Una de las tentaciones más perversas del procesismo ha sido la de intelectualizar la independencia como si fuera un asunto de estrategia conceptual sólo apto para profesores sabidillos, miembros del Consell Assessor per a la Transició Nacional y hojaderutólogos eminentes que inspiran toneladas de aire mientras fingen muecas de cordura previamente al acto de adoctrinar a la tribu. El pecado mortal nos ha llevado a caer en discusiones bizantinas sobre qué quieren decir conceptos básicos como libertad o desobediencia y por ello es magnífico que aparezca una señora, una gran señora de Berga, una jovencísima alcaldesa que obligue a retornar la discusión a pie de calle para recordarnos que desobedecer consiste básicamente en apropiarse del derecho, tener valentía y desafiar a la autoridad con todas las consecuencias que haga falta.
Es muy lógico que los metafísicos del procés se inquieten con la detención de Montse Venturós y absolutamente normal que ninguna patum del independentismo haya movido un solo dedo para solidarizarse con la alcaldesa de Berga, porque en el mundo de la desobediencia platónica una mujer con un buen par, que habla pero también actúa, siempre molesta un poquito. La detención de Venturós hace pupa porque obliga a hablar de cosas esenciales como la fidelidad de los Mossos al gobierno legítimo de la Generalitat en un entorno en el que hasta el momento uno se sentía más cómodo fantaseando sobre si la futura Constitución catalana incluiría la protección de los hipopótamos o la eutanasia para los abuelitos como derechos fundamentales. Venturós no sólo ha cometido la temeridad de desobedecer a la judicatura española sino, por encima de todo, la de poner a la tribu en el espejo de su propio pavor.
En lugar de mostrar apoyo a Venturós por su valentía e imitarla sin tantos tapujos, los apóstoles de siempre ya empiezan a practicar el arte de la histeria apelando a la sacrosanta unidad del independentismo, otro concepto casi religioso que ya empieza a ser sinónimo de vivir en una perpetua siesta. Montserrat Venturós ha demostrado que esto de la liberación y la desobediencia se hace, como todo, haciéndose, y nos ha regalado la lección magistral de recordarnos que el independentismo sólo tendrá futuro si sus protagonistas se juegan el tipo sin tener nada que perder. Las ideas y la metafísica ya no son lo esencial porque –si esto va en serio– todo aquello que tú creas será mucho menos importante que lo que estés dispuesto a sacrificar para hacerlo realidad. El procés ya tiene una sobredosis de filosofía: ahora tenemos que aprobar la práctica.
Montse Venturós, esta gran señora de Berga, nos ha demostrado lo que es tener los cojones bien puestos y ha despertado al procés de su cabezada retórica. Poco nos queda por añadir, heteropatriarcales como somos.