Parafraseando el Pasqual Maragall que estampó en la cara del entonces jefe de la oposición Artur Mas aquello del 3% de Convergència, hoy se podría decir que no un partido, sino unos cuantos, y no un dirigente político, sino más de uno, y no un sistema político, sino al menos dos, el catalán y el español y, como ha apuntado Jordi Barbeta con precisión, quizás también el europeo, tienen un problema. Un problema que se llama Carles Puigdemont. Y que se ha hecho grande, enorme, y crecerá más después de la decisión del tribunal del land de Schleswig-Holstein (el federalismo es eso, por cierto) de descartar la entrega a España por rebelión del president catalán exiliado y aceptar, como máximo, una extradición por malversación que podría dejar en nada ―y por eso lloran los miserables― todo el proceso del 1-O.
Puigdemont siempre vuelve, si es que alguna vez se fue, aunque algunos hagan ver que ya no estaba, como ha podido pasar las últimas semanas. Los primeros movimientos del ejecutivo de Quim Torra, incluida la entrevista con Pedro Sánchez, el traslado de los presos políticos desde las prisiones madrileñas a otras radicadas en Catalunya, a los que se ha querido revestir de una (falsa) apariencia de normalidad; y en fin, la rebaja del tono de cierta prensa, cuyos analistas han relajado el nivel del insulto y la gracieta hiriente sobre el president exiliado, supongo que para favorecer la distensión... iban construyendo una cierta imagen que el incómodo expediente Puigdemont había dejado de marcar la agenda política. Que la realidad no te estropee unas buenas vacaciones de (presunto) post-procés... Pero no. La realidad es dura como una piedra. Insultantemente dura. Puigdemont no era ningún fantasma: sólo era un hombre esperando el próximo movimiento judicial sobre una partida que será larga, muy larga, y (también) muy política.
Puigdemont siempre vuelve, si es que alguna vez se fue, aunque algunos hagan ver que ya no estaba, como ha podido pasar las últimas semanas
La decisión alemana sobre Puigdemont es un terremoto con efectos en todas direcciones. Empezando por su partido, el PDeCAT, que el fin de semana que viene celebra una convención nacional en clave de congreso bajo la sombra... del nuevo partido/movimiento impulsado por Puigdemont, Torra y Jordi Sànchez. El arranque será este lunes en un acto en el Ateneu Barcelonès. En la medida en que Puigdemont se ha vuelto a consolidar como referente no sólo político sino moral de todo el independentismo, ningún movimiento en el tablero de la política catalana ni española podrá prescindir de él. Así, si bien hace meses que la pugna interna en el extraño artefacto que (pretendió) suceder a Convergència, el PDeCAT, está planteada sobre el grado de autonomía política y estratégica que tiene que tener respecto al president exiliado, el no del político gerundense a asumir la presidencia del partido es un todo o nada para los de Marta Pascal ―e incluso sus críticos―: o diluirse en la nueva fuerza transversal puigdemontista o arriesgarse a una progresiva desaparición del mapa.
Puigdemont es un antiguo convergente al que pueden votar los cupaires, o una buena parte de ellos, lo cual quedó demostrado con el sorpasso sobre ERC en las elecciones del 21-D de Junts per Catalunya, la lista del president. Si Puigdemont se hubiera presentado con las siglas del PDeCAT habría reducido mucho las posibilidades de victoria, y, en consecuencia, de mantener la presidencia de Catalunya ―aparte de que el Estado, como ha hecho, le impidiera el acceso―. Lo pronostiqué aquellos días en una conversación con una periodista importante de Madrid: Puigdemont pasaría por delante de ERC, contra todo pronóstico, porque para muchos electores independentistas su marcha a Europa ―junto con el resto de exiliados, entre los cuales también los republicanos Comín y Serret y después Rovira― era la mejor respuesta al brutal envite del Estado contra el autogobierno y los mínimos democráticos después del 27-O. Ahora, la decisión de la justicia alemana no sólo ratifica la efectividad de la estrategia de Puigdemont. Alemania también apunta que post-procés no quiere decir retorno a la autonomía, sino pelota hacia adelante y todos los caminos abiertos. Atención porque si el 20-S, el 1-O o el 27-O no eran golpismo, como ha dictaminado el tribunal de Schleswig-Holstein, sólo pueden ser democracia.
Atención porque si el 20-S, el 1-O o el 27-O no eran golpismo, como ha dictaminado el tribunal de Schleswig-Holstein, sólo pueden ser democracia
Por eso, el intento de la dirección de ERC de esquerrovergentizarse, es decir, de disputar la hegemonía a Puigdemont con las armas de la vieja CDC abrillantadas con retórica suavemente izquierdosa y, en paralelo, el alejamiento de las vías unilaterales, en coincidencia con el PDeCAT y en contra de JxCat, creo que tiene pocas opciones de triunfar, digan lo que digan las encuestas que se habían olvidado de Puigdemont. Las bases de ERC sí que se dieron cuenta en la pasada conferencia nacional del partido y enderezaron en parte la hoja de ruta de desescalamiento de la dirección. Al fin y al cabo, es la (discutida) estrategia al límite de Puigdemont, la pica que ha plantado en Flandes pero con la intención contraria del imperialismo hispánico, lo que, hoy por hoy, más puede acercar a Junqueras y el resto de los presos y presos políticos a la libertad. El juez Pablo Llarena, que próximamente tendrá que decidir si renuncia a la entrega de Puigdemont por malversación, o denuncia a Alemania ante el Tribunal de Justicia de la UE, lo tiene claro. El sueño de Quim Torra, recibir a Puigdemont en la Generalitat en una Barcelona desbordada por 1 millón de personas en la calle no es ninguna quimera.
La estrategia al límite de Puigdemont es lo que, hoy por hoy, más puede acercar a Junqueras y el resto de los presos y presos políticos a la libertad
El Tribunal Supremo español tiene un problema que se llama Carles Puigdemont. El deep state, el rey de España, Felipe VI, y la banda del "A por ellos" tienen un problema que se llama Carles Puigdemont. Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado (el chico que quiere sacar a España del espacio Schengen porque Alemania tiene una justicia independiente) tienen un problema que se llama Carles Puigdemont. Pedro Sánchez tiene un problema que se llama Carles Puigdemont. Y si fuera Ada Colau, iría con cuidado, porque también podría tener un problema que se llama Carles Puigdemont...