Las facturas del 17. Desde la no investidura del president Carles Puigdemont en el exilio y, en la espera de que el juez-carcelero español accediera a indultar a los condenados por el 1-O, un cierto independentismo, no solo de ERC, sino también del mundo de Junts —la CUP siempre se lo mira todo desde su torre de marfil— pensó que, fracasada la independencia, o el intento de forzar el Estado a cambiar el statu quo por la vía de una movilización de masas sin precedentes (el procés), tocaba retirada y aceptar una especie de pax forzosa en clave neoautonomista. El procés estaba más muerto que la reina de Inglaterra, en el cielo esté; hacía falta, por lo tanto, abrir un nuevo tiempo, hacer penitencia e ir purgando los pecados nacionales: la indecisión en el momento clave, el exceso de confianza e incluso un cierto paternalismo hacia España, que —supuestamente tutelada por Europa— no superaría las líneas rojas en el castigo a los responsables de un ensayo de revolución que puso el aparato del Estado contra las cuerdas. El procés se había acabado y, aunque no fuese del todo así, convenía o bien olvidarlo al menos durante un tiempo (tesis de los más pragmáticos) o bien reactivarlo a la mínima oportunidad (tesis de los más idealistas). Por necesidad o a la fuerza, ERC en su mayoría y, más o menos la mitad de Junts, pensaron que sería posible, a partir de ahora, volver a hacer política sin mirar el retrovisor, sin mirar al año 17. Los indultos y la desjudicialización a medias, la vaporosa mesa de diálogo, los intereses y las inercias del día a día, hicieron pensar que ya no estábamos en el 17 y que teníamos que huir como fuera de una especie de 39, de la Catalunya derrotada del año 39 —también la España—, o, si lo prefieren, de su versión 3.0, una especie de 155 perpetuo. El independentismo, que cometió muchos errores durante la fase álgida del procés, también se ha equivocado al pensar que, asumida la muerte del procés, el Estado le había perdonado. Que su graciosa majestad había pasado página.
Vigile, señor Collboni, porque un día igual se encontrará a su antecesora sentada en la silla que ha ocupado los últimos 8 años
El problema es que, contrariamente a lo que cree buena parte de la dirigencia independentista, España perdió Catalunya en algún momento del 17 y todavía no la ha recuperado del todo. No hace mucho, incluso el flamante alcalde de Barcelona, el socialista Jaume Collboni, elegido este sábado con los votos de los comunes de Ada Colau y los del PP de Daniel Sirera, justificaba su pacto con Manuel Valls que en el 2019 cerró el paso a la alcaldía de Barcelona a Ernest Maragall, precedente inmediato de lo que ha vuelto a suceder ahora con Xavier Trias, porque entonces estábamos todavía en la conmoción del 17, con todas las heridas abiertas. Ahora, las cosas habían de ser diferentes, sugería Collboni. Y las decisiones también. Las facturas del 17 quedaban atrás y la cuestión del procés no habría tenido que condicionar de nuevo la elección del nuevo alcalde barcelonés. Xavier Trias, el candidato de Trias per Barcelona, el ganador de las elecciones, posiblemente no tan seguro del cambio de escenario, se afanó por esconder las siglas de Junts, el partido de Carles Puigdemont, y evitó toda referencia a la independencia y el procés durante la campaña con el fin de no asustar al establishment que patrocinó en el 2019 la operación Valls. Ernest Maragall, que había aceptado un pacto con Trias, avalado por ERC, para codirigir el Ayuntamiento —el esquema de los dos cónsules— tampoco creía que volvería a ser sacrificado en el altar del poder por el poder en una nueva maniobra legitimada, de nuevo, en el supuesto ascendiente indepe de los dos veteranos dirigentes. Algunos escribimos aquí que la alcaldía de Barcelona se decidiría en Madrid. Y en el fragor de la guerra electoral del 23 de julio, la madre de todas las batallas de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, los dos han encontrado un espacio de tregua para impedir que Barcelona tenga un alcalde —y un primer teniente de alcalde— indepe. No, señor Collboni, todavía estamos en el 17 y si no lo estamos, da lo mismo: a usted, y a su partido, el PSC, le sirve. El 17 aún le vale a usted y, de rebote, a los centenares de cargos del sottogoverno municipal de la exalcaldesa, Ada Colau, salvados por Sánchez y Feijóo, y con los cuales usted tendrá que hacer el trabajo. Se los encontrará cada día, cuando abra la puerta del Ayuntamiento. Y son un ejército. Vigile, señor Collboni, porque un día igual se encontrará su antecesora sentada en la silla que ha ocupado los últimos 8 años.
