Si todo el discurso en torno a la amnistía tiene que servir a la idea de que es una victoria, es que quizás no lo es. Si la retórica para justificarla se tiene que basar en la épica del conflicto, es que quizás fulmina el conflicto. En el pleno del Congreso sobre la ley de amnistía, los partidos independentistas han quedado atrapados en la trampa que ellos mismos se han puesto: con la voluntad de aprovechar electoralmente el pacto con Sánchez, han blanqueado una amnistía que, pasadas las elecciones al Parlament de Catalunya, ya podemos decir que no les ha reportado ningún rédito electoral. Más que por el contenido de la ley en sí, más que por las consecuencias que pueda tener en términos antirrepresivos —si es que alguna vez llega a aplicarse—, lo que es importante de la amnistía es el significado con el que cada uno ha procurado llenarla.

Sánchez pacta para proteger los principios que considera valiosos, mientras que los partidos independentistas, al pactar, renuncian a los suyos

Confundiendo deseo y realidad deliberadamente, los partidos independentistas se vanaglorian de que han hecho arrodillar a Pedro Sánchez. Pero basta con un "hemos derrotado al independentismo" del propio Sánchez para derribar esta narrativa porque, en gran medida, el movimiento independentista, tal como lo habíamos conocido hasta ahora, se sabe vencido. El nombre completo de la ley es Ley Orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social de Catalunya, y la voluntad de taparlo con triunfalismo no hace más que hacerlo aflorar. Sánchez ha desactivado al independentismo pactando. Esta es su victoria. Los partidos independentistas no tienen nada a la altura de esta verdad, por mucho que los habituales levanten la voz para dejar claro lo importante que es "tocar los cojones a España" a través de la amnistía.

Confundiendo deseo y realidad, los partidos independentistas se vanaglorian de que han hecho arrodillar a Sánchez. Pero basta con un "hemos derrotado al independentismo" del propio Sánchez para derribar esta narrativa

Pedro Sánchez reata Catalunya a España haciéndonos creer que es él quien perdona a los independentistas, cuando, en realidad, son los independentistas quienes le disculpan y lo legitiman, apuntalándolo. No fuerzan al presidente español a arrodillarse, lo fuerzan a hacerlo ver para que los arrodillados, a partir de ahora, seamos nosotros. Los partidos independentistas procuran huir de esta sombra chutando el balón para adelante y haciendo que el elector, a partir de ahora, tenga un hito más o menos nuevo en el que fijar la vista: el referéndum. Lo hacen para reforzar la idea de que la amnistía no es una solución individual, sino colectiva. Que además existe un hilo rojo que une casi en términos de causa y consecuencia la amnistía con el referéndum. Que después de una viene la otra. Que la amnistía no ha desactivado nada, sino que servirá de impulso hacia la liberación nacional. Por eso Òmnium apremia a su equipo de comunicación a publicar que "la amnistía es una conquista de la sociedad catalana". Si nos lo hacemos nuestro, querremos creernos que es una victoria. Pero la distancia entre el discurso y lo que parte de los independentistas considera los hechos es ahora mismo irreconciliable y amplía todavía más la brecha entre los partidos independentistas y los independentistas que ya no los votan.

No existen opciones reales de ganar nada si no hay nadie con poder dispuesto a hacer autocrítica y a pagar el precio. No existe victoria al alcance de quien es tan débil que no quiere ni admitirse que se ha dejado ganar

El pacto siempre trabaja contra quien es considerado el disidente. La mayor renuncia siempre es la de jugar al sistema del que afirmabas querer liberarte. Sánchez ha entendido desde el principio que dejarse pegar por la derecha y la extrema derecha es un precio bastante bajo —de hecho, a menudo lo juega a su favor— cuando se trata de proteger el principio de la unidad de España. El presidente español pacta para proteger los principios que considera valiosos, mientras que los partidos independentistas, al pactar, renuncian a los suyos. Por eso es tan difícil presentar la ley de amnistía como una victoria. Por una parte, porque el pacto no tiene como fin una relación de iguales, sino que es un retorno a la subordinación en nombre de la concordia. Por otra parte, porque el país, a pesar de todo, todavía se relaciona con su política desde el simbolismo y la sentimentalidad. Ni siquiera los que no se dejan extorsionar por la partitocracia han dejado de sentir que desean la independencia por amor al país, escribiéndolo superficialmente. Como da la sensación de que los partidos independentistas se han desdicho de los ideales, el simbolismo y la sentimentalidad que carga la amnistía ya no rema a favor de sus proclamas, sino que profundiza en la sensación de derrota cada vez que procuren explicar por qué no lo es. Quien se rinde o es derrotado sin admitirlo es rendido o derrotado por partida doble, porque no puede construirse nada sólido sobre una mentira tan blanda que cualquiera puede hacer tambalear. No existen opciones reales de ganar nada si no hay nadie con poder dispuesto a hacer autocrítica y a pagar el precio. No existe victoria al alcance de quien es tan débil que no quiere ni admitirse que se ha dejado ganar.