No encontraréis nada en este mundo que sea más ridículo y contradictorio que las despedidas de soltero. Pero empecemos por el final: las bodas. Casarse siempre me ha parecido un trámite innecesario e ilógico: cuando amas a alguien, se lo demuestras dándole el máximo de libertad posible para que pueda ser él o ella misma; no encerrando a la persona que «amas» bajo llave y atándolo con hipotecas amorosas y bancarias para que se asfixie poco a poco, deje de existir y se convierta en un robot sin personalidad propia o, en el peor de los casos, en un clon tuyo. Una boda me parece un «quiero por escrito que eres mío/a y de nadie más para tener controlada la situación y para poder reprocharte en un futuro que no te pareces al ideal que yo tenía en la cabeza y que me has decepcionado». Si dos personas se aman y respetan, ¿qué necesidad tienen de firmar un documento legal que lo corrobore? ¿A quién quieren convencer?
Dicho todo esto, volvamos a las despedidas de soltero. ¿Qué son las despedidas? Son la fiesta de bienvenida a esa despersonalización y sumisión de la que os he hablado. Empezamos mal, pues. Siempre que veo a una chica con un pene de plástico en la cabeza, rodeada de otras chicas que se hacen llamar sus amigas y que permiten que se humille de esta manera, pienso: «¿por qué?». Tantos años de evolución para acabar con un pene en la cabeza; y, encima, haciendo ostentación de ello. ¿Dónde hemos dejado el sentido del ridículo y la autoestima? Se entiende perfectamente que decidan emborracharse; no hay nadie que aguante este escarnio público sin el apoyo del alcohol. Lo que no saben o no quieren saber («Ojos que no ven, corazón que no siente») es que todo quedará grabado para siempre; tanto en los móviles de las «amigas» como en las mentes de las personas que caminaban tranquilamente por la calle cuando de repente, sin verlo venir, han tenido que soportar involuntariamente un espectáculo tan ignominioso.
La despedida de soltero es la última oportunidad de ser feliz antes del encarcelamiento del matrimonio y todo está permitido
La despedida de soltero es la última oportunidad de ser feliz antes del encarcelamiento del matrimonio; y, precisamente por este motivo, todo está permitido. ¿Hay algo más contradictorio e hipócrita? Esto es como quien dice: no lo/la engañé; nos habíamos dejado el día anterior. O sea, ¿me estás diciendo que hace veinticuatro horas era la única persona que amabas y deseabas y que, más rápido que canta un gallo, tus sentimientos han dado un giro de 180 grados y ya te sientes preparado/a para acostarse con el primero que pase? Si antes de casarte necesitas hacer todo lo que no se te permitirá hacer después de casarte, ¿por qué te casas? ¿Tiene alguna lógica?
Profundicemos un poco más; hablemos ahora de la tipología de despedidas. Empecemos por la despedida de los hombres (cuando digo hombre, me refiero a lo que entendíamos por hombre hasta hace dos décadas). Como todos sabéis, los hombres de antes tenían una necesidad enfermiza de poner de manifiesto su masculinidad y virilidad; así pues, en las despedidas, los futuros maridos se enfocan en demostrar a sus «amigos» que son grandes fornicadores, por lo que no pueden faltar mujeres atractivas medio desnudas que los deseen y admiren por encima de todo. En cuanto al vocabulario que utilizan, suele ser bastante sencillo: «¡Oeoeoé, campeón!», «¡Qué pedazo de culo!», «Con estas tetas, me ha entrado hambre».
La despedida de las mujeres, como os he adelantado, suele estar más centrada en la ridiculización: suelen ir con penes en la cabeza y vestidas como si les faltara un hervor. También, en un intento de emular a los hombres, suelen desear (aunque las más tímidas finjan que no) estar rodeadas de hombres musculosos que las deseen y que las sienten en sus regazos. Un poco de sumisión antes de casarse siempre hace ilusión. Si Freud levantara la cabeza... La despedida que más me gusta es la despedida espiritual (tanto para hombres como para mujeres). Se trata de una despedida en la que te dices adiós a ti mismo porque sabes que ya no volverás a reconocerte nunca más. Una buena manera de llevarlo a cabo es paseando por una playa tranquila por la mañana —o justo antes de que se ponga el sol— con los pies desnudos para notar la frescura de la arena, escuchando música clásica —para que te equilibre los chakras, que bailarán flamenco una vez que te hayas casado— y manteniendo la mirada perdida hacia el infinito (para empezar a entrenar la mirada que te quedará fijada una vez hayas firmado los papeles).