El filósofo francés Jean Baudrillard, uno de los autores más brillantes del hoy frecuentemente denostado pensamiento posmoderno, encolerizó a medio mundo en 1991 con un librito, La guerra del Golfo no ha tenido lugar, en el que cuestionó de raíz que pudiera hablarse de guerra y conflicto real ante lo que, a su juicio, no era más que un simulacro televisado de conflagración entre los rampantes Estados Unidos de Bush padre y el Irak del bravucón Saddam Hussein. Evidentemente, esa guerra tuvo lugar, pero la sensación de hiperrealidad proporcionada por aquellas fantasmagóricas imágenes de misiles cayendo sobre el cielo nocturno de Bagdad o Riad servidas por la CNN la, en teoría, guerra en vivo y en directo, surtían paradójicamente el efecto contrario: ocultar la verdadera dimensión del conflicto, la realidad real, la explicación, el porqué. El simulacro televisivo era una fábrica de conformidad y acriticismo. Aquello no era "la" guerra, pero como si lo fuese. “Ocurre como en la fábula de La Fontaine: el día que se produzca una guerra de verdad, ni tan solo notaréis la diferencia”, resumía Baudrillard.
Si no les convence el argumento de Baudrillard pueden sobrevolar el Google Earth e irse acercando al territorio donde pasarán sus próximas vacaciones; ya pueden pasear, si es su deseo, por Tombuctú o Ushuaia y experimentar la sensación de estar allí. O bien, acudir a otro intelectual francés, el sociólogo Pierre Bourdieu, para quien la televisión oculta mostrando. Ver no es garantía de conocer, ni siquiera verlo todo en tiempo real. Siempre se da un enfoque; la pantalla siempre sirve un cuadro determinado y siempre opera una determinada disposición del espectador ante lo que está viendo. Aquí podríamos echar mano de la teoría de la descodificación del británico Stuart Hall, según la cual, cada receptor reinterpreta el mensaje que le llega en función de su posición cultural, social, económica, etc. Pero para no aburrirles demasiado, explicaré que, como la Guerra del Golfo para Baudrillard, bien podría ser que el juicio al procés, que será retransmitido en directo por televisión a partir de próximo día 12, tampoco tenga lugar. Sin que haya empezado, se acumulan los indicios que nos permiten realizar semejante vaticinio.
La estrategia del Estado y la justicia española pasa por servir un baño de hiperrealidad preventiva y televisada del juicio al procés para parar el golpe en el escenario internacional
La fiscal general del Estado, María José Segarra, ha rechazado la presencia de observadores internacionales en la sala de vistas del Tribunal Supremo con las siguientes palabras: “Creo que en un juicio que tiene lugar en la justicia española, que es realmente respetuosa con las garantías de todo el mundo y que, además, ofrece una retransmisión en directo, es dudoso que se pueda ofrecer más transparencia”. Repárese en ese “además” porque ahí reside la clave. La justicia española, según la fiscal, es una justicia garantista, pero, por si acaso, se ofrecerá una "retransmisión en directo" con el fin de que no quede asomo de duda. Y, especialmente, en los tribunales y las cancillerías europeas donde el Estado español se la juega. Hay algunos nervios: "Hay que tratar de hacer imposible una eventual sentencia condenatoria contra España en los recursos de amparo presentados por los líderes políticos catalanes en prisión provisional por graves delitos", escribe en El País el jurista Enrique Guillén ("Constitucionalidad en Estrasburgo").
La pregunta es, por qué si el juicio va a televisarse, no se permite, en cambio, la presencia in situ de determinados observadores. ¿Por qué molestan? ¿Quizás porque pueden ver lo que va a quedar oculto en las pantallas? La estrategia del Estado y la justicia española pasa por servir un baño de hiperrealidad preventiva y televisada del juicio al procés para parar el golpe en el escenario internacional. Todo el mundo va a poder verlo. Pero no verá lo que debería ver y sí lo que quiere ver. Posverdad procesal en estado puro. Porque, ¿qué es lo que se va a ver? ¿Las presuntas pruebas de los delitos, rebelión, sedición, malversación... que todo el mundo sabe que no cometieron los encausados? ¿Qué va a hacer la acusación ―la fiscalía, el abogado del Estado, Vox―, mostrar vídeos-fake de los Jordis, o de Junqueras, o de Turull, o de Forcadell, incendiando contenedores, lanzando adoquines a la policía española, conminando a los Mossos a parapetarse tras las barricadas para defender la República del 27-O? ¿Y qué es lo que va a ver toda esa gente a la que desde por lo menos el 20 de septiembre del 2017 se le está haciendo ver todo eso que no existe mediante sumarios-fake como el instruido por el juez Llarena, o noticias-fake sobre pruebas-fake como las servidas día sí y día también la caverna digital pero también los periódicos ‘serios’ ―véase el caso de los papeles presuntamente comprometedores que los Mossos habrían llevado a la incineradora del Besòs para ser destruidos―? La retransmisión del juicio va a ofrecer lo que quiere ver la España sedienta de venganza, de escarmiento mayúsculo al independentismo, sobre todo por ser independentismo catalán. ¿O acaso está preparada España, la opinión pública española mayoritaria, alimentada durante tanto tiempo como todo tipo de falsedades, para otra cosa que no sea una vergonzosa condena de los líderes del procés?
La retransmisión del juicio va a ofrecer lo que quiere ver la España sedienta de venganza, de escarmiento mayúsculo al independentismo, sobre todo por ser independentismo catalán.
Ya puestos, TVE, o la cadena que hubiera tenido a bien de autorizar el Supremo, el ministro de Justicia o la Guardia Civil, podría haber retransmitido en vivo y en directo el traslado de los 9 presos y presas políticas desde Brians 2 a Alcalá-Meco y Soto del Real cual animales enjaulados o criminales peligrosos. No de otro modo pueden calificarse las condiciones de ese viaje de 700 quilómetros por carretera, con los acusados separados entre ellos, inmovilizados y casi a oscuras en un cubículo metálico del tamaño del retrete de un avión. Esa realidad no se vio en los noticiarios de las televisiones públicas y privadas de ámbito estatal. Y dudo de que la fiscal del Estado, en aras de la transparencia y el prestigio del sistema judicial español, se avenga a entregar al Tribunal Europeo de Derechos Humanos las grabaciones del circuito interno de televisión de los vehículos, que permitían a la Guardia Civil controlarlos en todo momento. Por ahora, solo ha trascendido el burdo vídeo en el que los conductores se mofan de los prisioneros mientras suena una canción punki contra la Guardia Civil; nada, para que los muchachos se echen unas risas en los foros habituales de la Benemérita.
La verdad es el simulacro. No, el juicio a los líderes del procés no tendrá lugar.