En vísperas de la jornada feminista del 8-M, Pedro Sánchez tramitará la reforma de la ley del solo sí es sí, caiga quien caiga. Es decir, a pesar de la oposición de su socio del gobierno y principal impulsor de la norma, Unidas Podemos, y, a riesgo de que la modificación quede en manos del PP. El PSOE intenta así cortar el alud de rebajas de penas a condenados por delitos sexuales gracias a los márgenes de interpretación que permite el texto. El propósito, de entrada, loable, de suprimir la distinción entre violencia e intimidación que con el Código Penal anterior benefició penalmente a las manadas, expresión del machismo más descerebrado y despreciable y de su banalización, ha derivado en un despropósito legal sin paliativos: desde octubre del 2022, cuando entró en vigor la ley, y hasta este 1 de marzo, ha habido en todo el Estado al menos 721 reducciones de condena -49 en Catalunya- y al menos 74 excarcelaciones -5 en Catalunya-, según datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Es decir, un auténtico desastre que no se puede despachar, como pretende Unidas Podemos, como una mera ofensiva de los jueces conservadores para hundirlos de una vez por todas. Como mucho, lo que sí que hay es una parte de la judicatura española, efectivamente archienemiga de Podemos, que simplemente se limita a aplicar una ley de la factoría Irene Montero, con consecuencias tan devastadoras como imputables, de entrada, a la propia arquitectura y el redactado de la norma.
La partida tiene más implicaciones de las que parece, por graves que sean. En el fondo, y si no llegan finalmente a un acuerdo, tanto el PSOE como Unidas Podemos tendrán que agradecer al PP el voto a favor de la reforma de la ley del sí es sí. Pedro Sánchez podrá navegar con vientos más favorables la precampaña de las municipales y autonómicas del 28 de mayo, elecciones que, al mismo tiempo, funcionarán como antesala de las generales de diciembre. Sánchez no puede perder el voto de los sectores más moderados del electorado socialista. A su vez, Irene Montero podrá esquivar de manera definitiva la dimisión y mantener al mismo tiempo el corazón de su discurso, con el no a la reforma de la ley. Al mismo tiempo, la nueva líder in pectore del espacio a la izquierda del PSOE, la ministra y vicepresidenta tercera, Yolanda Díaz, que encabezará la marca Más País, podrá mantener la aspiración de ampliar la base de Unidas Podemos por el flanco derecho del electorado de izquierdas. Por lo tanto, el mismo segmento que, como apuntaba antes, no puede perder Sánchez si quiere aspirar a revalidar la presidencia. Por eso digo que Feijóo, quien, naturalmente, venderá su apoyo a la reforma del sí es sí en clave de razón de estado, como una obligación moral y patriótica, puede estar cavando su tumba. A la izquierda del PP, prisionero de la agenda de Vox como el PSOE lo ha sido de la de Podemos, nada es lo que parece y se reparten a espuertas los doctorados en trilerismo.
Así como las resoluciones del juez Marchena han permitido a Sánchez poner en marcha la precampaña más distanciado de ERC, ahora necesita darse el piro de la agenda feminista de Podemos -efectos indeseados de la ley del sí es sí pero también de la ley trans- con el fin de no perder electores de centroderecha que pueden ir al PP. También, de una parte del centroizquierda progre pero moderado, y, sobre todo, del feminismo clásico, aquel que el feminismo queer denomina despectivamente TERF (traducción del acrónimo en inglés "Feminista Radical Trans-Excluyente"). El problema del feminismo de nueva generación es que cada vez que estigmatiza a alguna persona como TERF, como feminista antigua u oxidada, asusta a diez mujeres que, en el día a día, no tienen ninguna duda de su jodida condición de mujeres, sin más. Mujeres tan conscientes de su condición a menudo subalterna en muchas esferas del dominio heteropatriarcal como poco necesitadas que nadie les rehaga la biografía.
Por eso, el PSOE necesita ahora un poco más Carmen Calvo, ex vicepresidenta del Gobierno y bestia negra del feminismo queer, y menos Irene Montero. El anuncio de la ley de paridad total, que obligará a la representación igualitaria hombre-mujer en todos los grandes órganos de decisión, que Sánchez hizo el sábado arropado por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y en presencia de Calvo, busca centrar la pelota en un campo de juego minado por los extremos y revitalizar el ideario feminista clásico con una norma que es, por letra y espíritu, de género binario. Sánchez quiere ganar la batalla del 8-M en terreno seguro. Es clarísimo el mensaje hacia las grandes mayorías de mujeres opacadas por las reivindicaciones y el triunfo mediático de lo trans, lo queer, lo no binario o lo fluído, es decir, todas las nuevas expresiones de la identidad articulada por el binomio sexo-género que cuestionan la dicotomía hombre-mujer.
El PSOE necesita ahora un poco más Carmen Calvo, bestia negra del feminismo queer, y menos Irene Montero
El problema y la paradoja del nuevo feminismo LGTBIQ+ del que hace bandera Unidas Podemos, es, que, a pesar de la retórica hiperinclusiva que gasta, si asusta a las "TERF", las feministas de toda la vida que han votado al PSOE, o en otros tiempos, a Izquierda Unida, aquí al PSC y a la extinta ICV, se puede encontrar en la Moncloa un gobierno del PP-Vox que, para empezar, suprima el ministerio de Igualdad, el de Montero. No por deseable, tendría toda la lógica en las coordenadas de la guerra cultural que, con un lejano eco gramsciano -la lucha por la hegemonía cultural- planteó el primer Podemos de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón (sí, tres hombres) como vía para traducir políticamente la revolución de los indignados, el 15-M. En cierta manera, Podemos tuvo que fabricarse a su propio adversario, Vox, un partido todavía inexistente cuando en las plazas de España había aquellos carteles de "la izquierda, al fondo a la derecha" o se cantaba aquello de "no hay pan para tanto chorizo". No sería de extrañar que el viejo profesor Tamames, antiguo dirigente del PCE, no acabe rescatando los lemas polvorientos del 15-M en la moción de censura a Pedro Sánchez que le ha encargado el ultra Abascal para tener a Feijóo a raya y congelado como un Rodolfo Langostino.