Baraka, palabra que viene del árabe marroquí bārāka y del árabe clásico barakah, significa bendición o gracia especial divina, fortuna. En Marruecos tienen baraka los jerifes, miembros de la familia real alauí, y los morabitos o santos. De Felipe González, que se construyó una residencia de veraneo en Tánger, se decía que estaba tocado por la baraka, que la suerte le había permitido gobernar España entre 1982 y 1996. En las elecciones de 1993, contra todo pronóstico, todavía consiguió imponerse a José María Aznar y pactó con Jordi Pujol, que, tres años después, lo dejaría caer ante el cúmulo de casos de corrupción que arrastraba el PSOE. La noche de las elecciones de 1993, González dijo aquello de que "había entendido el mensaje" al haber revalidado la victoria, aunque sin mayoría absoluta, a pesar de que la podredumbre le llegaba ya al cuello. Ahora, a Pedro Sánchez, por primera vez, se le está poniendo cara de Felipe González de los años noventa, cuando el carismático líder del PSOE chapoteaba en la corrupción.
Para González, todo había empezado con el escándalo Juan Guerra, hermano de Alfonso Guerra, vicepresidente del Gobierno y número 2 del partido, coartífice del cambio, de la histórica victoria socialista de 1982, que tuvo que dimitir, abriendo una crisis colosal en el PSOE. Luego, Jordi Pujol dejó caer a González en 1996, tres años después de haberle votado la investidura, ante el cúmulo de escándalos que el PSOE fue acumulando durante esa legislatura. La magia de la baraka se apagó y González, a pesar de la llamada "dulce derrota" en las siguientes elecciones, tuvo que cerrar la puerta de la Moncloa para que la abriera Aznar. Han pasado tres décadas de aquello, pero a veces la historia parece que tiene ganas de repetirse.
Sánchez, quien, por cierto, tiene uno de sus grandes enemigos en la figura del abuelo Felipe, ha sumado al fiasco del PSOE en las elecciones gallegas —con el peor resultado de su historia— el caso Koldo, a raíz del cual ha tenido que sugerir, de momento sin éxito, a su exministro y ahora diputado José Luis Ábalos, que abandone el escaño. La incertidumbre sobre la negociación con Junts de la ley de amnistía para los independentistas y la posible afectación a los presupuestos del Estado de un eventual desacuerdo final, delimitan lo que el diario madrileño más próximo a Sánchez, El País, definía este domingo como una "tormenta perfecta" —perfectamente letal— sobre la cabeza del inquilino de la Moncloa. El caso Koldo gira sobre las presuntas comisiones irregulares que habría cobrado del gobierno Sánchez y de los de las Balears y Canarias un asesor de Ábalos, Koldo García, por contratos de mascarillas durante la pandemia de covid-19. Un asunto feo, muy feo, que, de entrada, ha acabado con el mito del Sánchez que no debe políticamente nada a nadie salvo a él mismo.
Como en el caso de Felipe con Guerra y el asunto de su hermano, la bomba le ha estallado a Sánchez en el comedor de casa, en una parte del núcleo de colaboradores más próximo. Donde le puede hacer más daño
La baraka de Sánchez, recordémoslo, empezó con su primera gesta: la victoria en las primarias del PSOE para liderar el partido y optar a la presidencia del gobierno de 2017. Fue tras ser defenestrado por la vieja guardia, en una maniobra pilotada directamente por Felipe González, cuando él y 14 diputados socialistas se negaron a investir a Mariano Rajoy. La baraka siguió haciendo su magia en 2018, cuando Sánchez se convirtió en el primer presidente del Gobierno que accedía a esta condición al ganar una moción de censura; en 2019, cuando, a pesar de tener que convocar elecciones anticipadas al no aprobar los presupuestos, las ganó y formó con Pablo Iglesias (Podemos) el primer gobierno de coalición de la historia de España, y en 2023, cuando, a pesar de perder las generales del 23 de julio, superado por el PP de Alberto Núñez Feijóo, logró el apoyo de la Junts de Carles Puigdemont —además de mantener el del resto de socios, desde Sumar al PNV, pasando por Bildu y ERC— para ser investido de nuevo, siendo también el primer presidente del Gobierno que no ha ganado las elecciones. Pues bien. Todo tiene un principio, y Ábalos, y su asesor Koldo García, y el actual número 3 del PSOE y, por cierto, negociador con Puigdemont en Waterloo, Santos Cerdán, fueron claves para que Sánchez aplastara el aparato felipista, liderado por la andaluza Susana Díaz, en aquellas famosas primarias que le permitieron resucitar políticamente. Como en el caso de Felipe González con Alfonso Guerra y el asunto de su hermano, Juan Guerra, la bomba le ha estallado a Sánchez en el comedor de casa, en una parte del núcleo de colaboradores más próximo. Donde le puede hacer más daño.
Si Ábalos finalmente renuncia al escaño, Sánchez podrá revertir parcialmente la crisis en términos de autoridad política, pero el mal ya está hecho, en tanto que al enseñarle la puerta de salida a su exministro —quien, con toda la razón, insiste en que él no está acusado de nada— reconoce que la corrupción ha anidado en su gobierno y en unos momentos durísimos, como fueron los de la covid-19. Contrasta la situación del presidente español con la de una rival, en este caso externa, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que recientemente ha visto como su hermano, Tomás Díaz Ayuso, quedaba judicialmente exonerado de toda culpa en otro caso de comisiones irregulares en un contrato para proveer de mascarillas a la administración sanitaria. Sin la más mínima brizna de respeto por nada ni por nadie, Ayuso, que dejó morir a 7.291 ancianos y ancianas en residencias de la Comunidad al negarse a desplazarlos a centros sanitarios, lo ha justificado porque, ha dicho, se iban a morir igual. Ahora, el escándalo de las mascarillas del PSOE ha acabado de enterrar el de la siniestra gestión de la pandemia realizado por la lideresa madrileña del PP.
Quién sabe si, como Pujol con González en 1996, Puigdemont no deberá repensar ahora su apoyo a Sánchez si la amnistía no avanza y la corrupción se extiende por la Moncloa como un mal virus
Pero la baraka es caprichosa, como los dioses que la conceden, y, a veces, cambia de beneficiado o beneficiaria bruscamente. Sánchez podría estar atravesando ahora la misma situación que aquel González que perdió la baraka con los escándalos de la corrupción socialista: Guerra, Roldán, Filesa, fondos reservados, y el definitivo, el de las escuchas del Cesid. Y quién sabe si, como Pujol con González en 1996, Puigdemont no deberá repensar ahora su apoyo a Sánchez si la amnistía no avanza y la corrupción se extiende por la Moncloa como un mal virus.