Da miedo echar un vistazo a las redes sociales después del brutal ataque perpetrado la noche del viernes en el mercado de Navidad de Magdeburgo, con el resultado de al menos 5 muertos y 200 heridos, embestidos por el BMW que conducía el ciudadano saudí Taleb al Abdulmohsen, residente en Alemania desde el 2006. La masacre es absolutamente execrable y el autor merece la condena más elevada que la justicia pueda aplicarle, sin ningún atenuante. Las vidas que se ha llevado con su acción aberrante nunca volverán y las secuelas físicas y psicológicas de las víctimas directas e indirectas quizás tampoco nunca se marcharán del todo. Lo sabemos por trágicas experiencias parecidas, algunas de ellas muy cercanas, ya sean los atentados de la Rambla de Barcelona y Cambrils de agosto del 2017 o los atentados de Hipercor o Vic, perpetrados en 1987 y en 1991. Que fuera la célula yihadista de Ripoll o el comando Barcelona de ETA no quita o añade ni un gramo de gravedad a aquellas acciones terroristas ni rebaja lo más mínimo el sentimiento de indignación profunda que todavía provoca recordarlas. De la misma manera, que el perfil del autor del ataque en Magdeburgo no encaje con el de un yihadista al uso, aunque su acción sea calcada de otras realizadas por terroristas islámicos, tampoco no tendría que añadir ni quitar una brizna de condena por su extrema gravedad, ni alterar lo más mínimo el rechazo que merece.
Y, no obstante, el hecho de que el perfil del autor, un médico que rompió explícitamente con el Islam y ha hecho elogios al partido Alternativa por Alemania, no encaje con el de un yihadista habitual, aunque la investigación policial continúa abierta, ha aguado la fiesta, también aquí, a los profesionales del odio que, desde el minuto cero atribuyeron el ataque al yihadismo y culpabilizaron a los inmigrantes musulmanes residentes en Europa. Exactamente igual que hizo lo extrema derecha profesional en Alemania, utilizando los muertos como arma arrojadiza contra cualquiera que discrepe de su "verdad" sobre la autoría de los hechos. Todo, en medio de una paranoia creciente que ve un terrorista en cada inmigrante musulmán y una conspiración liquidacionista de la cultura occidental en cada gobernante o político que no se declara islamófobo. Y en la que solo se considera "información" todo lo que pábulo a un relato armado en bulos, malinterpretaciones, datos manipulados o directamente falsos y vídeos fake de alta viralidad.
No es la primera vez ni será la última. Sin ir más lejos, los partidos españoles, y, el PP con especial intensidad, vivieron durante décadas de explotar las muertes de ETA con el manual de primero de populismo, removiendo los estómagos y las conciencias por un puñado de votos. Cualquiera que entonces pedía un esfuerzo a la política para favorecer un proceso de diálogo que pusiera fin a la violencia era masacrado verbalmente por los políticos y los editoriales de los diarios "constitucionalistas" cuando no directamente acusado de connivencia o apoyote al terrorismo de ETA. Los nacionalistas democráticos vascos y catalanes lo sufrieron en carne propia. Solo hay que recordar las detenciones de independentistas ordenadas por el juez Baltasar Garzón en 1992. Cuando ETA se disolvió, la misma estrategia de demonización se aplicó al procés independentista catalán desde despachos ministeriales y judiciales y cloacas del Estado, como evidencia la Operación Catalunya o las esperpénticas acusaciones de la trama rusa, ahora archivadas, con que el juez Aguirre ha pretendido morir matando (líderes independentistas).
La diferencia es que en la época que se hacía política de la peor especie con los muertos de ETA no existían las redes sociales y los niveles de toxicidad en los mensajes y el discurso público eran más controlables. La mentira de estado de José María Aznar con los atentados yihadistas del 11-M, el año 2004 en Madrid, desmontada por la gente, no impidió que durante años y años, algunos diarios capitalinos siguieran señalando a ETA o sus entornos como responsables en la sombra del peor atentado de la historia de España. Pero eran otros tiempos. En aquella tragedia, los mensajes para|por SMS, el famoso "pásalo", cuando los teléfonos móviles empezaban a ser una tecnología de uso masivo, sirvieron para desenmascarar la gran mentira. Hoy, mucho me temo que si un grupo terrorista de extrema derecha cometiera un atentado de la misma tipología que el 11-M, rápidamente señalaríamos al terrorismo islámico y la inmigración musulmana.
La matanza de Magdeburgo puede servir para que algunos justifiquen y disculpen el ascenso electoral de ultras y filonazis en Alemania por primera vez desde 1945
La matanza de Magdeburg, tanto si finalmente la ha cometido un yihadista camuflado o un desequilibrado con el modus operandi habitual de las acciones del terrorismo islámico, ha servido, de entrada, para inflamar la precampaña electoral en Alemania, de la cual se espera que la formación populista, ultra y filonazi AfD emerja como segunda fuerza política dentro de dos meses. Para los intoxicadores, que el ciudadano saudí, crítico feroz de Angela Merkel por su política de asilo, aunque tiene el estatus de refugiado en Alemania desde el 2016, haya alabado la política de los ultras de AfD, no nos tendría que hacer sacar conclusiones precipitadas. Que el gobierno federal alemán haya confirmado que el autor de la masacre sea abiertamente un "islamófobo", es decir, que profese las mismas ideas que la líder ultra Alice Weidel, no tendría que llevarnos más allá de la mera coincidencia. Que el tecnomagnate Elon Musk, el hombre más rico del mundo, que ya actúa como si fuera él quien cortará el bacalao en la nueva administración Trump, haya anunciado que colaborará con la próxima campaña electoral de AfD, después de haberse visto también con Giorgia Meloni y con Nigel Farage, tampoco. Todo eso está fuera del guion de los que marcan la agenda, claro está.
Que algunos necesiten muertos con etiqueta yihadista, lo sean o no, para rellenar sus discursos islamófobos y validar su solucionismo cruel e hipócrita de los problemas asociados a la mala gestión de la inmigración, tampoco debe ser una explicación válida del misterio de Magdeburgo. Pero, mientras tanto, alimenta el algoritmo del odio con que tantos y tantos caraduras se reconfortan en su escasez mental y humana. La matanza de Magdeburgo puede servir para que algunos justifiquen y disculpen el ascenso electoral de ultras populistas y filonazis en Alemania por primera vez desde 1945. Es la gran coartada. Y hay ganas de llevar Europa al precipicio, como entonces. Ciertamente, tenemos un problema en casa, y grave.
P.D: Feliz Navidad a todas las personas de buena voluntad.