No solo las plantas verdes hacen la fotosíntesis y el girasol va orientando la mirada al cielo diurno. También los humanos buscamos el sol y encaminamos el cuerpo y la piel hacia unos rayos que, más allá de la conocida vitamina D, nos aportan una energía que no sabríamos percibir de ningún sitio más. Como seres vivos que somos, encontramos en la luz un motor de vida. Una luz que influencia nuestro estado de ánimo y los biorritmos, una luz que se desbarata a cada cambio de hora, alterando el compás vital de nuestro organismo. Quizás ha llegado el momento de dejar que el tiempo haga lo que quiera sin tantas manipulaciones.
Hace unos 200 años la hora era diferente en varios puntos del Estado español. Así, Barcelona y Madrid, por ejemplo, iban literalmente descompasadas —metafóricamente la cosa hace más tiempo que dura— y entre los relojes de una ciudad y la otra había una diferencia de unos 25 minutos, con el desbarajuste que eso significaba para descifrar la puntualidad de los trenes (claro que ahora en minutaje vamos acoplados y los trenes siguen siendo un drama, pero ese sería otro tema). El caso es que, en buena medida por la presión de las empresas ferroviarias, el 1 de enero de 1901, y a través de un decreto real, entró en vigor la unificación horaria que, de acuerdo con el meridiano de Greenwich, establecía la hora oficial conjunta en todo el Estado.
Después de cuatro décadas de cierta calma en este aspecto, una vez acabada la Guerra Civil y con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha, la dictadura franquista decidió que España tenía que volver a mover los relojes, en este caso para acomodarlos a los de la Alemania nazi. La sincronía entre Franco y Hitler era más que política. Era en 1942 y las ofensivas bélicas y los bombardeos tenían que hacerse de manera bien coordinada y cronometrada. La guerra marcaba el tempo. Madrid y Berlín desayunaban juntos. Desde entonces, pues, el Estado español está fuera del huso horario que le correspondería, que tendría que ser una hora menos que el actual, es decir: lo mismo que en Portugal y el Reino Unido.
Como seres vivos que somos, encontramos en la luz un motor de vida. Quizás ha llegado lo momento de dejar que el tiempo haga la suya sin tantas manipulaciones.
Aunque este desfase también afecta a otras potencias como Francia o Bélgica —que ya se quedaron a vivir bajo la fórmula berlinesa y no lo han modificado— hoy en día armonizar relojes con Portugal, a efectos nuestros, querría decir descuadrarlos con Francia. Quizás vestiríamos a un santo para desvestir a otro y entonces Perpiñán y Girona dirían buenos días en la misma lengua pero con una hora de diferencia. Y como al final son los Estados los que acaban decidiendo cuál es el horario que los tiene que regir, nos encontramos que hoy la mayor parte de la Europa Occidental comparte el mismo horario, aunque los países estén situados en husos diferentes. Vaya lío
Para acabar de remacharlo, a principios de los años ochenta la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) decidió otro cambio: establecer horario de verano y de invierno y hacer aquello que a las 2 serán las 3 y viceversa, dependiendo de si es primavera u otoño. La excusa fue que hacía falta mitigar la crisis del petróleo existente en aquel momento y ajustar el gasto, pero la verdad es que todavía ahora cuesta ver qué ahorro energético hacemos si a las 17 h de una tarde de noviembre ya tenemos que abrir las luces de casa porque ha oscurecido. Pesan más las relaciones comerciales, los intereses políticos o las conveniencias empresariales que lo que digan los rayos del sol.
En definitiva, desde hace décadas —por no decir siglos— manipulamos el reloj a nuestra conveniencia, obviando el papel de la naturaleza en toda esta historia, como si ella no tuviera nada que decir, ni que sea por una cuestión de experiencia, de orden y de juicio. Cuando menos, entre el mareo y el desconcierto, este fin de semana pasado habremos tenido una hora más para celebrar la espectacular victoria del Barça en el Bernabéu. A ver si la Comisión Europea, que hace años que dice que el cambio de hora de verano ya no haría falta hacerlo, recupera el proyecto del cajón. De momento brilla por su ausencia. Y mientras tanto el ritmo circadiano de los humanos, que viene a ser nuestro reloj interno y que se sincroniza principalmente por el ciclo de luz y oscuridad, está un poco desorientado porque todo el mundo se siente con el derecho de manosear por interés lo más valioso que tenemos: el tiempo.