Los que querían que la Diada volviera a las manifestaciones resistencialistas de la era autonómica, las de 5.000, 10.000 personas a lo sumo, o sea, las de los convencidísimos, pincharon en hueso. Hubo Diada. Desde luego, no como las del millón de personas, como las del momento álgido del procés, pero el independentismo, su base civil más activa, volvió a la calle para decir que sigue ahí. 108.000 personas, según la cifra de la Guardia Urbana, 400.000 según la ANC -la entidad organizadora- son muchas personas se mire como se mire. Desde luego que es la movilización más grande de la era post-Covid, la primera manifestación verdaderamente masiva. Y ello debería preocupar tanto a los que han dado por muerto y enterrado el objectivo del independentismo, la independencia, como a los que trabajan todo lo que pueden “para que se consiga el efecto sin que se note el cuidado”. O sea, para rebajar, diluir y anestesiar el movimiento. Ya sea fomentando la desmovilización, el derrotismo, la retroutopía del país de las maravillas de la autonomía -esa que el Estado se encargó de asfixiar y rematar con el 155- o, simplemente, haciendo todo lo posible para que el independentismo que no acepta el plato de lentejas neoautonomista moleste lo menos posible.
Fue la manifestación dels “convençuts”, de los “convencidos”, como les gusta tacharlos a una parte del mismo independentismo, el de salón y despacho de partido, el comodón y el exquisito, y a la opinión que se lleva ahora, la que habla pero no dice. Los “convençuts”, también menospreciados frecuentemente como “radicales”, "intransigentes", "xenófobos" y cosas peores, "ilusos" e “hiperventilados” rompieron el guion, salvaron la Diada en la calle y, con ello, quizás, empezaron a reconstruir la base, ciertamente cansada y enfadada por motivos de sobras conocidos. Pero además, es que eran muchos: una multitud. Cuando -interesadamente- se intenta confundir a los “convençuts” con "cuatro y el cabo" pasa que la realidad te atropella.
Los partidos independentistas deberían reflexionar sobre ello: la base sigue ahí y, además de reclamar la culminación del procés, la independencia, cosa que en su mayoría es perfectamente consciente que no sucederá mañana, demanda otra cosa: líderes y liderazgo. El independentismo necesita líderes. Puigdemont está en Waterloo y el estado español hará lo imposible -véase el reciente aplazamiento de la reforma de la sedición y la rebelión- para que no regrese a Catalunya del exilio a la manera de un Tarradellas en modo indepe. Por lo que respecta a los presos políticos parcialmente indultados, podrán hacer política (bajo vigilancia) y mandar en sus partidos, y mucho -como sucede en el caso de Oriol Junqueras (ERC) y Jordi Sànchez (Junts)- pero tampoco podrán ser candidatos efectivos hasta dentro de mucho tiempo. Lo que, en estos tiempos de aceleración de todas las cosas, supone una eternidad.
El mensaje de la Diada al estado mayor independentista es más de fondo y de largo recorrido: la base se está reconstruyendo, las renuncias no forman parte de su ideario y alguien tendrá que dirigir todo esto de otra manera para hacer las cosas de otra manera
¿Traducción concreta de todo ello? En el corto plazo, claro que el independentismo alzó la tarjeta roja a la mesa de diálogo a la que ERC y el president Pere Aragonès se han atado estratégicamente por lo menos para los dos próximos años como a una balsa en un naufragio. Solo hay que reparar en la última broma del joker Pedro Sánchez -el parón de la ampliación del Prat con la excusa de un tuit de Aragonès- para confirmar los peores vaticinios. Pero el mensaje de la Diada al estado mayor independentista es más de fondo y de largo recorrido: la base se está reconstruyendo, las renuncias no forman parte de su ideario y alguien tendrá que dirigir todo esto de otra manera para hacer las cosas de otra manera. ¿Qué cómo se pone eso negro sobre blanco en unas elecciones? De entrada, que nadie olvide que en Catalunya con 100.000 votos -la cifra menor de asistencia estimada a la manifestación- se decide una mayoría parlamentaria y quién la encabeza. Cuidado, pues, con menospreciar a los “convençuts”. Por cierto que, yo conozco a unos cuantos, muchos se quedaron en casa por diferentes motivos pero siguen siendo de los “convençuts”. Por eso, luego, a algunos no les cuadran las cuentas.