El 17 de febrero del 2021, tres días después de las elecciones al Parlamento que dieron 33 diputados al PSC, 33 a ERC y 32 a Junts, el portavoz de los republicanos en el Congreso, Gabriel Rufián, propuso que su partido articulara un frente amplio de izquierdas con la CUP (9 diputados) y los comunes (8). Una mayoría insuficiente, dado que ERC, la CUP y los comunes sumaban 50 diputados, 18 menos de los 68 necesarios para investir a un presidente en primera votación. La propuesta para investir a Pere Aragonès pretendía aislar a Junts, que había quedado por detrás de ERC en las elecciones. Sin embargo, y paradójicamente, necesitaba a Junts para salir adelante o bien al PSC, que era el partido que había ganado los comicios del 14-F. Finalmente, Aragonès fue investido con el apoyo de la mayoría independentista realmente existente en aquel Parlament: 33 diputados de ERC, 32 de Junts y 9 de la CUP, 74 votos a favor en total. ¿Les recuerda algo, la propuesta de Rufián?

El episodio me ha venido a la cabeza haciendo sumas y restos sobre la composición del Parlament surgido de las urnas del 12-M. La mayoría de izquierdas digamos soberanistas que proponía Rufián, de 50 diputados, era inferior a los 55 -la suma de los 35 de Junts y 20 de ERC- que Carles Puigdemont propone ahora para articular "un Govern sólido de obediencia netamente catalana", es decir, con partidos sin referente o dirección real en Madrid. A los 55 de la suma Junts+ERC se podrían añadir, eventualmente, los 4 de la CUP, lo cual elevaría el conjunto a 59. El acuerdo independentista que propone Puigdemont es mucho más factible e igualmente legítimo que la nonata mayoría de izquierdas que Rufián proponía en el 2021. El problema aritmético, sin embargo, sigue siendo el mismo: solo se puede articular con el apoyo de un cuarto grupo, ahora, el PSC, que vuelve a ser el que ha ganado las elecciones. ¡Hagámoslo más difícil todavía!, parece haber sido el mensaje de los electores catalanes, de natural creativos.

Salvador Illa ganó las elecciones catalanas del 12-M de manera incontestable, en votos y escaños, un total de 42. Y lo hizo en un Parlament que, por primera vez desde 1984 (la segunda legislatura) no tiene mayoría nacionalista / soberanista / independentista. Los independentistas (Junts, ERC, la CUP y AC) han obtenido solo 61 de los 135 diputados, 7 por debajo de la mayoría absoluta. En las elecciones de 2017, el independentismo sumó 2.079.340 votos; en las de 2021, en pandemia, Junts, ERC, CUP, PDeCAT, FNC, PNC, 1.451.853, es decir, 627.487 menos. Ahora (cifras provisionales), la suma de Junts, ERC, CUP, AC, Alhora, FNC y Convergents, da 1.362.464 votos, 89.000 menos que en las anteriores. En cambio, PSC, PP, VOX y C's han sumado 1.486.578 sufragios, que son 345.000 más que el 2021. El melodrama sanchista de los 5 días de abril ha dirigido hacia el PSC 218.000 votos y 9 diputados más.

No obstante, Illa no tiene garantizada la presidencia porque su primera opción de pacto depende de ERC. Illa no es Inés Arrimadas, que a pesar de ganar las elecciones del 155 en el 2017 con 36 diputados, no podía sumar una mayoría unionista para ser investida. Ni tampoco es el Illa de 2021, que a pesar de ganar los comicios con 33 diputados, lo hizo en un Parlament con una sólida mayoría independentista de 74 escaños que dio la presidencia a Pere Aragonès. Ahora, esta mayoría no existe y ERC, la fuerza determinante en primera instancia, no ha dicho no a investir Illa -todo y que sí que ha hablado de pasar a la oposición. La situación postelectoral en que ha quedado ERC, es sin embargo, dramática.

Los republicanos, que han ostentado el Govern en solitario los últimos dos años y decidieron avanzar las elecciones pese a haber podido prorrogar los presupuestos, han bajado de 33 a 20 diputados, un registro desconocido desde que en el 2010, después de los tripartitos, cayeron a 10. Es la tercera bofetada de sus electores en 12 meses: 300.000 votos menos en las municipales de mayo del 2023; 416.000 en las generales españolas de julio y 178.000 en las catalanas del 12-M. Alguna cosa no han hecho bien los republicanos (y la culpa no es de Puigdemont). Así, el tercero y monumental porrazo electoral de ERC, velado por los sondeos amigos como el del CEO o el del CIS, ha dado paso a una crisis igualmente monumental, inédita también en la formación desde hace 15 años.

Alguna cosa no han hecho bien los de ERC (y la culpa no es de Puigdemont)

ERC tiene hoy una dirección dimisionaria, cuyos miembros se han ido cayendo como un castillo de cartas: dimisión del president Pere Aragonès; un primer anuncio epistolar de Oriol Junqueras para continuar, un segundo anuncio para renunciar a la presidencia pero no a volver; la marcha de la secretaria general, Marta Rovira, pero no antes del congreso extraordinario convocado para noviembre y el adiós del mano derecha de Aragonès en Presidència, el todopoderoso Sergi Sabrià. Un desfile, con los cuchillos suspendidos en el aire, en el que la autocrítica ha brillado por su ausencia, probablemente para no invalidar próximas decisiones. Así, la dirección dimisionaria de ERC decidirá el sentido del voto a la investidura -sin Junqueras, si es después de las elecciones europeas- pero la someterá a la validación de la militancia, lo cual añade más incertidumbre al escenario... y a la elección de Illa.

