¿Qué razones inducen nuestras jóvenes a escoger Medicina como futura profesión? ¿Influye la personalidad, las aptitudes, o ambas? ¿O influye más el contexto? Las respuestas a estas preguntas las podemos intuir. Pero sin duda, algunas respuestas las encontramos a la sociedad: series televisivas de grandes medios de comunicación, tecnología, procedimientos quirúrgicos espectaculares, nuevos descubrimientos, salvar vidas, prestigio social, etc. tienen un gran poder seductor. Sin embargo, son jóvenes con un excelente expediente académico que se ven sometidos a una presión singular (e incompresible) de su entorno familiar y social. Un reciente análisis sintetiza en 3 las principales razones argüidas por estudiantes de 1.º de Medicina para iniciar los estudios: ayudar a las personas, desarrollarse científicamente, y conseguir prestigio. Tres motivaciones legítimas y loables que se retroalimentan a lo largo de 6 años de grado universitario, donde se adiestra a nuestras futuras profesionales a clasificar, explorar, diagnosticar, intervenir y tratar centenares de enfermedades. Y si, en femenino, porque la Medicina ya es una profesión femenina: en la provincia de Barcelona, de los 19.389 colegiados menores de 50 años, el 65% son mujeres (datos COMB, 2022).
Este escenario tan atractivo para aspirantes al graduado en Medicina, centrado en enfermedades, choca con las necesidades de las personas cuando acuden a un sistema sanitario saturado. La proyección mediática de la profesión, que prioriza el éxito científico y tecnológico, desplaza la realidad de las necesidades en salud que tienen las personas. Nos hace falta urgentemente otro relato: explicar diferente la profesión, empezando en el acceso al Grado universitario.
A cualquier aspirante a acceder a Medicina le tendríamos que explicar que la profesión consiste en atender a una persona (mejor cara a cara) y no atender su enfermedad, bajo una relación de confianza y un enfoque global e integral; a mantener una actitud empática y efectiva con los pacientes valorando los miedos, las expectativas y el contexto; consiste en adiestrar y saber utilizar la comunicación; a conocer los determinantes que influyen en la salud individual y en la colectiva; y finalmente, que la Medicina consiste en resolver todo aquello que se puede resolver (...), al estar muy preparado para saber escuchar (nunca juzgar), al saber cuándo no tenemos que intervenir ni tratar, o ni siquiera etiquetar o diagnosticar. Estos grandes especialistas son los y las especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria. Y para desarrollar estas competencias no todo el mundo está preparado: es sin duda la especialidad más compleja de todas, y aquella que aparece menos en los medios de comunicación.
La Medicina Familiar y Comunitaria es una disciplina académica, una especialidad y una profesión sanitaria con un cuerpo asistencial, docente e investigador propio, y su objeto es el conocimiento de la persona entendida como un todo. Posee incontables fortalezas y evidencias científicas de su impacto en la salud individual y poblacional, en la disminución de la mortalidad por cualquier causa, de hospitalizaciones, y en la sostenibilidad del sistema sanitario. La pandemia por la COVID ha puesto de manifiesto su pluripotencialidad en ámbitos asistenciales diversos. Y lo demuestra una constatación pragmática: los médicos de familia son altamente solicitados por otros países donde se les ofrece una carrera profesional atractiva y motivadora tanto en la atención primaria, como en urgencias y emergencias o en curas paliativas, entre otros.
En Catalunya y en España, la especialidad más necesaria (y paradójicamente, la más difícil de sustituir por una inteligencia artificiosa), está en el punto de mira: financiación insuficiente, exceso de burocracia, sobrecarga asistencial, tasa de jubilación que supera la tasa de reposición, una proporción de médicos de familia con respecto al resto de especialidades en descenso (cuándo habría que ascender al 40-50%), coartación de innovaciones organizativas, y una presencia escasa de médicos de familia en las facultades de Medicina.
Las facultades de Medicina tendrán que ser espacios para reinterpretar la profesión médica, humanizarla, e influir decisivamente para que la medicina familiar y comunitaria pueda ejercer una función educativa: porque la especialidad más importante para el sistema sanitario tendrá que ser la especialidad más importante en las Facultades. La incorporación de la medicina familiar y comunitaria como área de conocimiento, la creación de unidades específicas, la consolidación del cuerpo docente y el reconocimiento de centros de atención primaria universitarios, la creación de una asignatura obligatoria propia, la participación transversal en otras asignaturas (formación clínica, comunicación, ética, investigación, comunitaria, prevención, salud digital, promoción de la salud, domiciliaria, final de vida, etc.), el incremento del peso a las prácticas clínicas, o la coordinación de evaluaciones clínicas objetivas y estructuradas, tienen que ser objetivos a corto plazo.
La transformación es necesaria: social, académica y profesional. También organizativa, pero de esta hablaremos otro día. La medicina familiar y comunitaria tiene horizonte, y tiene raíces propias y profundas, arraigadas en la ciencia, el contexto y la actitud. Feliz 19 de Mayo. Feliz día del especialista en Medicina Familiar y Comunitaria.
Antoni Sisó-Almirall es el presidente de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria.