Que la gente vote a personajes políticamente indecentes como Alvise en España o Panayotou en Chipre tiene muchos significados. De entrada, sobre todo los jóvenes, lo encontrarán divertido, que es una manera de burlarse de los que gobiernan y negar la trascendencia de la política. Otro objetivo, oído en algunos reportajes, es una protesta contra el statu quo que requiere que alguien "les cante la caña a los políticos". Todo esto es un indicio evidente de insatisfacción. ¿Pero cuál es la causa de esta insatisfacción?

En buena parte, la democracia o, mejor dicho, la competición electoral, se ha convertido en una especie de concurso televisivo en el que no siempre gana el mejor. Donald Trump nunca habría ganado unas elecciones sin el precedente de darse a conocer presentando un concurso tipo reality show y hacerse popular a base de hacerse el gracioso provocando con las mismas frases ocurrentes que ahora utiliza en campaña. Ahora el establishment político se lleva las manos a la cabeza por el ascenso de la extrema derecha y porque varios gamberros que se han inventado candidaturas absurdas se sentarán en los escaños del Parlamento Europeo. Los representantes de la política convencional deberían preguntarse lo mismo que se preguntan los padres con mala conciencia por las gamberradas de los hijos. ¿Qué es lo que hemos hecho mal?

Lejos queda el tiempo en que los representantes electos eran personas a las que se les reconocía un prestigio, cuando los partidos políticos se nutrían principalmente de gente con formación elevada que sostenían posiciones ideológicas marcadas y el parlamentarismo consistía en un intercambio de argumentos. La corrupción ha sido un fenómeno frecuente y creciente en Europa y América que ha contribuido al descrédito de la política y de la propia democracia, pero el impacto definitivo ha sido la opulencia mediática que ha convertido la política en una competición estrictamente propagandística. Ya hace tiempo que los intelectuales y los ideólogos han sido sustituidos por publicitarios y community managers que igual trabajan para un partido que para el rival. Incluso la crítica política se centra en valorar el acierto o desacierto de la estrategia mediática. Cuando, por ejemplo, Pedro Sánchez se toma cuatro días para pensar si dimite y después vuelve como si nada, buena parte de los comentaristas afines han destacado su audacia al protagonizar la campaña electoral catalana que le ha procurado la victoria a Salvador Illa.

Mientras la ciudadanía es entretenida con los shows mediáticos de la política, los auténticos núcleos de poder, que no dependen de la voluntad popular, van haciendo su trabajo, sean jueces españoles, militares alemanes, el Fondo Monetario o el complejo militar industrial de Estados Unidos. Se constata en la economía, en las políticas de seguridad y defensa y en la restricción de derechos y libertades

Es muy fariseo escandalizarse por los shows que organizan los personajes surgidos de la antipolítica, cuando han sido los líderes y partidos convencionales los primeros en buscar el espectáculo en los debates parlamentarios y en las apariciones mediáticas por no hablar de las ridículas escenas de los candidatos ahora besando niños, ahora bailando, ahora haciéndose selfies con gente que ni conocen ni los conocen. El nivel ha bajado tanto que los discursos principales no son en defensa del propio proyecto sino contra el adversario, como visualizó inequívocamente aquella campaña de José Zaragoza con el eslogan "si tú no vas, ellos vuelven". Donald Trump ganó con el discurso anti-Obama; Boris Johnson ganó con el discurso contra Europa; Javier Milei ha ganado presentándose como el revulsivo contra el peronismo… Cuando ganan los que consideramos malos, la pregunta es ¿qué han hecho los buenos para evitarlo o será que ya no son tan buenos?

Y Pedro Sánchez ha sobrevivido no reivindicando la amnistía y su obra de Gobierno, de la que parece no estar muy orgulloso, sino con el discurso contra la extrema derecha. Y eso que sin amnistía Sánchez ya no estaría. En España, PSOE y PP protagonizan una continua batalla campal y la crispación asusta tanto a la gente que las encuestas llevan años señalando que los ciudadanos ven la situación política como su primera o segunda principal preocupación. Sin embargo, estos dos partidos junto con sus homólogos participarán en la negociación de un gobierno de coalición en Europa. Socialistas y populares llevan 72 años gobernando juntos el continente. Cabe decir que en la segunda mitad del siglo XX las democracias europeas aportaron progreso y bienestar social hasta imponer su liderazgo moral al comunismo. Sin embargo, después de la caída del Muro parece como si ya no fuera necesaria la competencia ideológica. Los socialdemócratas se conformaron con las conquistas sociales: derechos laborales, derecho a la salud y derecho a la educación, que no era poco, pero a continuación, las iniciativas emancipadoras han derivado en políticas clientelares buscando votos a cambio de subsidios y las elites presuntamente progresistas se han acomodado en las instituciones que casi por inercia han propiciado una progresiva marcha atrás. La prueba es que las desigualdades se han disparado, los ricos son mucho más ricos a expensas de una clase media proletarizada. Los jubilados tienen pensiones insuficientes cuando no denigrantes; los jóvenes no pueden emanciparse por falta de vivienda asequible y porque sus salarios son bajos. La educación y la sanidad públicas han perdido el apoyo financiero necesario… y eso sí, el gasto en armamento sigue sistemáticamente al alza.

Cuando ganan elecciones los que consideramos malos la pregunta es ¿qué han hecho los buenos para evitarlo o será que ya no son tan buenos?

A diferencia de las dictaduras que solo pueden evolucionar a peor, la democracia no tiene un techo de calidad, siempre puede mejorarse, siempre puede haber más democracia… pero también menos. La evolución de las últimas décadas ha sido más bien negativa, porque mientras la ciudadanía es entretenida con los shows mediáticos, los auténticos núcleos de poder, que no dependen de la voluntad popular, van haciendo su trabajo, sean los jueces españoles, los policías alemanes, los curas italianos y, en un ámbito global, el G7, la OTAN, el Fondo Monetario o el complejo militar industrial de Estados Unidos, todos remando en la misma dirección. La involución se constata no solo en la economía, especialmente en las políticas de seguridad y defensa y en la restricción de derechos y libertades, no sea que vuelva la lucha de clases, porque motivos no faltan.