A diferencia de ERC, Junts+ Puigdemont per Catalunya, la candidatura del presidente en el exilio, ha subido de 32 a 35 escaños y 104.000 votos y ha recuperado el liderazgo del bloque independentista, pero se trata de una victoria agridulce: ni el independentismo es mayoritario en el Parlament, todo un cambio de paradigma, ni Puigdemont ha obtenido en las urnas la restitución de la presidencia que legítimamente proponía a los electores. No obstante, no puede tirar la toalla, porque, aunque remotas, todavía tiene opciones, muy pocas, ciertamente, de conseguir la investidura -y la restitución- en el Parlament. Opciones que, de entrada, no pasan tanto por una más que improbable investidura con los votos del PSC de Illa forzada por las necesidades de Pedro Sánchez sino por un escenario -insisto: improbable y empinado- en que la primera fuerza determinante del desenlace no es el PSC sino ERC.

¿Y pues? ¿Cómo deshacer el enredo? La investidura en general, sea de Illa o de Puigdemont pasa, en primera instancia, por ERC. En el caso de obtener en las negociaciones previas el apoyo de los republicanos -que tendría que ser un sí: la abstención sería insuficiente-, Illa podría reclamar abrir el baile de la investidura con 68 escaños garantizados: los del PSC, ERC y los comunes. En estas condiciones, una vez investido podría formar gobierno, incluso con ERC en la oposición, y fin del misterio. Si ERC pasa a la oposición, Illa tendría un gobierno en minoría de 42-48 diputados, en todo caso, unos cuantos más que los 33 con que Aragonès ha pretendido pilotar el país los últimos dos años.

Si, en cambio, ERC no compromete sus votos con Illa y opta por Puigdemont, el president en el exilio podría reclamar ser el primero a aspirar a la investidura con 55 votos garantizados (Junts y ERC) y, eventualmente, 59, si se añadiera la CUP. La suma indepe superaría con creces la del PSC y los comunes (48). Pero, paradójicamente, Puigdemont solo podría ser investido con la abstención de los socialistas. Así pues, las opciones de Illa para ser investido pasan por ERC. Y las opciones de Puigdemont, por ERC + Illa, pero no tienen por qué ser un sí a Puigdemont. El candidato del PSC ha anunciado que no facilitará una investidura de Puigdemont. El líder del PSOE, Pedro Sánchez, cuya continuidad en la Moncloa puede depender de Puigdemont y de ERC, también lo ha descartado "completamente", pero lo cierto es que en el segundo escenario descrito, de apoyo de ERC a Puigdemont, si el PSC de Illa no se abstuviera, y Puigdemont no fuera investido, se tendría que ir a nuevas elecciones. Dicho de otra manera, si ERC diera apoyo a Puigdemont, Illa se tendría que abstener para evitar nuevas elecciones. La contraria sería una decisión difícil de justificar para el candidato del PSC después de que desde el PSOE se haya advertido -como aviso a ERC- que una de las lecturas de los comicios del domingo pasado es que el electorado penaliza a quien bloquea.

Si ERC diera apoyo a Puigdemont, Illa se tendría que abstener para evitar nuevas elecciones

¿Se arriesgaría, Illa, a ser penalizado en las urnas por haber impedido la investidura del candidato con más votos no en las urnas pero sí en el Parlament, que es el órgano que inviste al president? ¿Iría a elecciones, de nuevo, habiendo fracasado como candidato con más opciones para liderar la nueva etapa de la politica catalana después del procés? ¿Y ERC, se arriesgaría? Obviamente, después de la sangría electoral continuada que han sufrido, es difícil que los republicanos opten por ir a nuevas elecciones. Pero si lo hicieran, y de acuerdo con el escenario descrito de apoyo a Puigdemont -fuera o no investido- los republicanos irían a las urnas libres de mochilas. De la mochila socialista que les ha vuelto a arruinar un ciclo político y electoral de éxito, el comandado por Junqueras i Rovira entre el 2011 y este 2024; de hecho, el mejor ciclo del partido republicano desde 1980. Y de la mochila de no haber facilitado, de nuevo, una investidura de Puigdemont, en este caso no telemática, como sucedió en el 2018, sino in situ, en vivo, y en persona. Escenario posible siempre que entre en vigor la ley de amnistía. Tampoco sería mala opción para someter un posible nuevo liderazgo o coliderazgo a la prueba de las urnas antes del congreso convocado para noviembre. ERC hará lo que le dé la gana, solo faltaría. Pero tendrá que calibrar bien la jugada. En la dialéctica entre el partido y el país, el país puede salvar al partido; al revés no suele pasar. Y el trabajo por delante en un país dimitido de sí mismo es inmenso.