Sí, la amnistía ha sido una derrota. En primer lugar, lo ha sido para Salvador Illa, que la negó más de diez veces antes de que cantara el gallo junto a su amo, Pedro Sánchez, que creía más en las “soluciones felices” de Iceta, consistentes en pasar por el tubo de los tribunales y confeccionar posteriores misericordias. Afortunadamente, las famosas recomendaciones del Consejo de Europa no solo hablaban de indultos, sino también de amnistía y, por tanto, ha quedado claro que España ha tenido que admitir sus excesos. No solo los excesos: España, la otra derrotada en este capítulo, ha descubierto sus límites. Todos sabemos que el independentismo también ha encontrado los suyos, que aparte de la represión tienen que ver con su estupidez y sus cobardías, pero en este momento concreto de la historia lo que hemos visto es a España tragándose su lawfare con patatas. Avergonzándose, la parte de España que tiene alguna vergüenza, de quedar lejos todavía de cualquier democracia homologable a nivel europeo. Para los que piensan (y encima escriben) que esto ha lavado la cara a España, solo decirles que en estos momentos la ley ni siquiera ha sido firmada por el rey (ni, por tanto, ha sido publicada en el BOE) y que a pesar de esto el gobierno de los jueces, así como varios fiscales de alto rango, ya han expuesto su disconformidad y las "guías" para inaplicarla. Que Pedro Sánchez intente quedar bien con todo el mundo no significa que España lo haga, ni mucho menos. Por el momento, en todo caso, el presidente español ha sabido complacer un punto importante de lo acordado bajo la observación de un mediador internacional en Suiza. Pedro Sánchez ha acatado. España no es Pedro Sánchez.
La derrota ha sido también dolorosa, visiblemente, para los de Vox y para el PP, con la diferencia de que estos últimos también habrían impulsado la misma ley si les hubiera correspondido a ellos formar gobierno. Vidal-Quadras tuiteaba hace pocos días que estamos ante la “derrota de la nación española”, y en cierto sentido se puede entender esta afirmación: lisa y llanamente, Europa le ha dicho a España que la soberanía no es una herramienta para perseguir a demócratas y le ha comunicado que ya no solo debe acatar leyes medioambientales o aduaneras, sino también garantías de protección de los derechos humanos y de los derechos políticos. No se lo ha dicho ningún Estado en concreto, ni ningún presidente de ningún organismo europeo, pero sí se lo vienen diciendo constantemente los tribunales y voces tan autorizadas como la ONU y el ya mencionado Consejo de Europa. Nadie defenderá la independencia o la autodeterminación de Catalunya si los catalanes no lo hacen antes, y no lo mantienen con suficiente firmeza (lección principal de todo esto), pero de lo que sí saben en Europa es de detectar estructuras fascistas enquistadas en varias instituciones desde 1978. Bien visiblemente, Europa ha aprovechado la ocasión que le ha brindado el independentismo catalán (y la aritmética electoral) para “profundizar” en la urgente democratización de España. No, no es un lavado de cara: es un “se acabó y punto”. Un castigo no lava ninguna cara, y esa píldora a tomar no se toma precisamente por vía oral. España no ha perdonado nada a nadie porque España, en cualquier caso, está pidiendo perdón. Como decía, Pedro Sánchez lo ha entendido de mala gana. Veremos si España digiere también esa dolorosa píldora.
Si España decide no acatar esta ley, o acatarla de mala manera, su derrota como democracia será aún mayor
Una derrota también para quienes negociaban la ley a la baja, o desconfiaban del criterio de Gonzalo Boye, que nos ha recordado cómo se aguanta una posición y se sabe decir “no” cuando se detectan a tiempo las propuestas envenenadas. Una derrota para los abogados pusilánimes que cometen “errores” tragando rendiciones (y que incluso acaban dando apoyo público a la lista socialista en el Parlament) o candorosos “pecados de soberbia” que cuestan dinero personal y dignidades colectivas. Una derrota para Félix Bolaños, el artífice de tanta trampa en todo este proceso legal, afortunadamente detectada por un interlocutor que sabía del tema. Y puestos a sumar juristas, una derrota para Llarena y Marchena y sus delirantes manías persecutorias. Como decía, la cosa no termina aquí: España puede gestionar esta ley de una u otra forma, especialmente si siente que esta ley es una derrota demasiado humillante. No pasa nada: si decide no acatarla, o acatarla de mala manera, su derrota como democracia será aún mayor. Palomitas y muchas píldoras en el frasco.
Y por último, quienes consideran que la amnistía es una derrota del independentismo. Bien, con ellos lo que comparto es que la lucha no es esta: ahora, en todo caso, se puede abordar el conflicto en una mayor igualdad de condiciones y por fin empieza a dejarse en segundo término la lucha contra la represión. Ahora, de una dichosa vez, podemos volver a concentrar todos los esfuerzos en hacer las cosas mejor, en coordinarnos mejor (dentro y fuera de los partidos: enhorabuena a Lluís Llach) y ganar. Ganar se hace a base de batallas, y esta ha sido una importante. Puedo entender, no obstante, que algunos solo sepan ver una derrota: es un tipo de miopía que aparece especialmente acusada en gente que hasta la fecha no ha sabido ganar absolutamente nada.