Ambos contrincantes del debate no se menospreciaron en la preparación del debate y el efecto es que Sánchez y Feijóo iban mentalizados de la necesidad de ganar sabiendo que el otro podía hacerlo. Hoy, el día de después, escucharemos en bucle los momentos estelares, el minuto de oro y las razones por las que ambos han creído cumplir con los suyos. Pero el debate no lo resuelve todo. Ambos arrastrarán las debilidades que no han resuelto a pocos días del ecuador de la campaña. 

 

El elefante que ya gobierna la habitación, parafraseando al periodista Carlos Alsina, no desaparecerá. Hay más de 2,2 millones de votos por correo ya enviados. La imagen de un gobierno PP/Vox en Bruselas que los medios extranjeros amplificarán de aquí al 23-J con la puesta en cuestión de la relación con la UE por arrastre de Vox. En el flanco izquierdo, la descomposición del bloque de coalición y la incapacidad para articular qué coalición y proyecto habrá con un PSOE/Sumar. El desánimo en el PSOE, desfondado tras el 28-M y desactivado en numerosos territorios a la espera de los congresos provinciales y regionales. 

Esta carrera electoral la recordaremos por cómo se jugó en los medios y no en los mítines. Venimos de unas autonómicas donde cada cargo de un partido hizo una docena de mítines. Ahora se hacen con cuentagotas. Nadie quiere exponer a los suyos al calor de julio ni desgastarse en un voto ya movilizado. Es la campaña de las lonas y la televisión. Pedro Sánchez ha acudido solo a cuatro mítines y Alberto Núñez Feijóo a un sólo debate, su única exposición en la ferocidad de la campaña nacional. No ha querido exponerse y ha aceptado la mínima cuota en democracia. 

Por más alarmas que despierte un PP aliado con Vox, la izquierda no encuentra el campo de juego para controlar el balón

La gran debilidad del PP continúa siendo su socio. Vox todavía no ha llegado al punto álgido de inmunidad y por más que gran parte del votante de derechas lo dé por amortizado, el programa electoral ultraconservador impacta en el punto de flotación de la coherencia argumental del PP. El programa es diametralmente opuesto al de los populares. La campaña de Vox y los pactos autonómicos los dirige el sector más duro, un mano a mano entre el exfalangista Jorge Buxadé y la mano en la sombra de Kiko Méndez-Monasterio. 

La materialización de los acuerdos ya no es una entelequia. Cada día hay una política consumada que pone en riesgo la fuga de voto. En las 24 horas previas al cara a cara, con temperaturas asfixiantes en todo el país, con las administraciones gestionando refugios climáticos para personas sin hogar, el PP ha suprimido en Baleares la Consejería de Medio Ambiente e Igualdad. Seis mujeres han sido asesinadas por sus parejas y exparejas en los últimos 10 días y Santiago Abascal se niega a llamarlo violencia machista y aparta a sus cargos de la pancarta en los minutos de silencio. Ha pasado en Antella, donde la presidenta de Les Corts se ha retirado porque se incluía el término “machista”. El PP del “ni un paso atrás”, el PP que acusa a la izquierda de alentar un “supuesto miedo” a los pactos, no consigue controlar al socio en comunidades y ayuntamientos. 

Las debilidades de la izquierda, en el intento por revalidar, eran más difíciles de resolver en un debate. Pasan por Sumar que, en el juego del tercero, no consigue despuntar por encima de Vox en el discurso público. Tiene un debate aparte por qué la salud mental, la calidad de vida, el tiempo que dedicamos al trabajo, la agenda verde, las políticas redistributivas pioneras en la agenda académica progresista pero sin implementar por otros ejecutivos, no aterrizan en la arena de campaña. Y está la visualización de la coalición, donde el PNV, Bildu y ERC ya no parecen en la ecuación de apoyos a Sánchez. 

Las debilidades para ambos permanecen. Pero en el cara a cara, Feijóo necesitaba empatar y se desmarcó en varios bloques. Y Sánchez necesita el 2-0 en cada partido. De momento, por más alarmas que despierte un PP aliado con Vox, la izquierda no encuentra el campo de juego para controlar el balón.