Quizás sería mejor para empezar este artículo positivar la situación, por lo tanto, quizás mejor empezar por referirse a qué significa honestidad. Según el Diccionari General de la Llengua Catalana del Institut d’Estudis Catalans, honestidad significa tener la calidad de honesto. Y honesto es aquel que se conforma a lo que exigen el pudor y la decencia; o aquel o aquello que no se opone a las buenas costumbres; o aquel o aquello que es razonable y moderado.
Por lo tanto, se podría extraer que la honestidad es un valor humano que consiste en comportarse con coherencia y sinceridad consigo mismo y siguiendo valores de verdad y justicia. La honestidad viene a ser el respeto a la verdad en relación con los hechos y las personas, el no sentirse superior a los demás, y la práctica de la seguridad y de la tranquilidad personales de acuerdo con los valores asumidos.
A veces, no obstante, nos puede llegar a suceder que no seamos conscientes del grado de honestidad o de deshonestidad de nuestros propios actos, porque el autoengaño nos puede hacer perder o cambiar la perspectiva con respecto a nuestra propia probidad, con el fin de quitarnos cualquier sentimiento de culpabilidad con respecto a hechos o pensamientos deshonestos que queremos enmascarar o negar.
A lo largo de la vida, acabas topando, conociendo, admirando, obviando o alejando a mucha gente, que o bien se nos ha acercado o bien nosotros nos hemos acercado a ellos. Con el paso del tiempo, vas haciendo la selección de la gente con la que te sientes a gusto, porque consideras que son honestos y te lo han demostrado siempre y en toda circunstancia.
Claro está que también vas clasificando a quienes consideras que han sido deshonestos, porque dicen una cosa y hacen otra; porque durante largas temporadas han parecido jugar en el equipo de una liga y, al final, cuando les ha convenido, han aparecido como jugadores de otro equipo, con otro sistema de valores y de juego; o porque se han acercado a ti para obtener un rédito y, una vez obtenido, han cambiado de ventanilla y han ido a cobrar los intereses en otra taquilla.
Todo el mundo tiene derecho a cambiar de postura, pero lo que acepto más difícilmente son los cambios repentinos, radicales y contrarios a todo aquello que se había sido y predicado
Casos todo el mundo tiene, y yo también. Gente que durante años se te ha querido hacer próxima; con quien has compartido confidencias y análisis; que ha proclamado que jugábamos en la misma liga y en el mismo equipo; que se ha aprovechado profesionalmente de determinados contactos afines para crecer en el correspondiente ámbito de trabajo; que ha sido cuota de un determinado espacio (ideológico y de acción política) y que, en un momento determinado, ha hecho un número a la Hausson, y ha marcado de forma repentina distancias (ideológicas y personales); que ha renegado de todo contacto y relación anteriores; que ha pasado a ser cuota de otro espacio; que incluso ha cambiado de trabajo y destino; o que aplaude ahora de forma sincopada y acrítica actitudes y aptitudes que antes había criticado.
Obviamente, todo el mundo tiene derecho a cambiar de postura, ideológica y de cualquier otro tipo, en función de la evolución del pensamiento propio o de cambios en el entorno que puedan ser condicionantes. Lo que acepto más difícilmente son los cambios repentinos, radicales y contrarios a todo aquello que se había sido y predicado. Por otra parte, es de sobras conocido que no existen posturas más radicales que las de los conversos, porque tienen que hacerse perdonar lo que habían dicho o hecho contra su nuevo campo y, por lo tanto, tienen una tendencia factual a la sobreactuación, que se revela extrema cuando se trata de zonas de contacto con antiguos compañeros de trabajos y fatigas.
Estos individuos me proporcionan una infinita pereza, porque tengo la sensación de que no pueden estar bien en su propia piel, y porque más vale apartarse de su camino, que solo destila hiel y acritud.
La deshonestidad se da en política, y cada uno puede enumerar el caso que estime adecuado, pero no solo. En muchos otros sectores existen individuos que no conocen ni el pudor ni la decencia, ni en su vida profesional ni en la personal; e individuos que hace tiempo que han olvidado los conceptos de razón y de moderación.
Pero este artículo pretende alertar especialmente acerca de aquellos individuos que en el ámbito político se han movido y se mueven desde o hacia la deshonestidad intelectual. De los que han intercambiado a plena luz del día unas posturas por pura vanidad; que han cambiado razón por hooliganismo; que han cambiado moderación por aullidos; que han cambiado decencia por a saber qué promesas; o que han confundido pudor con exhibición de nuevas parejas de baile.
Todo el mundo puede caerse del caballo camino de Damasco, pero en los cambios que acabo de mencionar no creo que haya intervención divina, sino todo lo contrario, elementos prosaicos que solo la vanidad y elementos psicológicos dudosos pueden ayudar a comprender. Prefiero no caerme del caballo, podría darme un golpe en la cabeza y parecerme a los deshonestos intelectuales, a los aplaudidores interesados.