No fue en una cafetería en Prenzlauer Berg, uno de los barrios de moda en Berlín, ni tampoco los interlocutores fueron Carles Puigdemont y dos enviados de Pedro Sánchez, pero hay que ver cómo es de corta, a veces, la distancia entre un artículo fake y la realidad. Fue en Madrid, en el hotel NH Ribera de Manzanares, junto al Vicente Calderón. Y en los encuentros participaron el posible futuro vicepresidente del gobierno español, José Luis Ábalos, lo más parecido a un secretario de organización del PSOE de aquellos de toda la vida -de los que hoy te amenazan con un nuevo 155 ("la segunda vez no cuesta tanto como la primera") y mañana te proponen un ministerio- y los jefes de los grupos de ERC (Joan Tardà), el PNV (Aitor Esteban) y el PDeCat (Carles Campuzano y Jordi Xuclà) en el Congreso. 48 horas después, Sánchez se convertía en presidente del Gobierno español, al triunfar por goleada y contra el pronóstico de muchos la moción de censura para derribar a Mariano Rajoy. La alineación de los astros ha hecho que el dirigente socialista, el renacido, el hombre a quien defenestraron la vieja guardia del PSOE, el Ibex 35 y el diario El País, haya tomado posesión este sábado sólo media hora antes de que lo hiciera el gobierno definitivo de Quim Torra. En el acto de la Generalitat, las ausencias -los presos y exiliados, representados por sus familiares-, contaron tanto como las presencias: los presidentes Pasqual Maragall, José Montilla y Artur Mas. A veces, el teatro de la historia, y de la política, -y de la vida- es un remolino que hace saltar por los aires la lógica del tiempo; y todo es un momento, un ahora, en que parece que el ayer, lo que pudo ser, está por venir, y el futuro viene cargado de pasados.
A Rajoy se lo ha llevado por delante el dedo acusador del juez de la Audiencia Nacional que ha condenado a los ejecutivos del consejo de administración de Gürtel (Bárcenas y compañía) mientras el presidente, José María Aznar, vuela libre. De aquellos polvos vienen estos lodos (putrefactos) y al PNV, ciertamente, se le hacía difícil, una vez activado el mecanismo de la moción de censura, cargar con el muerto y el puro. Pero fue la determinación de ERC y el PDeCAT el factor que, de carambola, metió al saco de Sánchez la bola vasca. Sánchez, en consecuencia, le debe su presidencia al PNV, pero más todavía al independentismo catalán. A medida que pasen los días se irá viendo que en este tiempo político -y vital- hiperacelerado habrá un antes y un después del desalojo de Rajoy de la Moncloa como hay un antes y un después del referéndum del 1 de octubre y la no independencia del 27, su epílogo. El inesperado triunfo de la censura de Sánchez, ha abierto varias ventanas de oportunidad para muchos actores políticos; o, al menos, las señala, las dibuja, en el complejo tablero español y catalán. Puntos de fuga, incluso, de intereses antagónicos. De aquí la confusión generalizada que reina todavía en todos los actores, empezando por el mismo Sánchez.
Merkel debe pensar que la repentina caída de su socio Rajoy es un regalo del cielo para que España no se convierta en la segunda Italia: que el nacional-populista Albert Rivera – "solo veo españoles"- no llegue al poder
No muy lejos de Prenzlauer Berg, uno de los barrios de moda en Berlín, la canciller Angela Merkel debe estar pensando que la repentina caída de su socio Rajoy es un regalo del cielo para que España no se convierta en la segunda Italia: que el nacional-populista Albert Rivera – "solo veo españoles"- no llegue al poder. O, al menos, que no lo haga mediante el paseo militar vaticinado por las encuestas. Rivera, absolutamente descolocado, es la segunda víctima de la moción de censura de Sánchez: el bipartidismo, después del fracaso de la presidencia en precario de Rajoy, ensaya una nueva vía para aplazar su sacrificio definitivo en manos de los emergentes. Es cierto que la maniobra ha necesitado del concurso del otro nuevo líder nacional-populista español, Pablo Iglesias, pero recuerden que el aspirante a asaltar el cielo vivirá en un chalet de 600.000 euros con "permiso" de la militancia de Podemos. Pablo ya es de la casta: el sistema cuenta con nuevos estabilizadores por el flanco izquierdo. Y si Merkel está satisfecha del cortafuegos que Sánchez ha puesto a los naranjas no lo debe estar menos una parte de la coalición política, económica y mediática que tuvo que bendecir el A por ellos y la llegada del régimen del 155. En el pleito catalán, España se ha empezado a dar miedo a ella misma y la imagen esperpéntica de los pelotones de ultras retirando lazos y cruces amarillas aplaudidos por Rivera o Carrizosa tiene mucho que ver. La hiperventilación unionista, por mucho que se vista de naranja, va en la dirección contraria del clima de distensión que, se supone, puede favorecer el levantamiento formal del 155. La moción de Sánchez vuelve a dejar a Rivera donde estaba: 32 diputados, es decir, 105 menos que el PP, 53 por debajo del PSOE y a 39 de Podemos y las confluencias.
