El episodio violento de la semana pasada en el barrio de Les Corts de Barcelona cuando un grupo de presuntos antifascistas atacó un puesto del partido Aliança Catalana lo protagonizaron unos independentistas contra otros independentistas y confirma plásticamente, fotográficamente, la definitiva desarticulación del independentismo como movimiento político transversal. Personas a las que les gustaría que Catalunya fuera un Estado independiente hay muchas, incluso quizás son mayoría, pero no están articuladas políticamente y a menudo se consideran adversarios mutuos.
Resulta un poco sorprendente la beligerancia antifascista de una izquierda independentista contra Aliança Catalana, que no demostró antes contra los puestos de Vox, quizás porque estas suelen estar rodeados de matones. Bueno, y con los antecedentes conocidos, tampoco se puede descartar la tarea agitadora de infiltrados atizando una reyerta de independentistas contra independentistas.
Los extremos siempre tienen una función disuasiva de cualquier consenso. La irrupción de Aliança Catalana en el escenario político autóctono es un nuevo antídoto contra la articulación de una mayoría independentista en el Parlament de Catalunya. Antes fue la CUP que, con infiltrados o sin, dinamitó sistemáticamente la acción conjunta del independentismo en los momentos álgidos del procés.
Es una obviedad lo bastante repetida que la lucha por la soberanía, aquí y por todas partes, requiere ante todo la complicidad de todas las fuerzas comprometidas con el objetivo y hacer de la liberación nacional la prioridad por encima de cualquier planteamiento ideológico. Nunca una nación dividida puede plantear la batalla con posibilidades de éxito. En el episodio de Les Corts, las banderas que se enfrentaban eran básicamente ideológicas, el independentismo de los protagonistas era lo de menos, pero ponía en evidencia que aun reivindicándose como tales no tienen nada en común y se sienten adversarios, si no enemigos.
Si alguna vez existió alguna complicidad entre las fuerzas independentistas ahora ha sido definitivamente sustituida por el teatro de las rivalidades ideológicas en la disputa por el poder
Sin embargo, no es un fenómeno que afecte solo a los extremos. No es muy diferente la relación establecida entre el resto de fuerzas políticas que se reclaman unos soberanistas (Comuns) y otros independentistas (Junts y ERC). No hay que dedicar mucho espacio a señalar que el soberanismo de Comuns consiste básicamente en declararse todavía hoy anti-Convergentes y señalar a Junts per Catalunya como el adversario político a batir. Pero no es menor la animadversión y el combate entre Esquerra Republicana y JxCat.
Si la reciente imagen de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en Waterloo a bordo de un automóvil con una infantil matrícula 1-O-2017 era para trasladar el mensaje de que reinician juntos una nueva ruta hacia la independencia, serán muy incautos los que vuelvan a caer en el engaño. Todo el mundo sabe que se odian. Y como ha explicado Puigdemont, con razones suficientes. Pero bastaba con escuchar horas después al diputado Rufián en el Congreso de los Diputados para constatar que la batalla entre ERC y Junts no tiene nada que ver con la independencia de Catalunya y sí con el típico espectáculo político de la rivalidad entre supuestas izquierdas y derechas que ya es lo único que los identifica. Si alguna vez existió la complicidad entre las fuerzas independentistas, ahora ha sido definitivamente sustituida por el teatro de las rivalidades ideológicas en la disputa por el poder. El independentismo se ha convertido en un concepto estético y diacrónico. Para entendernos, una etiqueta como el socialismo obrero del PSOE.
En el reciente debate sobre el decreto Ómnibus, Junts per Catalunya ha conseguido forzar al gobierno de Pedro Sánchez a rectificar. El debate en Catalunya era primero que Junts apoyaba a las derechas españolas de PP y Vox y después que Junts era más valiente que ERC cuando negocian con el PSOE... defendiendo a los propietarios de pisos en alquiler y rechazando el aumento de algunos impuestos. Bueno, y la proposición no de ley sobre la cuestión de confianza del presidente del Gobierno que, efectivamente, será un aprieto para Sánchez, pero quién sabe, quizás sí que excite a algún ferviente catalanista. Y bueno, Repsol ya ha anunciado una inversión de 800 millones en las comarcas tarraconenses, Televisión Española tendrá un canal completamente en catalán, el Banco Sabadell vuelve a su casa... Para bien o para mal, esto es la normalidad de siempre. No ha sido Salvador Illa quien lo ha conseguido, sino los mismos independentistas, que incluso ya se han acostumbrado a tener un president en el exilio dirigiendo la política española, para desgracia del diputado Rufián.