El "que us bombin" que Trias estampó en la cara de Collboni y Colau se ha convertido en el grito de guerra de un malestar profundo que anida desde hace tiempo en el mundo independentista
La segunda operación Valls puede servir para recordar al independentismo, y especialmente a sus dirigentes, que la guerra no acabó el 17. El "que us bombin" que el no- alcalde Xavier Trias estampó en la cara de Collboni y Colau nace de la santa indignación de un auténtico señor de Barcelona empeñado en respetar las reglas de un juego que ya no es el suyo porque es un juego sin reglas en el que todo vale. Pero las redes sociales se han viralizado y convertido rápidamente el "que us bombin" en el grito de guerra de un malestar profundo que anida desde hace tiempo en el mundo independentista. Un mundo que mientras se cocía la puñalada de Barcelona, o se ensayaba el último acto, miraba en parte embelesado hacia el esperpento de Ripoll. En este escenario de difícil salida, el camino del medio entre un nuevo episodio de abstención masiva reforzada en las generales del 23-J y una aceptación resignada y acrítica de la tramposa agenda antifascista de Sánchez, pasa por una reacción coordinada de ERC y Junts contra sí mismos, contra su estéril pugna partidista de vuelo gallináceo.
La pérdida de Barcelona por Junts se suma a los 300.000 votos perdidos por ERC en las municipales y a la hegemonía municipal reconquistada y ampliada del PSC como consecuencia de la falta de unidad independentista. No obstante, el 23 de julio puede ser una segunda oportunidad. La gravedad del momento que invoca el independentismo, la amenaza de un gobierno de PP y Vox en España que ya ha empezado a aplicar en Valencia su programa anticatalán, es inversamente proporcional a la inacción, o directamente la miopía política, que han mostrado ERC y Junts después de las elecciones municipales. La paradoja es que la mayoría social está pero no se siente representada. La prueba es que las 700.000 abstenciones del espacio independentista en las últimas elecciones al Parlament, las del 2021, y las 300.000 de hace cuatro domingos no han ampliado la base de los partidos unionistas. Es el hundimiento de Cs el que ha dado réditos electorales al PSC de Salvador Illa y al rejuvenecido PP de Daniel Sirera. Posiblemente esta es la clave del fracaso de la operación reencuentro de Sánchez y del golpe de 155 al Ayuntamiento de Barcelona: no es suficiente con la propaganda y los diarios amigos para lleva de nuevo a los catalanes por el buen camino trazado una y otra vez por los vencedores.
Junts y la CUP tendrían que estar en el Govern de Aragonès porque ERC no podrá hacer frente sola, con 33 diputados, al nuevo embate catalanicida que se ensaya estos días en Valencia
¿Y, entonces? Quizás es el momento que ERC y Junts acuerden, cuando menos, un compromiso de unidad estratégica de cara a la investidura del próximo presidente del Gobierno. Quizás es el momento que las apelaciones en un frente patriótico del president Pere Aragonès para parar la derecha extrema y la extrema derecha el 23-J, empiecen por blindar el gobierno de la Generalitat reabriéndolo a la legítima mayoría del 52% independentista existente en el Parlament. Junts y la CUP tendrían que estar en el Govern porque ERC no podrá hacer frente sola, con 33 diputados, al nuevo embate catalanicida del Estado que se ensaya estos días en Valencia. Quizás hace falta que los dos grandes referentes del independentismo, los dos líderes carismáticos enfrentados, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont se sienten y señalen juntos un nuevo inicio o se arriesgarán a ser barridos por uno "que us bombin" de proporciones siderales.