La cuestión que ayer planteaba José Antich en su artículo es el eje central por donde deben pivotar las dudas y las incertidumbres que laten en el interior de ERC. Preguntaba Antich: "con la profunda crisis interna en la que está instalada ERC, ¿puede investir a Illa mientras Puigdemont es detenido y conducido en un furgón policial hacia el Tribunal Supremo"?

Es decir, ¿Esquerra podría investir como president de la Generalitat a un defensor acérrimo del 155, que se manifestaba con Societat Civil Catalana, PP y Vox contra el Primero de Octubre, cuando su propio partido se escondía, y cuyo comportamiento es de absoluto vasallaje a los intereses españoles? ¿Y osaría hacerlo mientras el president Puigdemont es detenido por el mismo brazo represor que Salvador Illa defendía con vehemencia? Y si las circunstancias no fueran ya lo bastante explosivas para favorecer a la parte de ERC parcial a una alianza con los socialistas, la proximidad del deadline de la investidura, con una Diada que aspira a un renacimiento de la fortaleza independentista, en pleno proceso de unidad de la ANC y de Òmnium, remacharía las enormes dificultades de los republicanos para explicar la investidura de Illa. Con todo esto sumado, y añadida la reunión soberanista en Waterloo, parece claro que el optimismo que hace unos días se respiraba en la casa socialista, se ha empezado a enfriar. Y si ya soplaban vientos de poniente, las palabras de Marta Rovira en Cantallops, asegurando que "estamos aquí para acabar lo que empezamos" y que el reinicio pasa por "volver a unir el movimiento independentista", debieron ser una ventolera siberiana. Aunque, como recuerda Puigdemont desde el exilio, "hay mucho trabajo por hacer".

A partir de aquí todo es especulación, porque a estas alturas no parece que los principales dirigentes de ERC sepan qué tienen que hacer, ni si pueden hacer aquello que querrían, especialmente el sector republicano del llamado frente pragmático, formado por alcaldes y altos cargos del partido, que imaginaban salvar muebles y sueldos con un pacto con el PSC. No olvidemos que ERC pactó en tres diputaciones con los socialistas, donde hay múltiples cargos republicanos, que el PSC estaría en condiciones de mantener a algunos altos cargos del gobierno Aragonès, y que hay pactos locales que podrían quedar tocados. Pero este salvamiento de poder, que les daría tiempo para reponerse, era mucho más vendible antes de la decisión de Llarena de mantener la orden de detención contra Puigdemont. Ahora, en cambio, la detención parece altamente probable si el president vuelve para investidura y, si esta fuera la del Illa, el comportamiento de ERC sería un pecado que no se perdonaría en la memoria independentista. Lluís Llach avisaba en este sentido hace unos días, cuando decía que ERC se asomaría a un suicidio si perpetraba el acuerdo con los socialistas. Pero, y a pesar de las dificultades para justificar la investidura de Illa, no es descartable que gane esta opción en un partido que, a estas alturas, está fragmentado, herido y convulsionado. Y con Oriol Junqueras desvinculado de las negociaciones por la investidura, y en plena guerra por el poder del partido.

Si ERC quiere volver a ser uno de los grandes partidos independentistas, no puede optar por Salvador Illa en ningún caso, porque esta será una losa que pesará mucho y por muchos años en su credibilidad

Si, en cambio, ERC opta por forzar nuevas elecciones o, por descontado, por dar apoyo a Puigdemont e intentar su investidura, el gesto significaría un cambio de estrategia de enorme importancia en todo el universo independentista, y reforzaría el proceso de reunificación que ya han emprendido las entidades cívicas e inspiró la reunión de Waterloo. En este caso, las palabras de Marta Rovira en Cantallops irían más allá de una foto y un titular, y no serían mera propaganda, sino el anuncio de un nuevo rumbo. Pero si este es el caso, y la intención de recoser la unidad independentista estuviera decidida —tal como pedía Xavier Vendrell—, entonces también hay que recordar que el trabajo por hacer es ingente, porque hacen falta una coordinación y una intensidad de diálogo entre entidades y partidos que no existe desde prácticamente 2017.

A estas alturas, especular sobre la dirección que tomará el péndulo de ERC es arriesgado, porque no parece que esté claro nada, ni desde fuera, ni desde dentro. Al fin y al cabo, cualquiera de las opciones es mala para los republicanos, tanto si invisten a Illa, como si juegan la carta Puigdemont, como si fuerzan elecciones. "Jodidos o jodidos", me comentaba un conspicuo militante republicano en una conversación reciente. Todo dependerá del placismo, el corto o el largo. Si ERC quiere volver a ser uno de los grandes partidos independentistas, no puede optar por Salvador Illa en ningún caso, porque esta será una losa que pesará mucho y por muchos años en su credibilidad. Difícilmente se perdonará entre su electorado, que ya ha castigado a ERC severamente. La mirada lejana, pues, le hará perder poder en el presente, pero le garantiza volver a la partida. Si, en cambio, gana la mirada corta y pacta con el PSC para salvar algunas naves, quemará su posición en el independentismo. Illa no es Sánchez y esta investidura no es la de Montilla. ¿Qué alma ganará? Es difícil saberlo. Todo depende de si las palabras de Marta Rovira en Cantallops han sido propaganda o son la expresión de una convicción.

Corto o largo plazo, ambición o coherencia, partido o nación. No falta mucho para saberlo.