España es un país muy de derechas con una izquierda saturnal, siempre dispuesta —y preparada con las mejores galas, armas y bagajes— a devorarse a si misma. Da fe de ello la cinta gore proyectada en los últimos días por la presunta hada buena de la película, la lideresa de Sumar, Yolanda Díaz, a cuenta del acuerdo electoral con el/la declinante Podemos. El partido que fundaron Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero en las plazas del 15-M, la única formación política de izquierdas que, desde la restauración democrática en España estuvo a punto de hacer el sorpasso al PSOE, es hoy una sombra -violeta- de lo que fue. No toda la culpa la tiene el yolandismo. La indignación de Iglesias cual Felipe II llorando por la Invencible o los sollozos epistolares de Echenique ante el sacrificio de Irene Montero, la vicepresidenta, seguramente el valor político más sólido de Podemos, son pólvora mojada en la retirada, más bien poco honrosa. Judith y Holofernes de Artemisia Gentileschi pero solo para mujeres: la camarada Belarra, la gran amiga y compañera, ha entregado en bandeja la cabeza de Montero a Yolanda Díaz para salvar -todo lo más- a una quincena de diputados de Podemos en las listas conjuntas con Sumar. Los comunes de aquí, los de Ada Colau, se apuntaron desde el primer día al sangriento festín, incluso, salpicándose las manos en la guerra fratricida de las marcas estatales de la izquierda auténtica.
Parafraseando a Pla, lo más parecido a la derecha cainita española es la izquierda cainita española. España es, fundamentalmente un país de derechas, todavía bastante incivilizadas. El control del aparato del Estado, eso que ahora se llama el deep state, y su proximidad casi endogámica en forma de cargos y sinecuras heredadas familiarmente durante siglos, es lo que permitió al franquismo, encarnación de posguerra de este espacio secular, perpetuarse y sobrevivir a la transición, por descontado adaptándose a los nuevos tiempos, ya fuera con máscaras de contornos suaves (la UCD de Adolfo Suárez), más duras (el PP del Aznar de la mayoría absoluta) u, otra vez, puras, los neofranquistas 3.0 (la Vox de Abascal). Sobre este suelo, sembrado de cadáveres propios y ajenos -la misma UCD implosionó y el PP necesitaría 10 campos del Barça para sepultar a sus muertos políticos-, cabalgan los heraldos de una nueva mayoría, ahora PP(-Vox) en sintonía con los vientos que soplan de Europa y el mundo. La ecuación que vomitan un día sí y un día también las terminales mediáticas de la cosa peperovoxista es que después del gobierno "social-podemita" o directamente "social-comunista" de Pedro Sánchez y Podemos a España le hace falta ya una pasada por la derecha sin complejos de Feijóo (y, aunque lo escondan tanto como pueden), Abascal. La derecha, como siempre, vuelve a intentar modelar la verdadera identidad hispánica, aquella nación de 3.000 años de Esperanza Aguirre. La sorpresa vendrá, sin embargo, cuando los nuevos españolitos (y españolitas) descubran que, al fin y al cabo, la novedad en la Moncloa de un gobierno Feijóo-Abascal será relativa, ya que, en realidad, la derecha no ha dejado nunca de gobernar España.
El PSOE, que fue un partido de izquierdas, tuvo que desmarxistizarse para poder ser aceptado por el sistema y, con Felipe González y Alfonso Guerra (por más que este actuara como -falsa- conciencia crítica) se llegó a confundir con el mismo sistema y las prácticas de derecha de toda la vida que lo han sustentado: corrupción, uso y abuso de las cloacas del Estado, caciquismo territorial, idilio con la Corona juancarlista y el gran empresariado. En España no solo ha existido el palco del Bernabéu de los tiempos de Aznar. También existió una Bodeguilla del palacio de la Moncloa en tiempo de Felipe, eso sí, con pátina progre, donde también se hacían negocios y pactos de Estado. Es así como el PSOE se convirtió mayormente en un partido de derechas votable por una sociología de derechas que es masiva en Castilla La-Manxa, Extremadura o incluso Andalucía. En el que fue el gran feudo socialista del sur, el PP finalmente tiene la presidencia porque el electorado de centroderecha se ha emancipado de la obligación de votar al PSOE y ahora transita cómodamente de la rosa a la gaviota. Por eso también en Catalunya los socialistas siempre flotan en las municipales en el área de Barcelona o Salvador Illa puede disputar casi en solitario la condición de candidato "de orden" para presidir algún día la Generalitat. Lo siento por los de primero de neomarxismo que hacen números en los diarios pero si el nivel de renta fuera el factor sine quanon que explica el voto, Vox no habría pasado del 5% en todos los distritos de Barcelona donde ganan Jaume Collboni y Ada Colau. En España, Catalunya incluida, siempre ha habido muchos obreros y, como lo llaman ahora, mucho precariado de derechas.
El PSOE, que es un partido de derechas, se ofrecerá si hace falta a Feijóo como alternativa a los ultras de Vox si finalmente Sánchez no suma con el 'yolandismo'
La operación de derechización del espacio de Podemos ejecutada por Yolanda Díaz, como clama Iglesias, no busca nada más que salvar al soldado Sánchez. Y si la persistente baraka del actual presidente español se combina con un voto disciplinado a las listas de Sumar -tal como parece sugerir el mandato de la militancia de Podemos a favor del pacto-, Sánchez todavía podría alcanzar la playa el 23 de julio. Sánchez y el llamado gobierno de coalición o de izquierdas solo se pueden salvar girando a la derecha. La aceleración hacia la izquierda -agenda legislativa de Podemos en la cuestión feminista y trans, mala gestión de la ley del sí es sí, o ley Montero- ha llevado al PSOE no solo a perder 400.000 votos sino la mayoría del poder autonómico que ostentaba. Por eso, los barones territoriales han vuelto a desafiar a Sánchez. Para el PSOE, esta es la carambola del 23-J: derechizar a Podemos para que Feijóo -y Abascal- no lleguen a la Moncloa. Por eso brillan las navajas bajo la luna allí donde no hace mucho se soñaba con asaltar el cielo. Y por eso mismo el PSOE, que es un partido de derechas, se ofrecerá si hace falta a Feijóo como alternativa a los ultras de Vox si finalmente Sánchez no suma con el yolandismo, la operación para derechizar Podemos. Un pacto de estado de este tipo, con el precedente de la investidura de Mariano Rajoy en el 2016 gracias a la abstención de los diputados del PSOE salvo 15 irreductibles alineados con el "no es no" del entonces defenestrado Sánchez, sería perfectamente encajable en el paisaje de un país que es de derechas hasta los tuétanos. Como siempre, el ara del sacrificio de la izquierda española siempre está a punto para la próxima luna.