El director de ElNacional.cat ha tenido la idea de que me incorpore al conjunto de cabezas pensantes que de manera periódica plasman sus estados de ánimo y sus preocupaciones, gozos o decepciones en estas páginas. Se lo agradezco mucho y espero ser digno del encargo, cosa que, conjuntamente con los lectores, decidiréis. El azar ha querido que este primer artículo aparezca un 2 de noviembre, una fecha señalada por diferentes motivos en el calendario.

El 2 de noviembre de 1937, a las cuatro de la tarde, nueve aviones Savoia-79 de la Aviación fascista italiana bombardearon Lleida con 320 bombas de diferentes calibres y 64 incendiarias de 2 kg. Atacaron, entre otros objetivos, el Liceo Escolar (una escuela laica de niños y niñas) y el Mercat de Sant Lluís. Hubo 750 víctimas, entre muertos y heridos. Fue uno de los primeros ataques contra civiles en tiempo de guerra. Lleida no tuvo un pintor, como Picasso, que reflejara aquel horror, pero sí que tuvo un escultor (Apel·les Fenosa) y un fotógrafo (Agustí Centelles) que nos hicieron llegar visualmente la onda expansiva del bombardeo.

Pero el 2 de noviembre es también el día de conmemoración de los Difuntos, según la tradición católica. Como sociedad hemos ido arrinconando todo aquello que está relacionado con la muerte, y lo tratamos de la manera más aséptica posible, pero, de momento, no deja de ser la omega que cierra el ciclo que abre el alfa del nacimiento.

Y es curiosa esta negación de la muerte, esta invisibilidad, este no hablar, porque es una circunstancia más frecuente que la de la aparición de nuevas vidas. En efecto, en 2021, según datos del Idescat, en Catalunya hubo 57.634 nacimientos y 69.342 defunciones. Por lo tanto, tuvimos un saldo poblacional negativo, que queda, sin embargo, largamente compensado por la inmigración.

Este superávit de defunciones respecto al número de nacimientos es muy reciente, y solo se da de forma constante desde el año 2017, con picos muy elevados en los años 2019 y 2020 a causa de la pandemia de covid-19.

Pero parece que nos da miedo enfrentarnos a los grandes misterios de la vida, de la cual la muerte forma parte de forma indisociable. Esta ocultación de la muerte hace tiempo que dura, y es contrario al comportamiento que había tenido nuestra sociedad hasta mediados del siglo XX.

Deberíamos tener una relación fraterna con la muerte, porque un día nos llegará y será mejor que nos coja con todo arreglado

Si se me permite una referencia personal, mis padres no quisieron que viera a mi abuelo materno, ni enfermo ni muerto. Pero eso no me eximió de formar parte del cortejo fúnebre que fue de casa de mi padrino a la iglesia, donde tuvo lugar la liturgia propia del caso. Ante esta ocultación, hecha, estoy seguro, con el mayor cariño, hice aquello que acostumbran a hacer los chiquillos, que es ir a ver un muerto con quien no tenía nada o poca relación.

De manera que la primera vez que vi a un muerto fue en el Palau Episcopal de Lleida, los restos de monseñor Aurelio del Pino y Gómez, obispo de Lleida entre 1947 y 1967, epígono del nacionalcatolicismo, martillo de herejes y luz de Riaza. Cuando murió, en 1970, los restos fueron expuestos en el Salón del Tren del Palau, y allí, a mis 14 años, acompañado de algunos amigos en la misma situación, vi a un muerto por primera vez. Dado que no tenía ninguna relación especial, no hubo ni lágrimas ni sufrimiento.

Después, con el paso del tiempo y cuando me ha tocado de cerca, sí que ha habido lágrimas y sufrimiento. Ha habido incluso velatorio, y han sido momentos de introspección, de recuerdo y de agradecimiento. Lo que no sabía entonces, y ahora lo aprendo y practico diariamente, es que a nuestros muertos les debemos recuerdo y agradecimiento constantes. Cuando menos, así lo vivo yo.

Formar parte de una generación bisagra, como la mía, tiene la ventaja que puedes ver desaparecer un mundo (luto, velatorio, toques, séquito, silencio...) y ver aparecer otro (asepsia, organización, incineración, distancia, silencio...), pero acabas siendo un poco síntesis de los dos.

Creo que deberíamos tener una relación fraterna con la muerte, porque un día nos llegará y será mejor que nos coja con todo arreglado. Pero hay una cosa que siempre será incomprensible y dramática: cuando la muerte aparece contra el paso biológico de la vida. A todos los que sufren este drama, mi abrazo más tierno este Día de Difuntos.