Hoy es el día siguiente, porque cada día es el día siguiente. Es el día siguiente de un día señalado o de un día corriente, pero es otro día, que permite intuir nuevas posibilidades, que permite diseñar nuevos retos y que abre puertas a nuevas realidades. Un día puede ser placentero, duro o muy duro. Probablemente, el Once de septiembre de 1714 fue un día muy duro para los habitantes de Barcelona que luchaban contra las tropas borbónicas y que defendían las instituciones propias.

Pero cada ciudad de Catalunya tiene su propio Once de Septiembre. Lleida, de hecho, lo tuvo muy pronto. El asedio de la ciudad se inició el día 9 de septiembre de 1707, con el posicionamiento de un ejército borbónico constituido por más de treinta mil hombres, mientras que la guarnición de Lleida la formaban solo dos mil quinientos hombres entre ingleses y holandeses, comandados por Enric de Hessen-Darmstadt.

El asedio, que duró dos meses, se intensificó con la llegada de los cañones del duque de Berwick, que bombardearon las murallas de la ciudad abriendo brechas que permitieron el asalto el día 12 de octubre. Aquella misma noche se inició el ataque contra los baluartes, y después de cuatro horas la guarnición fue derrotada. Mientras el grueso de la población civil y la guarnición se refugiaba en el Castillo del Rey, en edificios religiosos o en templos, como la Seu Vella, la mañana del día 13 Lleida fue saqueada, se quemaron casas y se llevaron a término grandes crímenes, como es el caso de la matanza ocurrida en el convento del Roser, de la orden de los Predicadores, donde se llegaron a asesinar unas setecientas personas.

Una vez sometida la ciudad se iniciaron las tareas de asalto contra el Castillo del Rey, que resistió hasta el 11 de noviembre. Finalmente, los defensores capitularon, sobre todo a causa de la falta de agua y de una virulenta epidemia de disentería que causó más de 1.200 muertes, además de la negativa de los aliados ingleses a seguir luchando.

Es decir, el Once de Septiembre en Lleida fue un Once de Noviembre, siete años antes. Y, por el contrario, el Once de Septiembre en Cardona fue el dieciocho de aquel mismo mes y año.

La causa de la libertad nacional no necesita esprínteres, sino corredores de fondo, no le hacen falta tácticos sino estrategas, no es para hiperactivos sino para cansados, no es para los que tienen prisa sino para los que hacen la causa de cada día siguiente.

De todos modos, está bien que se honre la capitalidad de Barcelona, cap i casal, mientras los barceloneses se lo crean y ejerzan, y por eso el Parlament de Catalunya decidió, mediante la Ley 1/1980, de 12 de junio, declarar fiesta nacional de Catalunya la festividad del once de septiembre. Y lo hizo en virtud de que "El recobro nacional de los pueblos pasa, sin duda, por la recuperación de sus instituciones de autogobierno. Pasa, también, por la valoración y exaltación de todos aquellos símbolos a través de los cuales las comunidades se identifican consigo mismas, ya que sintetizan toda la complejidad de los factores históricos, sociales y culturales que son las raíces de toda realidad nacional. De entre estos símbolos, destaca la existencia de un día de festividad, en la cual la nación exalta sus valores, recuerda su historia y los hombres que fueron protagonistas, y hace proyectos de futuro. El pueblo catalán en los tiempos de lucha fue señalando una fecha, la del once de septiembre, como Fiesta de Catalunya. Festividad que, si bien significaba el doloroso recuerdo de la pérdida de las libertades, el once de septiembre de 1714 y una actitud de reivindicación y resistencia activa ante la opresión, suponía también la esperanza de un total recobro nacional. Ahora, al reanudar Catalunya su camino de libertad, los representantes del Pueblo creen que la Cámara Legislativa tiene que sancionar aquello que la Nación unánimemente ya ha asumido."

Por cierto, una ley aprobada por unanimidad. ¡Cómo nos convendría hoy en determinados temas, encontrar la unanimidad o reforzar amplios consensos!

Es importante, por tanto, que un pueblo, nuestro pueblo, valore y exalte los símbolos que lo identifican como comunidad nacional, porque ciertamente estos símbolos sintetizan la complejidad de los diferentes factores que nos han construido tal como somos. Por eso, considero que cualquier subestimación de estos símbolos tendría que estar abocada al fracaso y no deja de ser un camino estéril.

Ahora bien, junto con los símbolos, hace falta el trabajo. La Nación, la construcción permanente de la Nación, requiere levantarse al día siguiente e ir recogiendo los ladrillos que nos harán subir la pared recta. Al día siguiente del doloroso recuerdo de la pérdida de las libertades, hay que ponerse manos a la obra, con la actitud que describía Joan Maragall, con "la fe de los que no temen ni desfallecimientos ni incomprensiones, de los que, viendo la obra larga, se disponen a realizarla con una contribución personal e irrecompensable, hora a hora, día a día".

La causa de la libertad nacional no necesita esprínteres, sino corredores de fondo, no le hacen falta tácticos, sino estrategas, no es para hiperactivos, sino para cansados, no es para los que tienen prisa, sino para los que hacen la causa de cada día siguiente. Para el día siguiente de los días señalados y de los días corrientes, para cada día siguiente de los que han decidido entregar trabajo, esfuerzo, pasión y compromiso. En la esperanza mantenida de un total recobro nacional.