Xavier Vendrell ha acusado a Oriol Junqueras de cobardía por escaquearse en los momentos más importantes, como en la reunión del 27 de octubre de 2017 en el Palau de la Generalitat, justo después de la declaración de independencia. ¿Cobardía? No sé. ¿Táctica política? No. Diría que carácter evitativo. No ideal para según qué responsabilidades.
“ERC estaba, estaba Marta Rovira, Carme Forcadell o Dolors Bassa, pero él se asusta, se marcha y se esconde en Montserrat”. Aunque se había explicado la ausencia de Junqueras en esa reunión, nadie había revelado nunca adónde fue. “En los momentos más delicados no ha estado. Cuando todos los consellers estaban en el Palau, Junqueras se va a Montserrat, no fuera a ser que le cayera algún varapalo, para que el padre abad lo protegiera”. Se supone que el varapalo era el ejército español entrando en Palau. Para Vendrell, que obviamente tiene interés en otras candidaturas y un sentimiento algo patrimonialista de ERC —que él considera militancia y que no tiene por qué estar reñido con lo anterior—, este es un motivo por el que Junqueras “no puede dirigir ERC”.
Estos señores y señoras no estaban allí representándose a sí mismos. Si querían participar de un proceso tan potente, debían asumir los logros y los riesgos
Efectivamente, a pesar de la extensa y, en algunos casos, buena literatura sobre el procés, todavía no se ha explicado todo sobre los hechos de octubre —y principios de noviembre— de 2017. El problema del procés no fue ni el antes ni el 1 de octubre. Ni el 3. El problema vino a partir de esa fecha, del discurso del rey. En lugar de pactar una salida, cada uno fue a salvar su cara, su carrera o su vida. Seguramente, a la vista de que los propios observadores internacionales dijeron que el referéndum no había podido realizarse con normalidad, lo más acertado hubiera sido admitir eso y sacar rédito del triunfo político y de imagen. Pero el problema no fue ni siquiera declarar la independencia y anularla a los 8 segundos. Ni siquiera la declaración cariacontecida del 27 de octubre por culpa del juego de la gallina entre convergentes y republicanos, que llevó al país al desastre y por el que todos los protagonistas, todos, tendrían que haber dimitido.
El problema grave fue, y se sigue vendiendo como una decisión personal normal en un momento como este y en función de las circunstancias de cada uno, lo que ocurrió después del 27. Y lo que ocurrió es que en vez de tener un Govern, un president y, no lo olvidemos, sus consellers, repito a sus consellers, tomando una decisión conjunta —todos a la cárcel o todos al exilio—, nos encontramos con un sálvese quien pueda. Y, perdonen, pero a quien debían haber hecho caso los consellers es al president, se llamara como se llamara, que por eso eran sus consellers. Si el president dice, todos al exilio, todos al exilio. Si la estrategia es esta, es bastante potente. Como si hubiera dicho, todos a la cárcel. Que también hubiera sido una potente estrategia. Pero unos aquí y otros allá, con la imagen de desbarajuste que dieron, fue un episodio nefasto. ¿Y qué quiere decir que esto es una decisión personal? Estos señores y señoras no estaban allí representándose a sí mismos. Si querían participar de un proceso tan potente, debían asumir los logros y los riesgos. Pero no. Cuando va bien, sacan pecho. Cuando va mal, es una decisión personal. Y ahí está la raíz del problema. Al menos Santi Vila tuvo la dignidad de dimitir antes. Y es lo que tenían que haber hecho si no querían seguir la estrategia política que tiene la función y la obligación de marcar el president de la Generalitat.