Me llegó el libro a las seis de la tarde del miércoles. El jueves a media mañana ya me lo había zampado. Al terminar la voraz lectura no sabía si estaba molesto, decepcionado o sencillamente me tocaba decir "¡la madre que lo parió"!, esbozando una sonrisa socarrona, de complicidad. Tanto, que estuve tentado de escribirle y hacérselo notar.
Pero no. Lo cierto es que me lo he tragado de un tirón, con fruición, sobre todo las 150 primeras páginas de Merèixer la victòria, cuando David —hubo un tiempo en el que en Catalunya cuando se hablaba de David no había que añadir ningún apellido— disecciona a muchos personajes del mundo de la política y de la empresa a los que ha conocido y con los que ha tratado. Es probablemente la parte más golosa de un libro que dice —para cuidarse en salud (judicial)— que es una novela, que ficciona. Después pierde la capacidad de sorpresa, aunque mantiene el interés, sencillamente porque se entrega a las pasiones y fobias personales. Jordi Sànchez es el héroe, el alma y el cerebro del 1 de Octubre, mientras que Oriol Junqueras es siempre el problema. Hay, en este aspecto, el maniqueísmo que en el relato niega de facto, y que intenta compensar con una cierta crítica de fondo a Carles Puigdemont (por Trapero o Torra), pero sin ahorrarle elogios y reconocimiento, si bien sin decirlo explícitamente, enmienda estratégicamente al tótem exiliado y a la totalidad.
David entiende el poder y su ejercicio. Y se relaciona con él con comodidad. Por eso defiende acuerdos y pactos y se estremece ante las proclamas enardecidas de los últimos años, del simplismo y la astracanada. Y también, quizás por este motivo, le hace un homenaje con mayúsculas a Josep Sánchez-Llibre, en contraposición a Duran i Lleida, a quien cree que le pierde su altanería y su egoísmo, y de quien dice que se lo debe todo al primero. En la galería de personajes, también está el editor José Manuel Lara, al que describe como un hombre de palabra. O Alicia Sánchez-Camacho, quien sale bastante más malparada.
Leer Merèixer la victòria es demoledoramente esclarecedor para entender el gen convergente y qué es la hegemonía, ejercerla y sentirla
Pero lo más auténtico y revelador es como David proyecta con toda franqueza que existe un orden natural en la sociedad. No hay maldad cuando lo afirma, hay la herencia de un gen. Lo expresa sin tapujos, lo narra como lo vive. Justo al contrario que mi abuela Neus, que me decía "yo he venido a este mundo a servir". Era la misma conciencia de clase —en este caso, subalterna—, pero en la base de la pirámide. Lo que no significa que él no pueda ser un tipo generoso, de buen trato, divertido y directo. Que lo es. Sin contemplaciones, suelta alguna perla que, de entrada, te choca. Así, defiende a Marta Ferrusola cuando dijo eso de "es como si nos hubieran entrado en casa". Porque ese acuerdo de los republicanos con Pasqual Maragall —de quien no escatima elogios, mientras que ignora a Montilla y a los republicanos— provocó un vuelco histórico en el Govern de la Generalitat que ponía en cuestión una hegemonía que ni se debate ni se discute. Es la premisa básica de David, el punto de partida. Esta hegemonía, construida siempre sobre el espacio convergente en permanente refundación, es consustancial a Catalunya. Este, en el fondo, reproche arriba, reproche abajo, es lo que no le perdona a Junqueras: cuestionar esta hegemonía, no ponerse de cara o pretender sustituirla.
Genio y figura, a David tampoco le falta abuela. Ni modestia ni falsa modestia. Lo cual no significa que no sea de las personas más capacitadas que afloraron o se formaron mientras Jordi Pujol (habla de él con estima y consideración, igual que de Oriol Pujol) construía una hegemonía que, a trancas y barrancas, ha llegado hasta nuestros días. O que él haya tenido un papel determinante en no pocas coyunturas y, en particular, al lado de Artur Mas. De hecho, David es de ideólogo de la lista única, que sigue defendiendo con uñas y dientes como imprescindible y superadora de la confusión. Evidentemente, cimentada sobre la hegemonía natural y tradicional. Es decir, convergente. Una propuesta —¿un arma arrojadiza imbatible?— y que siempre deja a los republicanos a la defensiva, en calzoncillos y acomplejados. De Mas también habla maravillas. También, de paso, de David Fernández, precisamente por abrazarse a Mas el 9N. Incluso dedica un capítulo amable a Antonio Baños, cuando este maniobra para evitar la decapitación de Mas en manos de sus excompañeros. Por el contrario, afirma al autor, con la CUP no se puede ir ni a la vuelta de la esquina.
Leer Merèixer la victòria es demoledoramente esclarecedor para entender el gen convergente y qué es la hegemonía, ejercerla y sentirla. Es un relato de parte y lúcido a la vez, de un nacionalista empedernido, de armas tomar, de un tipo con una personalidad que puede llegar a ser abrumadora, que cree con vehemencia en sus convicciones y que las defiende sin concesiones. Es David, Madí.