Será un año duro, y ruidoso, como la tramuntana que estos días azota la bahía de Roses, en el Alt Empordà. En L'Escala, villa que exhibe con orgullo su pasado marinero, donde la tradición de la anchoa y el salazón se remonta a los griegos y los romanos que levantaron la vecina Empúries, unos pocos turistas —la gran mayoría, franceses— han salvado las dos semanas navideñas de los también pocos hoteles abiertos. Las expectativas para el año que empieza son prudentes, nos comenta el regente del pequeño establecimiento junto al paseo de mar donde hemos esperado a los Reyes. La subida de la inflación en Francia ya se ha notado en las reservas de fin de año y posiblemente afectará a las de Semana Santa. El cambio climático también ha alterado el calendario tradicional de la hostelería, que ahora suele tener un mal mes de junio, un julio a medias y un agosto a rebosar que se puede alargar hasta todo el mes de octubre. Previsiones, sin embargo, que pueden cambiar de un momento a otro. Son tiempos de cruzar los dedos y esperar que llueva, y nieve.

Soplan malos vientos por los cuatro lados del mapa. En un año electoral que será global, la tramuntana trae del norte elecciones al Parlamento Europeo, en junio, donde se verá hasta qué punto la ultraderecha populista —con un crecimiento inédito desde la Segunda Guerra Mundial— decide el próximo Ejecutivo comunitario. Desde nuestro extremo poniente, o sea, EE. UU., el fantasma del trumpismo, se presente o no Trump a las presidenciales, repercutirá en el clima electoral en Europa. Desde levante, la guerra de Putin en Ucrania, pero, sobre todo, la de Israel contra Hamás, amenazan la seguridad en esta parte del mundo y polarizan las opiniones y el clima social. Desde el sur, las llegadas incesantes de pateras con migrantes a las Canarias en condiciones infrahumanas, buena parte de los cuales aparecen en Calella o al Raval, son material incendiario en boca y tuit del populismo xenófobo. Por más que todo el mundo sepa —o quizás por eso— que Catalunya, como Barcelona, no podrá superar sin inmigración la crisis demográfica que sufre desde hace décadas, pero tampoco sus efectos sociales y culturales sin financiación y políticas propias de acogida y regulación.

En estas coordenadas se jugará la partida política que nos toca más de cerca. El secretario general de Junts, Jordi Turull, hombre poco dado a grandes declaraciones públicas, convergente —si se me permite—, de morro fort, ex-preso político, hoy todavía inhabilitado, y conseller de Presidència del gobierno Puigdemont, ponía este domingo las cartas sobre la mesa en una interesante entrevista en ElNacional.cat que arranca el año político. Hay al menos cinco o seis claves que trazan la carta de navegación en medio de las olas que se acercan. La primera es que Pedro Sánchez no tiene un cheque en blanco de Junts para sacar adelante la legislatura, lo cual dependerá del cumplimiento de los acuerdos de investidura y, obviamente, de la amnistía, que tendría que poder permitir el retorno de Carles Puigdemont. La segunda, y la tercera, que Junts quiere que el president en el exilio, sea el candidato a las europeas pero también —atención— en las elecciones catalanas. La cuarta, que Junts no votará a Salvador Illa como president de la Generalitat. La quinta, que, en cambio, sí que podría pactar con el también socialista Jaume Collboni en el ayuntamiento de Barcelona si así lo desea Xavier Trias. Y la sexta, que este año tendría que ser el del reencuentro estratégico del independentismo en el Parlament.

Junts necesita que Sánchez cumpla y que el independentismo se levante del sofá, se reagrupe en las instituciones y vuelva a la calle para recuperar la Generalitat

No hay que ser una pitonisa para ver que las cartas están sobre la mesa por parte de Junts. Como también que la partida que juegan los de Puigdemont es diabólica. Con la perspectiva de las elecciones catalanas, que serán en el 2025 si no se adelantan a finales de este año, Junts necesita que Sánchez cumpla los acuerdos para aspirar de nuevo a la hegemonía en el independentismo y tener opciones de liderar de nuevo el Govern. Sin embargo, al mismo tiempo, necesita reactivar expectativas reales de un referéndum de independencia, para reavivar la llama que quedó congelada el 10 de octubre del 2017, una promesa que saque de la abstención una buena parte del independentismo frustrado, decepcionado y fatigado del procés.

Junts necesita que Sánchez cumpla y que el independentismo se levante del sofá, se reagrupe en las instituciones y vuelva a la calle para recuperar la Generalitat. Y, por supuesto, con ERC como rival pero no imposible aliado. A la vez, Sánchez necesita que Junts no se descuelgue de la legislatura española, una travesía sembrada de escollos, a riesgo de ser literalmente arrasado por los que queman el muñeco y los que callan desde las más altas magistraturas; pero Salvador Illa, su hombre en Catalunya, no puede renunciar a ser president. O aceptar un cambio de cromos que la experiencia histórica ha demostrado en varias ocasiones que no suele salir muy bien.

Que los vientos, que también mueven las velas, y con ellas, la esperanza, nos sean propicios en el año recién estrenado.