La hiperventilación unionista, por mucho que se vista de naranja, va en la dirección contraria del clima de distensión que, se supone, puede favorecer el levantamiento formal del 155
Levantado, al parecer, el 155, y con Rajoy fuera de la presidencia de España, Rivera, en fin, es un obstáculo para cualquier intento de diálogo entre los gobiernos de Sánchez y Torra. Muchos corren ya, no obstante, a señalar el otro obstáculo: Puigdemont. Lo dicen sus adversarios habituales, pero el runrún también se escucha desde las filas del fuego amigo. No tanto desde ERC, para quien la satisfacción porque en Madrid haya vuelto a resucitar el pacto de San Sebastián 2.0, aunque sea por un rato, se suma a la que comporta la formación de gobierno en Catalunya y, en consecuencia, el alejamiento de unas nuevas elecciones. Es desde el PDeCAT, que estos días ha vuelto a ejercer en Madrid el papel (exitoso) de la vieja Convergència, desde donde Puigdemont será señalado pronto como un obstáculo para un tiempo todavía unicornial: el del diálogo. Lo que no se ve tan claro es qué obstaculiza o puede obstaculizar Puigdemont: la libertad de los presos y exiliados (amnistía)?; el reconocimiento de la violencia de Estado desplegada al 1-O?; el levantamiento efectivo del control sobre las finanzas de la Generalitat?; la restitución de las competencias del Estatut del 2006 fulminadas por el golpe del Tribunal Constitucional?; ¿la aceptación final de una consulta a la escocesa, pactada, por parte del Estado? ¿O acaso el temario del diálogo puede ser otro en estos momentos?
Una vez más, se parte de una falsa simetría: apartado Rajoy del escenario, Puigdemont también se tendría que apartar
Una vez más, se parte de una falsa simetría: apartado Rajoy del escenario, Puigdemont también se tendría que apartar. Pero, ¿es que quizás Arrimadas puede presentarle una moción de censura? No, gracias a la justicia española, que impide a Puigdemont materializar sus derecho político con plenitud accediendo al escaño del Parlament, como el resto de exiliados y presos que fueron elegidos el 21-D. El señalamiento de Puigdemont como el siguiente obstáculo a superar es, en todo caso, la vía que se invoca para neutralizar la realidad (incómoda): que no habrá diálogo y negociación entre los gobiernos de Sánchez -o de quien sea- y de Catalunya mientras no se reconozca, por parte de Madrid, que es Puigdemont, y nadie más, el presidente "efectivo" de la Generalitat. Puede gustar o no, pero es el Estado, la justicia española, quien la ha creado, esta situación.
Pedro Sánchez, que ha hecho bien en reconocer la presidencia y el gobierno "legal" de Quim Torra, el mismo Quim Torra a quien tildó de "racista" y "xenófobo" hace bien pocos días, haría mucho mejor, aún, en llamar a Berlín. Pablo Iglesias lo hizo y lo entendió enseguida (aunque Ada Colau y Xavier Domènech hagan ver otra cosa) Más a la corta que a la larga, el futuro político del flamante presidente de España puede depender de esa llamada.