Las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia han hecho temer a muchos que Barcelona se convierta el viernes en un nuevo París en llamas, si no un Vietnam. El motivo no es que, aprovechando el aniversario de las elecciones del 21-D, el independentismo haya planificado un 27 de octubre reloaded, una declaración de independencia con final alternativo, sino el hecho de que Pedro Sánchez, al reunir el Consejo de Ministros en un día tan señalado en Barcelona, haya servido en bandeja una reacción a la francesa del independentismo de combate, "el" momentum CDR, la toma de la Llotja de Mar.
Es decir: la causa primera de lo que pueda pasar no es que el mal francés haya cruzado los Pirineos y haya contagiado a la gente de los chalecos de coral de la pasada Diada del Onze de Setembre, sino que un año después de la celebración de unas elecciones impuestas para blanquear el golpe contra el independentismo, Sánchez, como el simpático anunciador del Gordo de la Lotería, intente hacer ver que todo es posible por Navidad. No sé si es una provocación o un punto y seguido, pero es importante remarcarlo porque este es uno de los casos de cajón en que el orden de factores, qué fue primero y qué vino después, sí que (puede) alterar el producto y su venta, es decir, el relato del día siguiente.
Como en la dictadura y los inicios de la Transición, el Consejo de Ministros se cita en Barcelona mientras hay presos y exiliados políticos
Dicen que la intención primera era buena. Y que, al final, incluso habrá nueva reunión entre el presidente Pedro Sánchez y el president Quim Torra. Pero, sinceramente, se tiene que tener mucha fe para pretender que la tribu invite a fumar la pipa de la paz después de haberla masacrado. El Consejo de Ministros no se celebraba en Barcelona desde febrero de 1976, cuando lo reunió en el palacete Albéniz el recién proclamado rey de España Juan Carlos I de Borbón, el sucesor del dictador Francisco Franco en la jefatura (civil y militar) del Estado. Entonces se acordó poner en marcha una comisión para dotar de un status especial las cuatro provincias de Catalunya; un intento de resurrección por la puerta falsa de la Mancomunitat, en realidad un mero sucedáneo, abandonado después con la Operación Tarradellas. También Franco había reunido el Consejo de Ministros en Barcelona varias veces, en el palacio de Pedralbes. Sánchez, en fin, recupera una vieja tradición ligada a momentos de excepcionalidad y cínica voluntad "normalizadora". Como en la dictadura y los inicios de la Transición, el Consejo de Ministros se cita en Barcelona mientras hay presos y exiliados políticos, en concreto miembros del Govern y del Parlament catalán y las entidades ANC y Òmnium. La paradoja es que España es ahora una democracia integrada en Europa.
Pero volvemos al mal francés. El miedo a las consecuencias de la decisión de Sánchez, es decir, que emerja la violencia en las protestas convocadas por varias organizaciones independentistas, es una inflexión positiva. Por primera vez, los poderes españoles están cuestionando su propio relato: si tanta inquietud hay por lo que pueda pasar el viernes es, porque, en el fondo, todo el mundo sabe que hasta ahora todas las movilizaciones del independentismo han sido pacíficas. Que es lo que, evidentemente, recuerdan, sin excepción, todos los llamamientos que se han hecho desde el Govern, las entidades y por parte de los presos políticos para que la protesta vuelva a ser pacífica y a cara descuberta. Es obvio que la cabina de mando del independentismo mayoritario no quiere que las calles pasen a ser de los encapuchados, de Arran, o de los infiltrados del lado oscuro, que también. Pero el llamamiento a la calma va mucho más allá.
En Francia, a pesar de la violencia desatada por los chalecos amarillos, nadie ha sido acusado de rebelión ni sedición
Si, a diferencia del caso de los chalecos amarillos, las protestas del independentismo catalán han sido pacíficas, ¿por qué los presos políticos continúan en prisión preventiva? ¿Por qué el juicio en el Supremo contra los líderes del 1-O sigue adelante? Porque a diferencia del Estado francés en el caso del desafío de los chalecos amarillos, el Estado español no hace política con el independentismo catalán.
En Francia ha habido golpes de porra y detenidos. Muchos detenidos. La protesta ha sido duramente reprimida por la policía, aunque allí no ha habido urnas, como aquí en el 1-O, sino fuego y barricadas. Pero a pesar de la violencia desatada por los chalecos amarillos, nadie ha sido acusado de rebelión ni sedición. A lo cual cabe añadir que Emmanuel Macron no sólo ha renunciado a aplicar la subida de la tasa del diésel y la gasolina que encendió la mecha de la protesta, sino que ha incrementado en 100 euros el salario mínimo a todos los franceses. Aquí se acaba el juego de las diferencias. Definitivamente, los chalecos amarillos y los chalecos coral no son hijos de la misma madre ―o padre―, quiero decir de la misma revolución; y Macron y Sánchez todavía menos.