Dicen que cuando el sabio señalaba la luna, los bobos miraban su dedo. Es un claro ejemplo de confundir causas y efectos, objetivos y medios, en fin, de no saber ni qué es ni dónde está la realidad, ni saber qué hacer en caso de reconocerla. Eso sin contar con que nunca se puede descartar la mala fe, es decir, intentar hacer creer que lo que está delante no es lo que está delante. En fin, vida misma.
Los socialistas, tanto en Madrid, como en su delegación en Barcelona, han dado por cerrado el procés, la Mesa de Diálogo o como se quiera llamar lo que se haya considerado cerrado. O lo que es lo mismo: el problema que motivó el procés, la Mesa de Diálogo, o como se quiera llamar, ya no existe. El tema está, así, resuelto.
Los socialistas, mimética y sesgadamente a la tragedia que sufrió el País Vasco, hablan ya de forma usual de una crisis de convivencia a Catalunya a raíz del procés ya superada. Incluso Sánchez, en su comparecencia de ayer, al hacer balance de su gestión en 2022, ha hecho un Marcelo. Y ha vuelto a reiterar que los catalanes durante el procés no se hablaban ni por Navidad. Omnisciencia solo al nivel de un ángel... para los que crean. Ahora ya se hablan por Navidad... y cada día. Bastaba con vivir en Catalunya y no sembrar cizaña para saber que en Catalunya no ha habido ninguna ruptura de la convivencia.
Lo que sí que había —y viene de lejos—, hay y seguirá habiendo, es un problema político, es decir, el de dar salida política, vía el principio democrático, a las aspiraciones nacionales de los catalanes, que no sabemos todavía qué mayoría ostenta, en el sentido de disfrutar de independencia política.
La aspiración a la independencia del sector más importante de la sociedad catalana es el núcleo del problema político. Hace tiempo que ha venido y ha venido para quedarse. No hay Mesa de Diálogo, abierta o cerrada, que lo tape
Lo que sí que es una constante indudable y abrumadoramente mayoritaria y transversal es encontrar una solución política mediante una consulta. La consulta sobre qué quieren ser los catalanes ocupa, según la demoscopia reiterada, entre el 75 y el 80% del espectro ciudadano de Catalunya. Este es el problema político. Medidas, bienvenidas, pero tan fragmentarias como alicortas han sido los indultos o las reformas penales, estas últimas de incierto alcance a inmediato y a medio término. No sabemos cómo las utilizarán los tribunales, especialmente en los casos cerrados referentes a 2017 ni en los que todavía están pendientes de juicio. O sea, no sabemos si las reformas serán fuegos artificiales o medidas en buena parte restauradoras.
Sin embargo, por mucho que se resuelvan penosas situaciones personales, profesionales y políticas, queda la gran incógnita: ¿Qué pasa con Catalunya? ¿Podrán los catalanes determinar su destino democráticamente? ¿Continuaremos como hasta ahora dentro del cuento del marco de convivencia que nos hemos dado entre todos, cuando muchos este traje ya lo tienen por inservible?
Ahora anunciar a bombo y platillo que el procés se ha acabado, que se ha restaurado la convivencia en Catalunya y que, por lo tanto, la Mesa de diálogo no tiene sentido, es lo que no tiene sentido. Ningún tipo de sentido tiene, vista la persistencia del problema, negarlo porque no interesa que exista. Es lo que hacía el personaje principal, Burt Campbell (Robert Mulligan), de aquella sátira de los seriales que se titulaba Soap (Enredo por estas regiones). Cuando se presentaba un problema, chasqueaba los dedos y decía que desaparecía. Obviamente, ni él ni el problema desaparecían, pero este subterfugio, auténtico chiste visual, le servía para pasar del tema. La cuestión es que el tema no pasaba de él. De aquí la comicidad de la situación. En política, sin embargo, negar la realidad, de cómico no tiene nada, nada.
Por eso conforta la inquietud de la derecha politiquera y mediática carpetovetónica cuando oye a líderes de ERC, a los que creían domesticados —no son los únicos que lo creen—, que no renuncian a ninguna vía democrática, dejando abierta la puerta a un referéndum unilateral (Junqueras) o que quieren poner en marcha una mesa catalana con el fin de llegar a un acuerdo de claridad (Aragonès). La aspiración a la independencia del sector más importante de la sociedad catalana es el núcleo del problema político. Hace tiempo que ha venido y ha venido para quedarse. No hay Mesa de Diálogo, abierta o cerrada, que lo tape.
Bien harían los socialistas de aquí en informar a sus cuarteles generales de allí con datos fidedignos y no confundir los deseos con la realidad. Es decir, no fijarse en el dedo, sino en la luna.