Quedan lejos en el tiempo las parejas que tenían tres, cuatro, cinco hijos y, en algunos casos, todavía más. Los boomers redujimos a la mitad los registros de nuestros padres y, los que nos han sucedido, los millennials, han consolidado la tendencia reduccionista, de modo que nos encontramos con unos índices de natalidad bajo mínimos.
En Catalunya, en 2023 hubo 6,8 nacimientos por cada 1.000 habitantes, frente a los 19,5 de 1975. Ha ayudado a esta caída el envejecimiento progresivo de la población y el aumento de la inmigración, dos fenómenos que hacen aumentar el denominador del cociente. Pero hay más cosas.
La media de hijos por mujer, que en 1975 era de 2,72, en 2023 se ha quedado en 1,11 tras una caída tendencialmente continuada. Con el matiz de que la media de una madre con nacionalidad española es de 1,06, por debajo de la media de una madre extranjera, que es de 1,32. Un síntoma de estas tendencias también nos lo da la edad media a la que se tiene el primer hijo, que actualmente es de 31,6 años, unos cinco años más que hace cuarenta años, después de un proceso de retraso continuado de la maternidad, lo que también explica una parte de la baja natalidad.
La realidad es numérica: en 2023 en Catalunya se registraron 54.217 nacimientos, la cifra más baja desde 2000
No hay indicios de que las cosas tengan que cambiar mucho en los próximos años, teniendo en cuenta que hay múltiples factores sociales, culturales, económicos y, en menor medida, políticos, que conducen a ello e, incluso, que acentúan el proceso. Los expertos en la materia consideran que existen algunos factores concretos que cogidos individualmente ayudan a explicar el grosor del fenómeno. Me permito tomar los cuatro primeros y ordenarlos según el que, personalmente, intuyo que es su orden de importancia:
- Prioridad de la vida personal y profesional con respecto a la formación de una familia. Una sociedad cada vez más orientada hacia el hedonismo y una menor propensión al esfuerzo antepone el placer, viajar, experimentar, realizarse personalmente y dedicarse a la carrera propia más que a centrarse en una carrera familiar llena de obstáculos, uno de los cuales es el de compatibilizar el cuidado de los niños con el trabajo. La decisión de maternidades más tardías debido a estos factores también limita el número de hijos que se pueden tener.
- Incertidumbre económica que viene derivada de la inseguridad y (en algunos casos) la precariedad laboral. Ha quedado en el olvido la estabilidad que caracterizaba la contratación hace no tantos años. Que eso se produzca en un entorno de encarecimiento progresivo del coste de la vida (con la vivienda como reto mayúsculo) no ayuda nada a tomar la decisión de tener hijos.
- Costes de tener hijos, no solo en el sentido de pérdida de libertad (que choca con el primero de los factores enunciados), sino en el sentido de los recursos que hay que destinar en sanidad, educación, tareas extraescolares, espacio en casa, equipamiento, etcétera. Estas cargas pueden representar actualmente una montaña que antes, en el marco de una sociedad mucho más austera que la actual, con muchas menos posibilidades de consumo, prácticamente no se consideraba.
- Falta de políticas que incentiven la natalidad. Es cierto que en los últimos años se han introducido mejoras sustanciales en algunos ámbitos como la conciliación de la vida laboral y la vida familiar, pero esto no ha sido suficiente para mejorar los registros de natalidad. Como mucho, puede haber ayudado a frenar su caída. Probablemente harían falta más actuaciones en el ámbito fiscal, en el sistema de becas, en los permisos de maternidad y paternidad, entre otros, para revertir tendencias y decantar la decisión de tener hijos o de tener más.
Sea cual sea el proceso por el que la natalidad se encuentra bajo mínimos y sin perspectivas de cambio, la realidad es numérica: en 2023 en Catalunya se registraron 54.217 nacimientos, la cifra más baja desde 2000 y lejos de la de 2008, el año con más nacimientos de este siglo, cuando hubo un poco más de 89.000. Eso habiendo aumentado la población en cerca de dos millones de personas, y no con crecimiento natural (nacimientos menos defunciones), sino con inmigración.
En este contexto de reducción global de la natalidad, en 2023, el 35% de los nacimientos en Catalunya correspondían a hijos de madre extranjera; en total, cerca de 19.000 niños, cuando en 2000 fueron 5.700, un 9% del total. Bien entrados en el siglo XXI, no es tanto que haya aumentado el número de hijos de madre extranjera como que las madres con nacionalidad española tienen prácticamente la mitad de los que tenían en 2008. Y eso pasa en todo el país, desde las cuatro capitales de provincia (entre el 35% y el 41% de los nacidos tienen madre extranjera), hasta L’Hospitalet de Llobregat o Manresa (cerca del 50%), pasando por Vic u Olot, el corazón de Catalunya (más del 50%).
Esta es la realidad de un país en proceso de profunda transformación demográfica que va a remolque de una economía desbocada y una sociedad perezosa en términos de familia.