A menos que las bases de ERC decidan lo contrario de lo que la dirección dimisionaria de Marta Rovira ya ha decidido, el socialista Salvador Illa será investido president de la Generalitat dentro de pocos días. En segundo lugar, si la sesión de investidura se celebra, el president Carles Puigdemont volverá a Catalunya —como ha ratificado este fin de semana— y será detenido y previsiblemente encarcelado. Por cuánto tiempo, dependerá de la justicia española, una instancia que, como se ha visto con la amnistía que Junts cerró con el PSOE, tiene vida y sigue reglas y leyes propias, al margen del resto de poderes del denominado estado de derecho. Los dos momentos, eventual investidura de un president de uno de los partidos del 155 y encarcelamiento de Puigdemont, habrán cerrado el procés y será ERC quien lo habrá hecho con la llave que los catalanes depositaron en sus manos en las elecciones del 12-M. Elecciones que, no se olvide, supusieron el tercer de los cuatro batacazos consecutivos de los republicanos en las urnas: municipales y generales del 2023, y catalanas y europeas del 2024. ¿Seguro que hacer president a Illa es la mejor lectura que puede hacer ERC del mensaje de las urnas?
La llave de ERC es un hierro candente, que quema en las manos. No estoy seguro de que haya una correspondencia entre la indisimulada satisfacción con que Marta Rovira ha empezado a vender el pacto de la financiación con los socialistas, pese a saber que ni siquiera un blindaje estatutario como el de las inversiones en infraestructuras —caso de la disposición adicional tercera del Estatut vigente— garantiza el cumplimiento de lo acordado, y el estado de ánimo de las bases de ERC. Por eso forma parte de la lógica política más implacable, por agónica y sacrificial que pueda parecer, que Puigdemont les envíe un misil desde Els Banys i Palaldà, al otro lado de la frontera: ¿investiréis a Illa mientras me detienen? Esta es la auténtica pregunta de la consulta interna a las bases de ERC y la ha redactado Puigdemont. El mismo Puigdemont, que, al mismo tiempo, ha activado una bomba termonuclear contra Pedro Sánchez, a quien ahora ha puesto en el centro de la diana, a cuenta del asunto de su mujer, Begoña Gómez, y su hermano, David Sánchez, la misma justicia fake y revanchista que ha actuado —y sigue actuando— contra el soberanismo catalán desde el minuto cero del procés.
Es imposible aislar la investidura de Illa de la guerra abierta entre Puigdemont y Sánchez, ahora tan lejos de aquel acuerdo o compromiso histórico a que parecía llevar el pacto de Bruselas entre el PSOE y Junts; de la eterna y para mucha gente estéril pugna por el liderazgo del independentismo entre republicanos y juntaires; y, ahora, de la lucha interna en ERC entre los cargos partidarios de renovar a Oriol Junqueras, asistidos por Marta Rovira en su marcha por voluntad propia, y la vieja guardia junquerista que trabaja para restituir a su líder en la presidencia del partido. Así pues, asistimos a un combate de boxeo descarnado, al estilo de Rocky o Toro Salvaje, en el cual los golpes son directos y a la mandíbula, y, al final, es posible que solo quede vivo el árbitro, o sea, Illa, el hombre que menos se ha movido de su posición bajo los focos del cuadrilátero. O, cuando menos, quien ha sabido disimular mejor que nadie cuando ha estado contra las cuerdas.
Es Puigdemont quien ha escrito la auténtica pregunta de la consulta a las bases de ERC: ¿investiréis Illa mientras me detienen?
La decisión de las bases de ERC, es decir, si harán girar o no en la cerradura la llave que abre la investidura de Illa o, por el contrario, apostarán por nuevas elecciones, no es fácil. Como me decía un republicano, con una comparación algo gore, la elección es del tipo "susto o muerte". Y es que esto es una sesión doble de cine de verano y la segunda peli es de terror. ERC nada ahora mismo en tres piscinas y tendrá que afinar mucho para decidir en cuál podrá seguir navegando y guardando la ropa, o, sencillamente, a qué tabla de salvación se agarra. Una es la piscina socialista, en la cual —y ya me perdonaréis el juego de palabras— aunque parece que hay una isla en medio a la que arribar, hay muy poca agua para conseguirlo; por eso es tan mala cosa tirarse de cabeza. La otra piscina es la de Junts, que puede ofrecer a ERC una lista unitaria en unas nuevas elecciones, lo que comportaría, sin embargo, reconocer el liderazgo de Puigdemont. Y hacerlo para, como dijo Marta Rovira en su retorno del exilio, "acabar lo que empezamos", es decir, la independencia; difícil, cuando, de hecho —así lo percibe un segmento muy amplio del independentismo— se ha renunciado a ese objetivo. La tercera piscina es la republicana, en la que últimamente se nada sobre aguas turbias y donde, de repente, como en una mala película de miedo, emergen carteles sobre los Maragall y el Alzhéimer o un muñeco con la soga al cuello y la cara de Junqueras. En esta piscina, ERC se ahogará seguro, si es que todavía flota.