“Tornarem a lluitar, tornarem a sofrir, tornarem a vèncer” (“Volveremos a luchar, volveremos a sufrir, volveremos a vencer”). La frase la pronunció Lluís Companys desde el balcón del palau de la Generalitat el 1 de marzo de 1936 cuando regresó triunfalmente a Barcelona tras ser amnistiado por Manuel Azaña y reelegido president de la Generalitat. Después de las elecciones de febrero de aquel año, que dieron la victoria al Frente Popular en España y al Front d’Esquerres en Catalunya, el presidente de la República española quiso cerrar mediante la puesta en libertad de los 3.000 presos políticos, entre ellos la práctica totalidad del Govern, y el restablecimiento de la Generalitat, la herida abierta por los Fets d’Octubre. Una revolución, dicho sea de paso, que, como destacó Josep Fontana en La formació d’una identitat. Una història de Catalunya, no fue un hecho aislado, ni mucho menos un sainete, sino uno de los movimientos de respuesta que se produjeron en la España y la Europa de 1934 ante el avance del fascismo. ¿El pasado que nunca se fue? Más bien sucede que el ayer no vuelve tan fácilmente como fantasean algunos.
Fijemos el frame, como se dice ahora: en 1936, Azaña abrió un “nuevo tiempo” con Catalunya -expresión de este sábado de Pedro Sánchez en Barcelona- abriendo las puertas de las cárceles y del Parlament.; y comparémoslo con el presente. Sánchez pretende conservar el apoyo de ERC en Madrid, como el que brindaron Companys y las izquierdas catalanas a Azaña, sin amnistía y regateando los indultos, a la par que se aprovecha de la pertinaz intervención judicial de la política catalana, que encubre y alarga a la práctica la vigencia el formalmente desactivado 155, para favorecer a su candidato-sorpresa a la Generalitat, Salvador Illa. Ese es el tornillo suelto del diálogo -siempre necesario- y la colaboración -legítima y leal- de ERC con el gobierno del PSOE y Podemos en Madrid que puede costarles de nuevo la victoria electoral a los republicanos en Catalunya. El avance en paralelo del PSC y Junts en (casi todas) las encuestas dibuja ese escenario.
Porque, no nos engañemos. La fecha de las elecciones es importante, muy importante. Y es escandaloso el manoseo antidemocrático y el tufo a 155 permanente que rodea su sometimiento al criterio de los tribunales por encima de los riesgos que entraña la evolución, incontrolada, de la pandemia. Pero sean las elecciones el 14 de febrero -como quieren Sánchez y su candidato Illa- o el 30 de mayo, como preferían Pere Aragonès y casi todos los partidos excepto el PSC, con más o menos énfasis, lo que al final importará, como siempre, es quién y en qué condiciones va a formar gobierno, que es de lo que se trata. En buena lógica, como ya sucedió en diciembre del 2017, el independentismo debería boicotear los comicios, pero eso sería regalarle el partido al adversario por incomparecencia.
Sánchez no es Azaña, que amnistió a Companys, ni Felipe González, que sacrificó al PSC para que Pujol le apoyase en Madrid y gobernase Catalunya a sus anchas
No estamos en 1936 -aunque los paralelismos sean muchos-... ni en 1993. Para ERC debería haber quedado claro que Sánchez no es Azaña, que amnistió a Companys, ni tampoco Felipe González, que sacrificaba al PSC para que Jordi Pujol le apoyase en Madrid y gobernase Catalunya a sus anchas. Un esquema que, como es sabido, rompió en su día el PSC de Montilla, Zaragoza e Iceta con Maragall y el mismo Montilla, con ERC como apoyo. Ahora, el PSOE no quiere que la ERC de Aragonès sea la CiU de Pujol, o, como mucho, que solo lo sea a medias, como sostén parlamentario en Madrid. Sánchez quiere conseguir lo que Arrimadas no pudo en el 2017, hacerse con la presidencia de la Generalitat, algo que Illa sí parece tener opciones de lograr, incluso sin ser necesariamente primera fuerza si el independentismo no suma la mayoría.
A Jéssica Albiach no se le ha oído decir no a estar en un gobierno con Salvador Illa investido por la ultraderecha de Vox
Illa calla ante el ofrecimiento de votos gratis de la ultraderecha de Vox para su investidura como calló Ada Colau cuando se los regaló Manuel Valls para impedir que el independentismo, ERC, se hiciera con la alcaldía de Barcelona. Además, y a diferencia de Arrimadas, Illa puede sumar al voto gratis del antiguo 155 ampliado con Vox -Ciudadanos y el PP- el de los comunes. He ahí la clave. A Jéssica Albiach no se le ha oído decir no a estar en un gobierno con Salvador Illa eventualmente investido por la ultraderecha. De nuevo es el modelo Colau -de ultrapragmatismo cínico para conservar u obtener la silla cueste lo que cueste- el que parece estar encima de la mesa del amigo Sánchez y su spin doctor de cabecera, Iván Redondo. Ante lo cual, a ERC, i a Junts, y a la gente más sensata de la CUP, no le queda otra que asumir la (dura) realidad y decretar el cese immediato de hostilidades mutuas para movilizar y reagrupar todo el voto independentista que el (lógico) miedo al contagio permita. De ello depende que, en las próximas elecciones, se celebren cuando se celebren, puedan volver a completar la histórica frase de Companys: “Tornarem a lluitar, tornarem a sofrir...”