Hablaba de esto el sábado Jaume Clotet en su artículo y hoy remacho el clavo en la misma dirección. Un año más avanzamos por los caminos del desarraigo y la destrucción de la identidad de la mano de unos dirigentes cuya diarrea mental camina pareja a su falta de altura política. Y no me refiero solo a la cuestión nacional, aunque es innegable que el gobierno actual tiene un proyecto de españolización de Catalunya que pasa por descatalanizar los símbolos, destruir la memoria y despolitizar el debate público. Una especie de socialización de la mediocridad amorfa que ya representa, en él mismo, el actual habitante de la Casa dels Canonges. La idea: convertir a la sociedad catalana en un redil al que vuelven, obedientes, las ovejas descarriadas.

Pero si en la cuestión nacional es evidente el intento de destruir la memoria colectiva, en otros aspectos culturales e incluso tradicionales, este intento llega a límites tan extremos como patéticos. Me refiero a las "bombillas inclusivas" de las que hablaba Clotet, colocadas en el barrio del Raval con la intención de que las fiestas de Navidad "no ofendan a nadie". Y quien dice las bombillas inclusivas, dice el resto de burradas que el wokismo tronado de determinadas izquierdas practica desde hace tiempo, especialmente obsesionadas con cargarse la Navidad. No olvidemos la retahíla de pesebres surrealistas que nos regaló, año tras año, la ínclita Colau, pionera en el arte de hacer el ridículo en nombre del progresismo. De hecho, pensándolo bien, quizás la decisión del alcalde Collboni de hacer desaparecer completamente el pesebre es una mejora con respecto a la necesidad de sufrir los trastos estrambóticos de los pesebres multiculturales de los años precedentes.

Algunas reflexiones en torno a esta tendencia que no solo no se corrige, sino que va a peor. Primero: nace de la obsesión cristianófoba de la izquierda más radical que, sin embargo, ha conseguido contaminar a toda la izquierda. Es una derivada extrema de lo políticamente correcto, entendido como un mecanismo de censura. Con un añadido que resulta especialmente patético: todos estos que odian la Navidad babean cuando empieza el Ramadán, no en balde (como dije una vez con respecto a otra ínclita de la izquierda tronada), cuando ven a un cura tienen urticaria, pero cuando ven a un imán tienen un orgasmo.

La sociedad de la tolerancia no significa negar la identidad milenaria de un pueblo y diluirla en un magma acuoso que no es. La tolerancia tiene que ver con las leyes que acogen, con respeto, con derechos, pero nunca, nunca con negar quién somos y de dónde venimos

Cosa que nos lleva a la segunda conclusión: todo tiene que ver con el Islam y con el papanatismo con el que lo tratan todas estas izquierdas surgidas del viejo comunismo, y ahora reinventadas en el wokismo. ¿Qué quiere decir que hacen todo este tipo de burradas de las luces inclusivas y etcétera, para que "la Navidad no ofenda a nadie"? ¿A quién ofende la Navidad? ¿A los inmigrantes de otras culturas y religiones, por ejemplo, a los budistas, hinduistas, zoroastristas, rastafaris, judíos? Hablemos claro: puede ofender —en caso de que ofenda— a la única religión que a estas alturas tiene un proyecto de dominio global. Solo al Islam, y no me refiero a la cuestión religiosa, sino a la mirada ideológica salafista que la ha secuestrado. Tenemos una presión permanente de la ideología islámica sobre nuestras tradiciones, cultura y leyes, y lejos de combatirla manteniendo nuestra identidad, cedemos de la manera más absurda. Negar la Navidad no tiene nada que ver con ser más tolerantes o más inclusivos. Todo lo contrario: tiene que ver con ser más cobardes, estar más asustados, o tener un lío ideológico colosal. Y añado: estar muy acomplejados, porque en sus países no tienen estas "manías" de no ofender a los cristianos, ni a otras religiones. De hecho, les preocupa tan poco que no solo no los tienen en cuenta, sino que los cristianos están perseguidos brutalmente en los países donde se aplica la sharía.

La sociedad de la tolerancia no significa negar la identidad milenaria de un pueblo y diluirla en un magma acuoso que no es. La tolerancia tiene que ver con las leyes que acogen, con el respeto, con los derechos, pero nunca, nunca con negar quién somos y de dónde venimos. Cuando lo hacemos, solo demostramos hasta qué punto somos débiles y sumisos.

Un contrapunto final. Es posible que todo este wokismo delirante que domina el relato público acabe haciendo un gran estallido, con la gente harta de tanta tontería. Explico una anécdota: la semana pasada hablaba, en San Diego, con un chico mexicano gay que había votado a Trump. Le pregunté que cómo era posible. Cumplía tres requisitos para votar a Kamala: californiano (ergo, liberal), de origen mexicano (ergo, latino), y gay (ergo LGTBI). Y la respuesta fue fulminante: "estoy harto de que conviertan mi condición de gay en una ideología. Yo soy gay y más cosas. Basta ya de querer forzarme a convertir un aspecto de mi vida en una pancarta política. Ser gay no es una consigna". Paf. Como lo decía: todo esto estallará. El problema es si estalla mal.