Una cafetería en Prenzlauer Berg, uno de los barrios de moda en la zona oriental de Berlín emergidos después de la caída del Muro. Dos emisarios de Pedro Sánchez esperan a un hombre alto, abrigo largo y bufanda —amarilla— al cuello. La cabellera, inconfundible, lo acaba de delatar. Viene solo. Es Carles Puigdemont, el president de la Generalitat de Catalunya exiliado después de la fallida proclamación de la República del 27 de octubre de 2017. Se identifican y lo saludan de manera fría.
—"¿Cómo se encuentra, president"?
—"Bien, gracias. Al grano. Se hace tarde."
La propuesta de los enviados del secretario general del PSOE es diáfana. Hay una moción de censura a Mariano Rajoy sobre la mesa que solo espera el momento propicio para ser activada. Posiblemente, una vez se haga pública la sentencia del caso Gürtel, que puede dar el golpe de gracia al PP y, singularmente, a su presidente. Pero el objetivo es de mucho mayor alcance que la mera sustitución del actual inquilino de la Moncloa. Sánchez necesita los votos del PDeCAT para sacar adelante la censura, pero, sobre todo, para convencer a Puigdemont de que es posible abordar una nueva transición española. La novedad es que se hará sin militares y sin ETA, cosa que, si bien inquieta al PNV, se resolverá con un pacto previo de ampliación constitucional de los derechos históricos vascos y navarros. El Rey, Felipe VI, desbordado por la camarilla político-mediática del "A por ellos", está dispuesto: no en balde, la alternativa al nuevo desastre del 98, el "naufragio del Estado", como titulará su artículo dominical en El País Juan Luis Cebrián, es la III República con la que amenaza Pablo Iglesias los fines de semana, pero, sobre todo, sueña Albert Rivera, reencarnación neofalangista del joven José María Aznar. Rivera hiperventila demasiado. El delirante eslogan "Solo veo españoles" ha encendido algunas alarmas en despachos influyentes. La agresividad contra los lazos amarillos exhibida en el Parlament por el diputado Carrizosa ha alarmado al PSC y el PP, los socios de los naranjas en el bloque del 155. Los gestos de intolerancia de Cs recuerdan demasiado a aquella dialéctica innombrable de los años treinta. En el bicentenario del Frankenstein de Mary Shelley, Albert Rivera inquieta a sus avaladores, los que le han insuflado la vida después de sus fracasos electorales, redimidos a base de encuestas imparables en el diario de referencia. España puede hundirse como el Titanic sacudida por la tormenta perfecta en que confluyen la crisis de los partidos del régimen del 78, devorados por la corrupción y la ineptitud de sus dirigentes, y el ridículo internacional provocado por el fracaso clamoroso de la estrategia de Soraya Sáenz de Santamaría contra el movimiento independentista catalán. España empieza a jugar en la liga de las democracias a la turca y, por primera vez desde el tardofranquismo, Alemania ha puesto a Madrid a los pies de los caballos: los jueces del tribunal de Schleswig-Holstein, que pueden rechazar la euroorden para entregar a Espanya a Puigdemont.
Por primera vez desde el tardofranquismo, Alemania ha puesto a Madrid a los pies de los caballos: los jueces del tribunal de Schleswig-Holstein, que pueden rechazar la euroorden para entregar a Puigdemont
No es el pacto de San Sebastián por el cual suspira cíclicamente ERC, y que el editor Eliseu Climent, gato viejo valenciano, recordará premonitoriamente en una entrevista en El Nacional, pero se le parece bastante. La propuesta es una presidencia corta de Pedro Sánchez —un año o año y medio— que daría paso a uno nuevo 77: convocatoria de elecciones constituyentes para elaborar en los dos años siguientes una nueva Constitución, no una simple reforma cosmética de la vigente, con una cláusula de aprobación condicionada al resultado en Catalunya del referéndum para validarla. Finalmente, el PSOE aceptaría —y practicaría— el federalismo. Si los catalanes votaran no, quedarían todas las opciones abiertas, incluida la de un referéndum a la escocesa con posibilidad de acceso a una independencia negociada. En cualquier caso, la autonomía catalana sería reforzada y blindada constitucionalmente ante el Estado central, que no podría ni intervenirla ni suspenderla.
Los dos interlocutores de Puigdemont piensan que si el enemigo número 1 de la España que no permite a los catalanes decidir su futuro les diera el sí, el Titanic por lo menos podría seguir navegando hasta el próximo iceberg. España volvería a ingresar en el club de las democracias avanzadas, imagen de la que ha vivido durante los famosos 40 mejores años de su historia y que quedó hecha añicos con la violencia policial del 1 de octubre del 2017, porras contra urnas. El aval de Puigdemont, el hombre que más ha contribuido a poner en evidencia la persistencia del franquismo y las rémoras autoritarias que arrastra el sistema español, sería la prueba irrefutable de la solidez democrática de una nueva España.
Los dos hombres del PSOE detallan al líder catalán que la participación del independentismo en la operación salvemos el Titanic implicaría, lógicamente, la amnistía para todos los presos políticos y exiliados catalanes en España, tal como se hizo en el 77, y el retorno con garantías y la restitución de la presidencia de Carles Puigdemont, tal como se hizo en el 77 con el caso del también Muy Honorable Josep Tarradellas.
Rajoy no tiene ninguna credibilidad para continuar donde está. Rivera se frota las manos. Pero recuerda demasiado a otro tiempo. ¿Por qué España no puede aspirar a tener una derecha normal?
El PP o lo que quede de él lo aceptará, aunque diga no, como hizo Fraga en la transición, argumentan los dos enviados. Entre otras razones, porque, ni entonces ni ahora, la derecha española ha sido capaz de pagar su deuda histórica. Más bien es al contrario: no para de engrosarla. Tal y como prevén los dos emisarios, la justicia española no tardará en dictaminar que el PP es un partido-ladrón y que Rajoy no tiene ninguna credibilidad para continuar donde está. Rivera se frota las manos. Pero recuerda demasiado a otro tiempo. ¿Por qué España no puede aspirar a tener una derecha normal?
Puigdemont escucha. Pero no hay respuesta. Todavía no. Los hombres de Sánchez se beben de un trago los dos cafés ya fríos y se despiden de Puigdemont con un apretón de manos. Se los lleva un coche oscuro. En Berlín cae la tarde pero la hora es blanda, como los relojes de Dalí.
Fin del artículo fake.