España, sur de Europa, enero del año 2019. Y, sin embargo, vuelven los tiempos del blanco y negro. Del No-Do. Con toda su carga esperpéntica y trágica. Los vientos que soplan de Europa y del Atlántico, el reaccionarismo filofascista versión 2.0, el iliberalismo trumpista, son la tormenta perfecta, la cobertura y la excusa idónea para que la derecha española se reconcilie con su pasado fachendoso y liberticida. El PP que nunca dejó de ser aznarista, el PP de los hijos de los que prosperaron —o siguieron prosperando— con el régimen franquista; pero también la izquierda gregaria, miedosa, que lo emula: el Parlamento extremeño, con el voto del PSOE, decidiendo el futuro de Catalunya por la vía de reactivar el 155.
¿De qué harás el artículo? Hemos vuelto a 40 o 50 años atrás, me dicen unos amigos en la sobremesa después de la inauguración en el Museu Monjo de Vilassar de Mar de la exposición Mediterrània. Los poetas Carles Duarte y Montse Assens, la ceramista Elisenda Sala, el pintor Joan Pasqual y la fotoperiodista e ilustradora Marga Cruz han reunido sus trabajos para celebrar la belleza de nuestro mar y denunciar la indiferencia. "El naufragio desolador de los que mueren buscando otros y necesarios horizontes es la imagen de nuestro propio naufragio, el de Europa, aquella hija del rey Agenor, que, raptada por Zeus, transformado en toro, fue llevada a Creta desde las costas fenicias, tan cerca de la Siria donde se han sucedido desde el 2011 episodios terribles de destrucción", escribe Carles Duarte en el prólogo del libro Ponts d'aigua, que sirve de pórtico al catálogo de la exposición. Bienvenidos los puentes de civilización, islas seguras contra la barbarie —la nuestra y la suya— y la desesperanza.
El PP ha oficiado en Madrid este fin de semana el retorno del aznarismo a la primera fila, treinta años después del congreso de refundación apadrinado por Fraga. Desde la sombra, Aznar —el hombre que perdonó la vida a media humanidad— ha conseguido imponer su relato en dos tiempos. En el primero, se ha atribuido a la gestión de Mariano Rajoy —el sucesor que él designó a dedo— la implosión y fragmentación del "centroderecha" español en tres fuerzas: el mismo PP, desalojado de la Moncloa por la fragilidad de "maricomplejines"; Ciudadanos, el Podemos neofalangista, y Vox, la genuina carcundia franquista. Divide et impera. El exitoso experimento andaluz marcará la pauta. Un PP electoralmente en caída libre ha arrebatado al PSOE el sevillano palacio de San Telmo, 36 años después, gracias a la división en tres ofertas de su herencia política. El elector andaluz no de izquierdas, cansado del PP que nunca ganaba la Junta, ha podido escoger entre darle la última oportunidad, o pasarse a Cs o a Vox con el fin de no desperdiciar ni un voto; para que, en resumidas cuentas, todos quedaran en casa. He ahí el milagro andaluz de la derecha española refranquistizada. Los Ciudadanos de Rivera y Arrimadas se han convertido en la marca naranja del PP; Vox es su marca negra. Son las vías para canalizar electoralmente el malestar interno a fin de continuar teniendo opciones de gobernar. Y la gran trampa, y el gran sarcasmo, es que esta España neofranquista, ahora sí, es Europa —"Si ellos tienen a Salvini nosotros tenemos a Abascal"—. La segunda parte del plan de Aznar es la reunificación de las tres familias, o lo que más se le parezca. También lo hizo Franco al final de la Guerra Civil para crear el partido único del régimen con el ensamblaje de la Falange, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista y la Comunión Tradicionalista Carlista (FET y de las JONS). La base de la denominada "democracia orgánica" (sí, como el cubo de la recogida selectiva).
La cuestión no es si te interesa más Sánchez o Casado en Madrid, sino cómo y con quién defenderás la próxima declaración de independencia contra el Sánchez y el Casado de turno
Es una matemática extraña. La derecha española, dividida, suma y gana; la izquierda, rota, envía a su gente a la abstención; el independentismo, depende. La nueva crisis de Podemos, con la ruptura definitiva entre Iglesias y Errejón, el pablismo-leninismo y la realpolitik postsocialdemócrata, le complica extraordinariamente la aritmética y el panorama a Pedro Sánchez, el falso renacido. El paisaje, para el independentismo catalán, es, ciertamente, de devastación. Con las recientes detenciones de independentistas en Girona, el deep state ha advertido que el estado de excepción encubierto declarado en Catalunya después del 27-O continúa vigente. No se puede romper el mapa y pretender que te siga orientando por un territorio que ya no existe. Para bien o para mal, el presunto pacto del 78, el autonomismo, es historia. Ergo la cuestión no es si te interesa más Sánchez o Casado en Madrid, sino cómo y con quién defenderás la próxima declaración de independencia contra el Sánchez y el Casado de turno.
FET y de las JONS versión 2.0 ejercerá la acusación popular en el juicio del 1 de octubre, vía Vox. Me preguntan mis amigos, en la sobremesa de este domingo: exactamente, qué es la Crida —la Crida Nacional per la República—, que se constituirá el próximo sábado? Intento responderles, después de darle unas cuantas vueltas: "El partido de Puigdemont que tiene que servir para ir más allá de Puigdemont". El próximo desafío: el independentismo catalán tendrá que empezar a pensar por sí mismo más allá de Lledoners y de Waterloo para dar respuestas a lo que venga. O no podrá salir adelante.