La aparición de Carles Puigdemont en Arc de Triomf ha sido el último (y desesperado) intento de matizar la derrota electoral del president 130 contra Salvador Illa el pasado 12-M, con la consecuente pérdida de la mayoría absoluta independentista en el Parlament. Puigdemont sabía que no podría acceder a la cámara catalana e imaginó una performance escapista para eclipsar mediáticamente la investidura. Lo consiguió, aunque, hecha la cabriola, la inercia de la autonomía ha empezado a correr sin freno y Puigdemont ya solo puede compartir la gesta con su gatito de Waterloo. La máquina de chantaje convergente, que pretendía culpar a Esquerra de la posible detención del Molt Honorable, también se ha desvanecido rápidamente, porque todo el mundo (que no sea un creyente cegado) sabía que a Puigdemont lo habrían amnistiado pocos meses después y que solo pisó el territorio para marear la perdiz. Si todo acabara aquí, su jugada no tendría mucho más recorrido.
El problema es que, con su egotismo oceánico y falta de responsabilidad, Puigdemont ha puesto el foco en los Mossos con una dosis de bilis inaceptable. Joan Ignasi Elena y sus mandos no se lucieron, porque dejar escapar a una persona que tienes a pocos metros de distancia resulta una pifia de seguridad digna de una república bananera. Eso ya es difícilmente excusable, pero la incompetencia es más fácil de tolerar que las malas intenciones; porque el president (y su comité de asesores legales) saben a la perfección que su gracieta comportará acciones judiciales contra los agentes y los altos responsables de nuestro cuerpo de policía, unas más que posibles acusaciones de encubrimiento que los nuevos represaliados por las togas no podrán salvar a través de la amnistía. Poner en peligro la vida de la gente por una foto es, insisto, tener mala leche.
El independentismo había crecido a base de mostrar un proyecto de innovación y entusiasmo a la ciudadanía, y ahora Puigdemont lo quiere enterrar a base de empequeñecerlo en una caja de ira y resentimiento
Pero eso importa poco a los feligreses del puigdemontismo, una corte de creyentes que aceptará la gimnasia presidencialista sean cuales sean las consecuencias de una tozudez que el 130 tendría que haber exhibido en 2017, no ahora. Puigdemont podría haber esperado a la aplicación de la amnistía por el Tribunal Constitucional y construir un retorno sin tantas prisas, para así cerrar su carrera política con un mínimo de dignidad. Pero ha preferido liarla hasta el último minuto solo para que su club donec perficiam lo aplauda en las redes y la judicatura española tenga la enésima excusa para aplicar la arbitrariedad y redactar todavía más autos. El independentismo había crecido a base de mostrar un proyecto de innovación y entusiasmo a la ciudadanía, y ahora Puigdemont lo quiere enterrar a base de empequeñecerlo en una caja de ira y resentimiento.
Servidor no se afana para que detengan al president (el delito más importante que ha cometido ha sido el de tomarnos el pelo) ni me hace especial gracia ser gobernado por Salvador Illa. Pero el independentismo no podrá alzarse de nuevo sin líderes que no se tengan a ellos mismos como medida de todas las cosas. ¿De qué ha servido, el truco de magia de Arc de Triomf? Si la respuesta es para saber que los Mossos actúan a las órdenes de la judicatura española... pues eso ya lo teníamos bien clarito desde hace años (y quien más lo sabe es Puigdemont, que compartía soirées con un major del cuerpo que tenía planes para detenerlo mientras le hacía los coros del Let it be). Si el objetivo era manifestar que Esquerra es un cachorro del PSOE, la cosa también era sabida... y vale la pena recordar que este es un privilegio que en Junts per Catalunya comparten con los republicanos, con quienes invistieron a Sánchez.
Como ya escribí la semana pasada, cuanto más histriónico sea el show del president Puigdemont, Salvador Illa tendrá todavía más margen para aplicar su programa de pacificación cristiana. Ayer mismo veíamos que este sellado guarda dosis de ironía, vista la incursión de antiguos convergentes y democratacristianos en el nuevo Govern (alguno de los cuales, y ya tiene coña, había formado parte del equipo legal de la órbita convergente). A cada pasito más de caricatura del president 130, el Molt Honorable 133 aplicará la dosis justa de sociovergencia, y tal día hará un año. Contra lo que creen los feligreses del puigdemontismo, el acto de Arc de Triomf no ha hecho más fuerte al president ni al independentismo; y a su vez el estado español (es decir Sánchez y Illa) se lo han podido mirar fumando un puro desde Moncloa y Palau, respectivamente. Puigdemont podría tomar nota, en caso de que quiera empezar a escuchar a alguien más que a sus aduladores.
Pero todo eso no pasará, porque lo único que busca el president es matar a Esquerra. Matar a un animalillo que ya está medio muerto, querido Molt Honorable, se dice ensañarse. Aparte, si la cosa va de ir matando a gente con el único objetivo de prosperar... al final quedaremos bien pocos dentro del barco.