puigdemont, que, este fin de semana, ha querido dejar claro, en referencia a la islamófoba Aliança Catalana, que Junts per Catalunya "no es el partido del odio ni de las exclusiones, del tú sí y tú no", sino un partido "fiel a la tradición más noble del catalanismo de todos los tiempos, basada en la cultura y la lengua, la humanidad, los valores humanos y los derechos universales". Puigdemont pujolea con un pronunciamiento valiente, de riesgo, cuando todavía humea la última polémica atizada por la xenofobia orriolista, el conflicto en Salt, villa vecina de Girona que el president en el exilio conoce bien, a raíz del desahucio de un imán, y que busca tapar las orejas de los electores de Junts ante los cantos de sirena de la lideresa de Ripoll. Lo hace desde una posición central, alejada del extremismo y la demagogia antiinmigración y que no renuncia ni al país —defensa de la lengua catalana como requisito para la residencia de los recién llegados— ni a la independencia —espíritu del 1 de Octubre y "memoria de la represión"—. En resumen, ni ERC es el PSUC ni Junts es Aliança Catalana, lo cual es una condición necesaria, aunque no suficiente, para que las dos fuerzas centrales del catalanismo independentista vuelvan a sumar y entenderse.