Es posible que el desorden producido por el bichito amarillo de Wuhan nos ayude a ver la posguerra mundial con otros ojos, menos idealistas. A medida que la economía se vaya fundiendo, entenderemos porque Franco murió en la cama y porque en el este de Europa hay tantos países que desprecian los discursos de Bruselas.
Veremos que la democratización de Europa es un fenómeno del dinero y que se consolidó cuando las oleadas migratorias empezaban a invadir, oportunamente, el principado de Cataluña. La democratización del continente no se puede separar de la protección americana y del crecimiento económico sostenido que garantizaba. Basta recordar que Francia sufrió un golpe de estado cuando Franco ya besaba los pies de los yanquis.
Igual que otros países de su entorno, España evolucionó hacia la democracia más por conveniencia que no por convicción. Su gente llegó a creer en el poder del voto por la envidia que le daba el bienestar del norte de Europa. Si los españoles hubieran abrazado la democracia convencidos, como a menudo nos quieren hacer creer, algunos héroes de la Transición habrían coincidido en la prisión con algunos etarras.
Buena parte de la deuda fabulosa que España ha contraído en los últimos años viene de la relación irracional que los electores y los gobernantes establecieron, desde el inicio, entre la riqueza fácil y las urnas. Los españoles creyeron en el poder del voto igual que, siglos atrás, habían creído en el poder del oro de las Américas. La democracia no habría arraigado nunca en Madrid sin el sueño de una vida ostentosa y regalada.
Cataluña tuvo la oportunidad de liberar la democracia de los intereses mezquinos que la habían consolidado defendiendo seriamente la autodeterminación. No es casualidad que las repúblicas bálticas y algunos pequeños estados del Este, aparte de Israel, vieran con simpatía el llamado proceso. En Europa la democracia no ha sido nunca una cosa tan viva como cuando los políticos catalanes eran creíbles.
Será interesante ver qué pasa con la democracia ahora que no promete dinero ni sirve para barnizar debilidades
La herencia democrática dejará marca, como la dejan algunas conquistas amorosas que empiezan como un juego o como un mal menor y acaban complicándose. Justamente porque el sueño democrático acercó a Madrid y Barcelona por razones equivocadas, el desengaño avivará el conflicto. Así se levanta cada dia un muro más alto entre Bruselas y el Este de Europa.
Fomentada por los americanos, la democratización del continente cambió durante años la manera en que los españoles y los catalanes se veían a sí mismos. Por desgracia un puñado de décadas pesan poco ante el paso de los siglos. Ahora todo el mundo es consciente de que si estuvíeramos en 1936 el PSC ayudaría a Franco, mientras que Puigdemont y Junqueras tocarían el violín como Companys ante los desmanes de la retaguardia.
Será interesante ver qué pasa con la democracia ahora que no promete dinero ni sirve para barnizar debilidades. Me gusta que Javier Cercas se haga fotografías con la Guardia Civil y que Quim Torra se crea que la suerte de Puigdemont no va ligada a la suya. Ahora que la democracia ha perdido el maquillaje y se nos presenta en carne viva entenderemos porque Inglaterra siempre se ríe de España, y desprecia a Cataluña y a los funcionarios de la Unión Europea.