Parece que nadie se acuerde que el 14 de febrero votamos pero lo cierto es que el calendario corre y estamos en la tercera semana después de la segunda investidura fallida de Pere Aragonès sin que asome por ningún sitio la solución de las negociaciones entre ERC y Junts. Uno empieza a dudar que, realmente, la Generalitat pinte algo políticamente hablando, más allá de su dimensión estrictamente tecnocrática, administrativa, de gestión de servicios o regulaciones básicas de la vida cotidiana, la sanidad, la enseñanza o -en parte- la seguridad pública. Es cierto que Catalunya no es el único caso donde se ha producido una larga interinidad del gobierno saliente: ha pasado en España con Rajoy, con más de 300 días en funciones entre el 2015 y en el 2016 y con Sánchez, con más de 200 días en el 2019; o en Bélgica, con 650 días sin gobierno federal entre el 2018-20. Pero la diferencia es que aquí no es sólo que tengamos gobierno en funciones desde que Quim Torra lo disolvió de facto en enero del 2020 sino que no tenemos presidente en funciones y es el vicepresidente, Pere Aragonès, a la vez candidato fallido a la presidencia en las dos primeras votaciones de investidura, quién lleva las riendas. Y no tenemos presidente en funciones porque al último presidente no lo tumbaron los ciudadanos en las urnas, o una moción de censura en el Parlament, sino los jueces en los tribunales con una sentencia política. He ahí la diferencia y la anomalía.
Sin duda, no faltarán razones para mandar a hacer gárgaras a los principales partidos independentistas, ERC y Junts, Junts y ERC, porque, en medio de los efectos de la crisis post-covid o en vísperas de la cuarta oleada de la pandemia -si la vacunación no se acelera- han sido incapaces hasta ahora de ponerse de acuerdo. Podríamos preguntarnos por qué razón el candidato a la investidura, que sigue siendo Aragonès, no haya cogido el toro por los cuernos para ponerse al frente de las negociaciones. Hasta ahora, lo que ha resuelto el equipo negociador de ERC es un pacto con la CUP que no le ha servido ni para superar las dos primeras votaciones de investidura ni para intimidar a Junts con la pinza de 33+9 diputados de los republicanos y los anticapitalistas, la presunta fórmula mágica para romper el empate técnico 33-32 con los de Puigdemont. El esquema negociador de ERC, el hecho de haber escogido a CUP como primera pareja de baile, ha puesto en manos de Junts la llave de la investidura y de la legislatura. Hasta el punto que sectores de la formación de Carles Puigdemont y Jordi Sànchez plantean investir a Aragonès y pasar a la oposición, o, incluso, ir a nuevas elecciones. Además, Aragonès sabe que en ningún caso el programa pactado con la CUP le garantiza la estabilidad para la legislatura, sometida ya de entrada a la incertidumbre de una cuestión de confianza que tanto puede abrir la puerta a una segunda parte del mandato como ponerle punto y final. Alguien no ha hecho bien las sumas y restas en el estado mayor de los republicanos o sus entornos.
El esquema negociador de ERC, con la CUP como primera pareja de baile, ha puesto en manos de Junts la llave de la investidura y de la legislatura
Pero las diferencias -y los errores tácticos, por no hablar de los estratégicos- entre ERC y Junts, incapaces de pactar una tregua en la lucha agónica que mantienen por la hegemonía del independentismo, son una explicación insuficiente. Catalunya no tiene ni siquiera presidente en funciones porque el último presidente fue inhabilitado por la justicia española por haber desobedecido la exigencia de retirar una pancarta del balcón del palacio de la Generalitat. El abogado, diputado de Junts y ahora exmiembro de la Mesa del Parlament Jaume-Alonso Cuevillas, a quien los vigilantes del campo de concentración mental levantado después del bloqueo del procés independentista alaban ahora como víctima de una "purga" de Borràs y Puigdemont, tiene toda la razón, desde el punto de vista práctico, cuando dice que no tiene sentido inmolarse por "tonterías". Pero es precisamente porque la política catalana se tiene que mover en un marco en que un presidente puede ser destituido por una "tontería" -la famosa pancarta de Torra- que sólo incorporando el factor dignidad en la respuesta, mediante la desobediencia, se puede aspirar a denunciar la injusticia e incluso restablecer el normal funcionamiento de las leyes.
El problema no es tanto que por una "tontería" te inhabilitan sino que te inhabilitan por una "tontería" como la pancarta de Torra
Posiblemente es una "tontería" inmolarse políticamente por una pancarta pero mucho más todavía lo es que eso sea posible en un estado pretendidamente democrático y de derecho. Que un presidente sea inhabilitado por ello. El problema no es tanto que por una "tontería" te inhabilitan sino que te inhabilitan por una "tontería" como la pancarta de Torra. Pues bien. Ese es el tema. En Catalunya continuamos sin presidente, también, porque la represión del movimiento independentista no se acabó con la sentencia del 1-O, que empieza a dar miedo incluso a algunos magistrados recusados por Puigdemont i Junqueras que, ante el riesgo de un revolcón en Europa, se apartan prudentemente del escenario, de la causa. Y pese a ello, continuamos sin presidente y Govern porque los que negocian parece que no se den cuenta de que el estado de excepción no declarado aplicado a Catalunya desde el discurso de Felipe VI del 3 de octubre del 2017, precisamente por eso, porque no se declaró, no hace falta levantarlo.
Un estado de excepción que, como ha puesto de manifiesto la revocación del tercer grado a Forcadell y Bassa, mantiene en la prisión o en el exilio a los principales referentes de ERC y Junts. Y es este mismo estado de excepción el que ha envenenado hasta extremos inéditos las relaciones entre ERC y Junts, Junts y ERC, lo que ha disparado las contradicciones y ahora mismo es el verdadero obstáculo para el pacto y para formar gobierno por las diferencias sobre cómo hacerle frente. Es la represión lo que impidió la investidura de Puigdemont porque Roger Torrent suspendió el pleno el 30 de enero del 2018 y es la represión lo que le ha valido al ya expresidente del Parlament de ERC una querella de la fiscalía por desobediencia por una de esas "bajanades" de que habla Cuevillas: la tramitación de resoluciones parlamentarias sobre la autodeterminación y de reprobación del rey de España.
Es el estado de excepción aún no levantado el que ha envenenado hasta extremos inéditos las relaciones entre ERC y Junts, Junts y ERC y ahora mismo es el verdadero obstáculo para formar gobierno
Durante mucho tiempo, Catalunya, mediante los diversos relatos de los catalanismos, ha intentado hacer pedagogía de si misma hacia fuera, hacia España y el mundo. Ha llegado la hora de hacérsela a ella misma, la pedagogía, hacia dentro. En estos momentos, es este el relato que pueden compartir Junts, ERC, la CUP y todo el independentismo: el de la persistencia de la represión y el estado de excepción no declarado y la necesidad de hacerle frente. También, cuando negocian un nuevo Govern. No se trata de la confrontación por la confrontación. Es que no hay más margen. O eso, o, al final, no les creerá nadie. Catalunya debería tener Govern pronto y habría que levantar pronto el estado de excepción que impide gobernarnos -y pedirnos todas las cuentas que haga falta-. Y construir nuevos relatos de futuro, en positivo.