¿Qué tema escogemos? ¿El político, el económico, el cultural? ¿Cuál de las dimensiones que conforman la solidez de una nación está en una posición lo bastante fuerte para garantizarnos el futuro? Si ponemos Catalunya en el microscopio, no hay un solo órgano del cuerpo colectivo que esté sano, todos ellos estropeados hasta límites alarmantes. Y, si observamos el país con mirada global, el resultado es un desastre. Atrapados en la trampa de la "normalidad", que no es otra cosa que una socialización de la miseria, nos engañan con negociaciones por las migajas, y nos anestesian la conciencia del riesgo, a fin de que no podamos reaccionar. Los datos son aterradores y, sin embargo, nos venden un producto de estabilidad y orden, como si estos dos sustantivos no fueran la herramienta más eficaz para la capitulación.

En el terreno político, el desastre es meridiano. Nos gobiernan un partido y un líder que no creen en la nación catalana, que se han investido con la misión de españolizar Catalunya, y que tienen el poder mediático y el favor de todas las instituciones del Estado, desde la monarquía hasta el poder judicial, con el fin de conseguirlo. Todo trabaja en la dirección de la propaganda de la "normalización", es decir, en la negación de la lucha nacional, convertida en una especie de perversión histórica. Aquello que forma parte de la lógica de las naciones, la defensa de sus derechos, lo han transformado en una anomalía perjudicial y caótica. Además, y aparte del Estado, todos los poderes de Catalunya están en manos del PSC, la dirigencia independentista ha sido decapitada y uno de los partidos centrales del Primero de Octubre, ERC, se ha rendido completamente, mientras otros como la CUP se dedican a hacer lo que siempre habían hecho: debilitar el frente independentista jugando a la revolución de pacotilla. En resumen, los escasos poderes que tenemos en Catalunya están al servicio de los que trabajan para descatalanizar el país.

Estamos en un proceso de degradación de la nación catalana perfectamente planificado, financiado y protegido. Sencillamente quieren acabar con la Catalunya catalana. Y, deshechas nuestras fuerzas, no encuentran mucha resistencia

Y si tenemos una debilidad política que nos impide utilizar los mecanismos de mínima defensa, el resto de fragilidades son igualmente letales. Qué decir en el terreno económico, donde lentamente van limando nuestros intereses. Por ejemplo, los últimos datos sobre la inversión del Estado en Catalunya son una rotunda metáfora del proceso de degradación al que nos someten. "Catalunya sigue en la cola de la ejecución presupuestaria estatal: se ha invertido un 20%, mientras Madrid ha recibido un 57%", decía ayer mismo el titular de ElNacional. Y eso con un president de la Generalitat del partido que gobierna el Estado y con un presidente español que depende de votos catalanes. Y, sin embargo, incluso así nos estafan sin complejos, con diurnidad y alevosía. Señal de que pueden y, sobre todo, que ya no les hace falta disimular. Al fin y al cabo, cuentan con el resto de fuerzas del Estado, siempre dispuestas a atizar la catalanofobia cuando Catalunya levanta el dedo reclamando incluso aquello que nos deben. ¡Qué ha pasado, si no, con algunos de los acuerdos que ha conseguido Junts, que intentan equilibrar un poco la balanza y, sin embargo, se venden a España como si fueran un espolio a los españoles! Huelga decir que la degradación económica de nuestro país no se centra en la estafa en materia de inversiones, sino en el global de estafa: el agravio económico, la presión impositiva, el castigo a las pymes, la OPA al Sabadell, el desmantelamiento de las Caixes, la absorción española de la mayor, la destrucción de recursos, la desaparición de nuestros intereses energéticos y un largo etcétera que frena drásticamente nuestra capacidad competitiva y cuyo dinamismo económico podríamos disfrutar.

Y si la degradación de nuestra capacidad económica y la absorción del poder político a manos del españolismo son misiles de flotación en la solidez de nuestra nación, la degradación de nuestra identidad en todos los ámbitos —memoria, lengua, cultura— son el golpe de gracia. No hay ninguna duda de que el Govern Illa está decidido a descatalanizar la cultura catalana con el objetivo de borrar la nación y sobreponerle la región. Una regionalización que pasa por el acoso permanente a la lengua —ayudado del poder judicial—, y a todos los otros rasgos diferenciales. Últimos ejemplos: la decisión Collboni de hacer desaparecer el carácter memorístico del Born, convirtiéndolo en un "espacio arqueológico más", desvinculado del Museu Nacional y vinculado al museo arqueológico de Barcelona. Es decir, desvinculado de la memoria trágica de nuestra nación. La zona cero de la resistencia catalana —talmente la nombró el president Torra—, convertido en un montón de meros restos arqueológicos. No hay que decir que en las Españas han aplaudido este gesto de "responsabilidad". Y por si no tenemos suficiente, solo nos faltaba un Sant Jordi "de todos", transversal y blando, blando, eufemismos para reducir el carácter catalán de la Diada. Para remachar el clavo: chocolate del president de la Generalitat con Javier Cercas, escritor que nunca ha escrito en catalán y que se ha significado por las barbaridades que ha dicho contra el procés catalán. Si no queríamos caldo, Salvador Illa nos da dos tazas.

No hay mucho más que añadir. Estamos en un proceso de degradación de la nación catalana perfectamente planificado, financiado y protegido. Sencillamente quieren acabar con la Catalunya catalana. Y, deshechas nuestras fuerzas, no encuentran mucha resistencia.